Trampas que internet tiende a los navegadores incautos

Sobre el relato de un profesor capitalista, difundido por el sistema.
Daniel Tirso Fiorotto

“Cuando la recompensa es grande, el esfuerzo por el éxito individual es grande”, afirma el cuento engañoso que circula por las redes y que algunos usan para atacar a las víctimas del capitalismo. El profesor del relato virtual cree, religiosamente, en el individualismo, el capital, la competencia, el consumismo, y resume el sentido de la vida en una suerte de soborno.Nosotros sabemos que nuestros pueblos hicieron su hogar en la vida comunitaria, la relación armoniosa en la naturaleza y la austeridad. Son dos mundos muy distintos. Uno se impone por el atropello de los medios y el dinero, el otro espera silencioso.
Nos ha llegado por la red de internet un cuentito simplón y engañoso, que sorprende a muchos entrerrianos y por eso merece que nos detengamos un rato a analizar sus falsedades, desde nuestro territorio.
Hay dos versiones, más o menos coincidentes. En la última, un profesor estadounidense advierte que sus alumnos valoran el socialismo. Entonces, con el supuesto fin de desengañarlos, saca un promedio de sus notas y les pone a todos la misma. Así, según el falso devenir de las cosas, la reacción de todos fue esforzarse cada vez menos. Y todos terminaron reprobados. En un recuadro aparte presentamos fragmentos del cuentito, y aquí nuestra crítica que pretende otra mirada.
El cuentito se basa en que hay que dar buenas recompensas para el “éxito individual”, pero parece que el autor se ataca al final con un espasmo de colectivismo y habla de la “nación”.
El éxito individual
Para el autor, las aspiraciones del ser humano deben estar centradas en el “éxito individual”. Esa puede ser el objetivo del profesor del cuento, pero no hallamos razones para universalizarla, y menos para contagiar al mundo con miserias. El “éxito individual” no es una meta, es el principio de la ruina. Éxito, fama, poder, aplausos, bienes materiales, dólares, triunfos, eso buscan los que sienten un vacío interior.
El autor se agarra de unos conceptos que hemos naturalizado, nos ataca por los flancos débiles. Y es que muchos han tomado a la ganancia y al éxito y el progreso indefinido como los motores de la humanidad, sin discusión.
“El progreso sigue viaje, y nosotros para atrás”, dice en cambio Marcelino Román. En nuestras culturas antiguas de Abya yala, no tienen valor el éxito y el ganarle al otro, la competencia. Hay principios verdaderos y milenarios como la complementariedad, que el viejo profesor no conoce.
Nuestros pueblos buscan el buen vivir, sumak kawsay, que significa: poder desplegar nuestras potencialidades  y que los demás, todos los seres, desplieguen las suyas, en colaboración. El buen vivir equivale a una vida digna, austera, armoniosa con los pueblos y en la naturaleza. Y eso está en las antípodas del pensamiento que trata de difundir el profesor del cuentito.
El individualismo no encuentra obstáculos para depredar. Por ese camino nos quedaremos sin riquezas materiales, como ya nos estamos quedando sin las riquezas intangibles.
Estamos haciendo desaparecer miles de especies que tienen tanto derecho como nosotros. El individualismo es propio de la violencia y la soberbia que erosiona al mundo, y que se ha extendido.
Claro que eso no es irreversible.
A nosotros nos llegó con gran violencia hace quinientos años para destruir centenares de civilizaciones, y aún hoy nos sigue enfermando. Además, esas riquezas no son de un individuo, menos de una empresa, y tampoco de las generaciones actuales: no son de nadie.
Podríamos aceptar que tiene cierta responsabilidad sobre ellas la humanidad de todos los tiempos. Una generación no puede arrogarse el derecho a gastarse todo el petróleo, todo el suelo, el agua, el gas, los minerales, el aire, los montes, los humedales, los pastizales… El éxito y el individualismo que él sostiene no se dan sin extractivismo, y sin sojuzgar a otros pueblos. La naturaleza, y en la naturaleza la humanidad, pagan los desatinos modernos. Si la ganancia es el motor, entonces ganancia a cualquier costo y contra todos.  Eso es lo que ha hecho y sostenido la oligarquía argentina durante siglos.
La propaganda
