*El último sábado falleció a los 83 años Jorge Eduardo Rulli, un sabio pensador, defensor al ultranza del Ambiente, la Naturaleza e histórico dirigente peronista creador de la primera J.P. Varias veces recordamos visitó y disertó en Larroque invitado por el grupo Ambiental «Mingaché». -Nota de Américo Schvartzman, que lo recuerda y describe con sentidas palabras al notable luchador, la cuál compartimos a continuación.
*Una lagrimita por Jorge Eduardo Rulli…por Américo Schvartzman admiración, reflexiones y recuerdos desde Concepción del Uruguay.
*La foto que ilustra esta nota es de una charla que mantuvimos en Gualeguaychú hace ya varios años, cuando Jorge orientó los lineamientos generales para la creación del Plan de Alimentación Sana, Segura y Soberana (PASSS), y aprovechamos para hacerle una extensa entrevista, que cada vez que releo me sorprendo por la profundidad y vigencia de sus conceptos.
Hacía rato que “El Kika” me había anoticiado de que el luchador estaba empezando a despedirse. El cuerpo del “guerrero de la periferia” (título insuperable de uno de los libros que cuenta su historia) ya no daba más, aunque su mente impar tenía para ofrecer mucho y bueno. Pero Jorge se va, no muere.
La voz de Jorge Eduardo Rulli era tan necesaria como incómoda y molesta. En su originalísimo itinerario de lucha (que nace en la Resistencia Peronista contra la llamada “Revolución Libertadora”) tuvo muchos méritos, uno de ellos el de ser quien en los años 90 ya advertía sobre la sojización de la Argentina, sobre ese experimento a cielo abierto en el que los intereses de los grupos del privilegio (de adentro y de afuera) convirtieron a los territorios argentinos.
Atravesando su novena década de vida, Jorge no dejaba de alertar sobre las consecuencias del modelo agroexportador extractivista, contra “…la mirada ‘progresista’ urbana, hegemónica para la cual ‘progresar’ es amontonarse en ciudades», y tragar basura (en varios sentidos, empezando por la alimentación).
Referente del Grupo de Reflexión Rural (GRR), Jorge Eduardo Rulli fue uno de quienes iniciaron la lucha contra los transgénicos en la Argentina. Mucho antes, era apenas un gurí cuando se sumó a la resistencia peronista para luchar por el regreso de Juan Domingo Perón.
Su inserción en la lucha armada lo llevó por distintos rumbos, y luego de varios años de cárcel (más de una década en total) y de la cruel tortura bajo la última dictadura, Jorge recaló en Europa a inicios de los 80. Allí comenzó a adquirir la mirada que lo llevó a convertirse en un experto en ambiente, en desarrollo sustentable, en todas esas etiquetas que para algunos son elementos de curriculum para currar, y para él era –nada menos– que la lucha por la supervivencia de la especie.
Jorge es inclasificable, porque no estaba cómodo en ningún lado, salvo en las luchas, y salvo entre sus plantas. Era un luchador que seguía fiel a ideales que a los 15 años lo llevaron al peronismo, aunque era dolorosamente consciente de que (tal vez) la mayor parte de quienes hoy se identifican de ese modo, no puedan entender el pensamiento de Rulli, tan demoledoramente crítico de los gobiernos «peronistas» (él decía que no lo eran) como del macrismo.
Tanto es así, que aún las pocas voces que se alzaron en su defensa cuando el kirchnerismo lo echó sin explicaciones de Radio Nacional –donde condujo durante cinco años el programa “Horizonte Sur”– lo hacían diferenciándose de su “fundamentalismo antisojero y antitransgénico”.
Ah sí, porque eso es lo más fácil cuando se prefiere no escuchar al disidente: calificarlo de fundamentalista, de delirante, de paranoico, de las muchas cosas que le dijeron al gran, al enorme Jorge Eduardo Rulli.
En realidad, lo que no se bancaban de Rulli, lo que no se bancan de Rulli, es que dijo (dice, porque su voz se seguirá escuchando como una de las más valederas) lo que nadie quiere oír: que los verdaderos dramas del país no se debaten, que en los últimos veinte años se ha sumido a la población más vulnerable en un nuevo naufragio social, que no es diferente en esencia al que provocó el menemismo, (y quizás hasta peor, porque se hizo y se hace en nombre de valores muy caros a las luchas sociales y populares), que el modelo es criminal y que la forma en que nos alimentamos es suicida, y que ni los partidos de la izquierda dura, se animan a plantearse en serio estas cuestiones.
