Fútbol – Breve historia de un Ídolo!!

Guasón Carrasca, militaba –sin éxito- en calidad de mediocampista inofensivo, en el Deportivo Chicotazo. Caminaba con esa manera tan particular que tienen los elegidos: Adelantando un pie después del otro.

La vez que mejor jugó, fue cuando estuvo en el banco de suplentes. Tenía la hinchada en contra; pero con una gran entereza y un temple heroico, lo hacían enfrentar indiferente el constante abucheo, además era un poco sordo.

Carrasca era lento e ineficiente, pero su padre era muy amigo del técnico –quien además formaba parte del equipo de la hermana del crack-. Carrasca se había especializado en convertir en contra de su valla. Decía: “Es cuestión de tiempo, trabajo y sacrificio, mi juego va a mejorar sin duda, etc. etc. etc.” Y luego de éstos profundos conceptos salía el trotecito hacia el vestuario.

Siempre estaba bien parado en la cancha. En efecto, ocupaba una posición casi extática.

 

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Generalmente se movía un poco cuando entraba o salía del campo. Él decía que su puesto era de ocho y de allí no se movía; había pelotas que pasaban a escasos centímetros de sus pies y eran pelotas perdidas; se enojaba con sus compañeros por la falta de precisión en los pases.

Carrasca pensaba más que jugaba. Se agarraba calenturas tremendas cuando sus compañeros no hacían la jugada que él había pensado y cuando pasaban cerca, solía hacerles foules intencionales.

Tenía no obstante, recuerdos de partidos memorables en los que había logrado tocar el balón hasta tres veces, lo que le daba mucha fe y se ponía contento.

Cierta vez, Cornelio se enamoró de Cornelia Tagarna, la cual gustaba del fútbol. Siempre iba a la cancha e hinchaba. Cornelia se sentaba desprejuiciadamente detrás del arco y gritaba hasta quedar morada.

Desde entonces Carrasca se puso más activo. La veía detrás del arco y enfilaba hacia ese sector de manera arrolladora; lo malo era cuando Cornelia estaba detrás de su propia valla, Carrasca se quedaba paradito en el área chica para poder conectar un posible gol y dedicárselo. Fue así que se mandó un golazo en contra que le valió el triunfo a los contrarios y una soberbia patada del arquero que lo dejó enredado en la red.

El técnico, enterado de la situación le pidió a Cornelia que se sentase detrás del arco rival. Así que Cornelia, al terminar el primer tiempo iba y se sentaba detrás del otro arco, esto facilitaba las cosas, aunque Guasón pasaba unos minutos desorientado mirando para atrás, pero siempre uno le avisaba que Cornelia estaba del otro lado.

Fue la mejor época de Carrasca, era un tren arrollador. Lo llamaban “el paquidermo del fierro”.

Desarrollaba una terrible potencia y los tapones de sus botines quedaban marcados en el lomo de los rivales, lo que le daba cierta libertad de movimiento; toda persona que se le atravesaba quedaba aplanada e inutilizada.

La hinchada lo convirtió en ídolo. Desde la tribuna se oía; Carrasca, Carrasca, no te pueden parar, sos una bestia peluda, laralará, laralará. Guasón jugaba por varios, de modo que alguno de sus compañeros se tomaban un descanso y uniéndose a la hinchada coreaban: Carrasca, Carrasca, que fútbol que tené, nosotros descansamos y vos la rompés.

Pero no dura mucho la felicidad en ésta vida. Carrasca nunca le dijo nada a la Tagarna y ésta (vieron como son las mujeres) un buen día apareció con un novio. Estaba detrás del arco abrazada, y Guasón cuando la vio, se sintió con chucho y se le heló la sangre: una mueca de contenida pasión le coloreó los cachetes y le temblaron las bolitas –de los ojos-.

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Desde entonces la motivación desapareció y Guasón no jugó peor, directamente no existió. Para colmo se estaba por jugar la final contra Atlético Lonjazo e’cuero, sus eternos rivales, y era una final que no se podía perder (salvo que se perdiera).

Los jugadores y el técnico y también la hermana de Carrasca –a espaldas de éste fueron a hablar con Cornelia. Querían convencerla para que rompiera su noviazgo por ese domingo y fuera sola a la cancha. – Eh –le decían- tené toda la vida por delante pa’ andar de novio, que te cuesta aflojar un ratito. Si alentás a Guasón te regalo la camiseta –terció uno-. Cornelia luchaba contra la tentación; al fin accedió.

-Voy a ir cuando el partido esté ya por terminar, le daré un minuto de aliento, tal vez lo aproveche, más no puedo hacer- dijo la Tagarna dándose suma importancia.

-Peor es nada –pensó el técnico.

Llegó el Domingo y Carrasca era un tronco mañeado. Lonjazo e’cuero, no era mal equipo y dominaba peligrosamente. El arquero de Chicotazo, en un avance, le tuvo que echar tierra en los ojos a uno que estaba a punto de convertir: diga Ud. que el árbitro estaba como a cien metros y no lo vio.

El técnico se encontraba triste (como perro contento rabón) pero mantenían el cero a cero.

Faltando un minuto y, tal como lo había prometido, la Tagarna hizo su ingreso al campo de juego.

-Mirá, mirá quien está allá –le gritaron sus compañeros. Carrasca miró y quedó un tanto confuso, pero se recuperó rápidamente. Ahora parecía otro.

-Hay que tirársela a Guasón –gritaba el técnico.

Le llegó una pelota bombeada y atropellando quedó mano a mano con el arquero.

-Ahora no se me escapa –pensaba Carrasca- y cuando todos veían el gol del triunfo; que digo veían, ya lo gritaban, Guasón pasó como una tromba rozando el palo del arquero, pero sin pelota, se encaramó por el tejido, cayó al otro lado y tomando a la señorita Tagarna del cuero del lomo, huyó estrepitosamente a gran velocidad. Cuando la hinchada reaccionó, ya habían desaparecido y nunca más se los volvió a ver. Dicen que fueron bastante felices.

El partido se definió por penales, pero poco importa el resultado. El tiempo apagó los insultos con que escarcharon al crack durante varios años. El piadoso olvido se ocupó de vindicar al jugador y no faltó quien dijera, que ése había sido el mejor partido que le vio jugar. (Romeo Lógica – Lucas González)

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