Los pueblos de Nuestra América (el Abya yala no imperialista) deben ser formados según sus tradiciones en la comunidad. Pensar en el otro, trabajar con el otro, sin la acumulación que ha puesto al mundo al borde del abismo en su avaricia y su consumo extremo, dos enfermedades que cargamos a veces en el corazón sin calibrar su dimensión.
El capitalismo nos necesita como consumidores, en la medida que necesita mover la economía de las grandes multinacionales, los grandes grupos financieros, lejos de la vida de los trabajadores. Los países poderosos nos entretienen mientras nos parasitan con los ricos (a los que defienden en su relato). No es que al repartir el hipermercado, por caso, en mil comercios menores, pymes y cooperativas,  le sacaremos a alguien que trabaja para darle al que no lo hace. Los grandes grupos hacen el capital explotando a los pueblos del mundo, con todas las ventajas, estandarizando los gustos a través de la propaganda masiva para que todos compremos las mismas porquerías que ellos producen. La propaganda es un aliado fiel del sistema que nos terminará aniquilando. Es una mentira naturalizada. Por otra parte, el capitalismo quita oportunidades de trabajo digno a las mayorías, y luego elabora estos razonamientos enrevesados para que algunos se quejen de los más desfavorecidos. El grado de perversidad es extremo. Los esclavizados podían liberar al menos su corazón. La mayor esclavitud es tener las cadenas puestas y creerse libres.
Los hacinados
Es incomprensible que se gasten letras en defender a los ricos en una región destruida por el abismo entre ricos y desposeídos, entre monopolios y desterrados. Sectores muy poderosos del planeta asaltaron nuestros territorios para usarlos de gran cancha de sus negocios, y para ello expulsaron a la mitad de todos los entrerrianos y talaron los montes. Historia en tiempo presente.
Hay capitalistas del dinero, banqueros, pooles, terratenientes, grandes industriales, grandes cadenas de hipermercados; monopolios de insumos químicos y transgénicos que enferman; exportadores e importadores, hipermercados, empresas de telecomunicaciones, medios masivos, industrias del medicamento, mineras, petroleras, en fin: grupos de grandes capitalistas que son herederos o continuadores de los privilegios de la oligarquía argentina.
Los efectos de esa economía de escala, para pocos, pueden registrarse con facilidad en los barrios de Paraná, donde miles y miles de familias extrañan su lugar, y sobreviven con melancolía y pesadumbre.
Los campesinos y lugareños frustrados, hacinados en los barrios, y los campos en manos de militares, industriales, artistas extranjeros, futbolistas, políticos, pooles, mafias, profesionales, oligarcas de todos los pelos, nuevos ricos.
Este cuentito dice que el profesor se puso a repartir notas al azar o por promedio. Pero no explica que un sistema comunitario en armonía con la naturaleza toma con respeto lo que necesita y lo demás lo comparte, y las personas de esa comunidad sienten gran satisfacción en el compartir.
En el ayllu, que ha permanecido vigente más tiempo que el capitalismo, el espacio común, el trabajo comunitario, el diálogo, la diversidad productiva, el intercambio, se sostienen. Nadie se desalienta por compartir, al contrario.
El profesor no dice que se puede aprender, se puede amar, se puede integrar un coro, un colectivo, sin una nota puesta caprichosamente.
Lo que uno brinda a la comunidad, al mundo, no necesariamente será recompensado con plata. En verdad, es una devolución, una pequeña devolución, de lo mucho que nos ha dado la vida, la comunidad, el planeta. El cuento de que tenemos siempre derecho a una recompensa va en contra, incluso, de los mejores valores del entrerriano, condensados en la gauchada.
Derechos para pocos
El oro, la plata, los demás minerales, el petróleo, el gas, el suelo con sus minerales, el agua, son parte de la naturaleza. El derecho a apropiarse de los bienes naturales fue inventado por los que se los apropiaron. La tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra. Entendida la tierra como el planeta con todas sus riquezas naturales que son manifestaciones de lo mismo, es decir: la tierra con una unidad subyacente a la que los seres humanos pertenecemos.
Dice el cuentito engañoso: “no se puede lograr la prosperidad de los más pobres sacando la prosperidad a los más ricos”.
Cuántas desviaciones en una frase como esa.