Claro que el discurso de Rulli incomoda y molesta, y para varios lados. Y lo seguirá haciendo.
Tuve el placer de conversar con él varias veces, un par de ellas para entrevistas “formales”, que andan por ahí dando vueltas y que (aunque no me lo dijo) me hizo saber que le gustaron mucho.
Tuve grandes diferencias con él, como debe ser. Pero ninguna me impide ver que al despedirlo, despedimos a uno de los grandes luchadores que han dado estas tierras, uno del que pude estar cerca en ratos inolvidables –y a eso verdaderamente lo siento como un regalo, como un privilegio que me compartió mi hermano el Kika Kneeteman, para quien Jorge era, sin duda alguna, un padre espiritual, en el más hondo sentido de la expresión.
Queda mucho dicho y escrito por Jorge Eduardo Rulli, mucho para complejizar la discusión, mucho para interpretar y analizar a fondo, mucho para seguir aprendiendo. Su libro más reciente, publicado por Econautas, “Semillas para una nueva conciencia”, subtitulado “Intuiciones, incertidumbres, paradojas…” es, a mi juicio, material imprescindible para quienes tomamos en serio el desastre climático al que las dirigencias parasitarias e irresponsables arrastran a la humanidad.
Acá comparto, a modo de adiós a este David que jamás temió pelearle a mano a Goliat, un párrafo de lo mejor de Rulli, de lo que nos invita a nunca dejar de creer que vale la pena intentarlo.
Hasta siempre, querido Jorge Eduardo Rulli. No dejaremos que tu nombre sea olvidado, y no dejaremos de discutir lo que se nos quiere imponer, que es la mejor forma de mantenerte vivo y entre nosotros. Gracias por todo.
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Los puntos de sutura
(Un texto de Jorge E. Rulli)
Lamentablemente, el tiempo de tomar las decisiones que puedan evitar las catástrofes previsibles se achica, los plazos se acortan, los procesos de irreversibilidad aumentan y se multiplican, en tanto las facciones del poder continúan disputando las prebendas y haciendo caja desentendidas de todo porvenir y viviendo en la estulticia del salvar puro presente con egoísmo y sin espíritu.
¿Qué hacer entonces?
Tenemos que continuar las mil batallas que se dan a diario por la vida y por rescatar la tierra. Eso no está en discusión…
He pensado que, más allá de los activismos, deberíamos rescatar como una política de verdadera resistencia, las prácticas de los puntos de sutura.
El planeta enfermo puede ser reparado tanto por decisiones políticas que modifiquen algunas situaciones globales, como por la acción reparatoria que se desarrolle a partir de millones de puntos de sutura ecológica, dispersos a lo largo de su biosfera enferma.
Un punto de sutura puede no ser más grande que el terreno habitual de un trabajador en uno de los conurbanos o el fondo de una casita de la clase media, puede ser una plaza o una chacra, puede ser una escuela o una granja.
Lo importante es que lo convirtamos en un lugar donde la biodiversidad se recupera, donde volvamos a ser nosotros parte de un ecosistema, reciclando los residuos y enlazando los diversos procesos ecológicos de las plantas y de los animales, y también de nosotros mismos, de nuestra alimentación, de nuestra calefacción o de nuestro esparcimiento.
Un lugar con árboles que regeneren con sus raíces las napas enfermas, un reservorio de diversas variedades de plantas, un refugio para los pájaros expulsados del campo, con sapos y con charcas donde vivan las ranas, un espacio con sol y con sombras, con enredaderas que trepen a los árboles y con frutales de carozo y algo de huerta, con alguna gallina y con conejos, pero sobre todo, un lugar donde ensayemos el estricto proyecto político del punto de sutura, el punto de sutura de la naturaleza que, como ese fragmento de piel sana en la carne viva de los quemados, tienda a propagarse y a unirse a otros puntos similares para sanarla.
Tenemos que ganar esta guerra como sea, porque nos va en ello la vida de nuestros descendientes.
En esta causa no hay batallas menores, y a diferencia de otras luchas, en esta podremos hallar la felicidad y la alegría de haber cumplido con nuestro máximo deber: el de luchar por sobrevivir como especie sobre el Planeta Tierra, nuestro hogar.
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