No todos los pueblos del mundo buscan la “prosperidad”, algunos buscan la dignidad y el vivir en armonía con la naturaleza, para lo cual hay que vivir con austeridad, todo lo contrario a lo que hacen los más ricos, que están consumiendo las energías del planeta en gastos suntuarios, enfermando a los seres vivos y explotando a la humanidad para satisfacer su avaricia. Son un barril sin fondo.
Para que los Estados Unidos sean ricos, muchos de nuestros pueblos deben vivir en la miseria porque son declarados por ellos como zonas de sacrificio. Así es que, llegado el caso, los yanquis invaden, cambian un gobierno, implantan una dictadura, riegan con  veneno, lanzan bombas desde 14 mil metros de altura, o una bomba atómica, lo que sea con tal de sostener su predominio  y apropiarse de las riquezas.
Dice el cuentito engañoso que es imposible multiplicar las riquezas tratando de dividirlas.
El eje es otro: vivir bien, no quitarle al otro, reconocer espacio a cada uno.
Pero además, dividir los bienes mal habidos multiplica las expectativas, cómo no. El ser humano debe compartir, y cuando ve que algunos pocos se quedan con todo (en Entre Ríos, el 0,1 % de las personas maneja el 80 % de las riquezas), el ser humano tiene que luchar (hay mil modos, con acciones o sin ellas, en forma pacífica o no) para aceitar los caminos a la verdad. Dice el cuentito engañoso que el gobierno no puede dar a nadie lo que no ha tomado de otra persona. Cuánta falsedad. Primero: los ricos no son personas, en general, son sociedades anónimas. Segundo: no se trata de “quitar” sino hacer que devuelvan. Pero en este cuento no sólo se convalida un sistema harto injusto, sino que pretenden que todo quede a merced de una clase oligarca o de la alta burguesía, y los demás se las arreglen como puedan. Es el colmo de los colmos.
Verdaderos responsables
Artigas llamaba a beneficiar a los desposeídos, en su época los indios, los negros, los gauchos, las viudas con hijos, a los que les entregó suertes de estancias, y el profesor yanqui, en cambio, llama a garantizarle la riqueza a los ricos. El polo opuesto.
Los grupos ricos se valen de un sistema construido por ellos para medrar, a costa de los pueblos. Ellos tienen sus grupos financieros internacionales que los respaldan, y con ellos pueden manipular a las comunidades: tienen el crédito, pueden perder un año entero para quebrar a las pymes y los emprendedores y ganar con pala ancha en los próximos cincuenta; tienen la propaganda, tienen los medios masivos privados y del estado, manejan las exportaciones y las importaciones, así es que manipulan a nuestros pueblos. Ya lo decía Jorge Cafrune, cuando le preguntaron por cierta condesa que iba a dar un predio para un parque: ¿donó o devolvió? Al final del cuentito, el autor supone que todos van a dejar de trabajar y se destruirá la nación. El razonamiento es embustero. La gran nación, la patria grande multicultural que conformamos los sudamericanos, se sostiene con trabajo para todos, con respeto hondo a las leyes naturales, al monte, al río; con la conjugación completa del verbo compartir, del verbo complementar; con la reflexión serena, con trabajos comunitarios, con economía sustentable, con producción de alimentos sanos, con una conciencia para la emancipación.
Conocimiento, amor, conciencia, que lo demás se dará por añadidura. Los docentes podrían tomar el caso de este profe yanqui para demostrar exactamente lo que no deben ser: alcahuetes del gran capital y castradores. En lugar de aprovechar esa energía verdadera que llegaba desde los hermosos jóvenes, el profesor optó por frustrarlos, para que aprendan a ser siervos, a no poner en dudas el sistema. Y que les sirva de escarmiento. Pudo recuperar las sabidurías milenarias de Abya yala (América), de la vida comunitaria y en armonía con la naturaleza, sin el espíritu mezquino, individualista y consumista de occidente; sin ese afán de éxito, fama, riquezas, y acumulación, que tiene enferma a la humanidad. Pero prefirió una falacia. Mantuvo los paradigmas principales y tergiversó la función de una medida de rendimiento personal, para provocar una reacción contraria. Es lo que diríamos un viejo astuto, aprovechado de alguna candidez de los jóvenes para desviarles la atención.

Internet
Internet

Si a diferencia de la propaganda del profesor se generara en los estudiantes, entonces tendrían la oportunidad de compartir, hallarían un fin alto en la búsqueda colectiva, en el intercambio, y tendrían la chance de revertir este plano inclinado.

Fuente: diario UNO.