Aún en pequeñas cantidades el alcohol puede provocar problemas que podrían volverse muy serios si su ingesta coincide con la de ciertos tratamientos farmacológicos. Qué hay que saber para evitar las complicaciones.
Por: Dr. Daniel Stamboulian dstamboulian@infobae.com
Es probable que la mayoría de las personas, antes de iniciar un tratamiento, haya leído en el prospecto la siguiente advertencia: «Puede provocar somnolencia. El alcohol puede intensificar este efecto. Tenga precaución al conducir un automóvil u operar maquinaria peligrosa». Lo cierto es que el peligro es real.
La mezcla de alcohol con ciertos medicamentos podría provocar náuseas, vómitos, dolor de cabeza, letargo, desmayos o pérdida de la coordinación. Además, existen otras complicaciones como la posibilidad de sufrir hemorragias internas, problemas del corazón y dificultades respiratorias. Más allá de estos peligros, el alcohol también puede disminuir la acción terapéutica del fármaco que se esté tomando, anularla por completo o potenciar su efecto, lo que convierte a esta combinación en algo dañino o tóxico para el cuerpo.
Antibióticos, antituberculosos, analgésicos, depresores del sistema nervioso central, inhibidores de la monoaminooxidasa, antihistamínicos, hipoglucemiantes orales, son grupos farmacológicos que pueden desarrollar interacciones con el alcohol. El alcohol interactúa con una importante cantidad de medicamentos.
¿Por qué es una combinación peligrosa?
Al beber alcohol, éste ingresa al tubo digestivo, pasa a la sangre y luego se traslada a los diversos sitios en donde provoca sus efectos conocidos, sobre todo en el cerebro. Al cabo de un tiempo se metaboliza en el hígado para, después, perder su efecto. Los medicamentos, atraviesan el mismo proceso al ingerirlos.
El problema se presenta cuando se toman de manera simultánea y son metabolizados por las mismas enzimas, ya que metabolizan menos ambas sustancias, lo que provoca que tengan un mayor efecto.
Es necesario remarcar que esta situación se produce cuando la persona ingiere alcohol en forma aguda o repentina, como puede suceder en una fiesta, un evento social o un encuentro de amigos. Sin embargo, en función de cómo sea la ingesta, así será su efecto.
Beber esporádicamente alcohol inhibe el metabolismo hepático de algunos fármacos, es decir, cambia el modo en que el hígado procesa y elimina esos medicamentos. Al disminuir su metabolismo, aumenta su actividad. En cambio, cuando se bebe en forma crónica, el alcohol estimula de tal forma las enzimas que el cuerpo las genera en una mayor cantidad lo que hace que algunos medicamentos se metabolicen más rápido y que, ante la dosis habitualmente indicada, se reduzca su eficacia.
¿Hay alguna bebida más peligrosa que otra?
Lo que genera problemas no es la bebida sino el alcohol, por lo tanto, las que cuenten con mayor graduación alcohólica son las que mayor interacción con los medicamentos tienen.
Diferente en las mujeres
De acuerdo con el Instituto contra el Abuso de Alcohol y el Alcoholismo de los Institutos de Salud de los Estados Unidos (NIH), las mujeres corren mayor riesgo que los hombres de desarrollar problemas con el alcohol. Cuando una mujer bebe, el nivel de alcohol en sangre alcanza valores más altos, aun cuando haya ingerido una cantidad igual a la de un hombre. Esto se debe a que el organismo femenino tiene menos agua que el masculino. Dado que el alcohol se mezcla con el agua del cuerpo, una cantidad determinada de alcohol alcanza mayor concentración en las mujeres que en los hombres. Como resultado, son más susceptibles a sufrir daños en los órganos, tales como el hígado, a causa del alcohol.
Poblaciones de riesgo
Los adultos mayores de 65 años, particularmente, corren más riesgo de sufrir reacciones adversas debido a interacciones entre el alcohol y los medicamentos. El proceso del envejecimiento disminuye la velocidad con la que el cuerpo metaboliza el alcohol, lo que aumenta su permanencia en el sistema. Además de este grupo, las personas que toman una medicación crónica que requiere niveles en sangre más estables como los anticonvulsivantes y los anticoagulantes, también están más expuestos a los riesgos de esta combinación de sustancias.
Los pacientes que toman anticoagulantes orales deben evitar la bebida. Por ejemplo, el metabolismo de drogas como el acenocumarol o de la warfarina, puede disminuir y por tanto aumentar su efecto lo que puede derivar en la aparición de hemorragias. Sin embargo, si la ingesta de alcohol se produce de manera crónica favorecería la ineficacia de estos tratamientos, lo que podría provocar otras complicaciones.
Distintas formas de interacción
Según el tipo de efecto, podemos clasificar las reacciones en tres grandes grupos: reacciones inmediatas; de aumento del efecto del medicamento o de producción de toxicidad en el hígado.
Dentro de las reacciones inmediatas, algunas bebidas como la cerveza o el vino, que tienen una sustancia llamada tiramina, al mezclarse con medicamentos pueden originar náuseas, vómitos, enrojecimiento facial (flushing), o confusión, aún en pequeñas cantidades. Por otro lado, con algunas cefalosporinas, antibióticos pertenecientes al grupo de beta-lactámicos, la ingesta de alcohol precipita la aparición de estos síntomas. Se conoce como «efecto antabús o disulfirámico» y se trata de manifestaciones clínicas que pueden ser leves como las mencionadas anteriormente o graves como ansiedad, hasta incluso taquicardia, hipotensión, insuficiencia respiratoria o encefalopatía.
El efecto antabús puede aparecer también con el uso de metronizadol (antibiótico anaerobicida y antiprotozoario), muy utilizado para tratar ciertas infecciones. Excepcionalmente, esta reacción también puede observarse con otras drogas. En esos casos, corresponde informar al médico y suspender la medicación hasta que se concrete la consulta.
Efecto aumentado
Se sabe que el alcohol disminuye la actividad cerebral, lo que se traduce en una pérdida de reflejos, problemas en el habla, descoordinación de movimientos hasta lograr, incluso, pérdida de la conciencia y coma. El alcohol potencia los efectos de todos aquellos fármacos que actúan a nivel cerebral, sobre todo de los que disminuyen la actividad neuronal, que se conocen como sustancias depresoras o sedantes del sistema nervioso central. Entre este grupo se encuentran las benzodiacepinas (diazepam, alprazolam, bromazepam, lorazepam, clonazepam, entre otras), los barbitúricos (pentobarbital, tiopental) y los analgésicos opiáceos como la codeína o la buprenorfina, entre otras. Si son ingeridos junto con alcohol pueden disminuir la capacidad de respuesta, provocando accidentes de tránsito o domésticos.
También comparten este efecto otras drogas como los vasodilatadores coronarios del tipo nitritos; hipoglucemiantes orales que se toman en los tratamientos para la diabetes miellitus tipo 2, con las que pueden observarse hipoglucemias marcadas, sobre todo si se ingiere alcohol sin alimentos y con los anticoagulantes orales, con los que aumenta el riesgo de sangrado.
Toxicidad en el hígado
Existen drogas como la nicotibina y la rifampicina, indicadas en casos de tuberculosis, que potencialmente tienen la posibilidad de producir hepatitis, o sea toxicidad en el hígado. Esta toxicidad puede aumentar con la ingestión de alcohol. En el caso de los analgésicos, el problema se presenta con el paracetamol. El alcohol aumenta la actividad enzimática del hígado y, en el caso del paracetamol, este incremento de su metabolismo se traduce en la aparición de un metabolito (una sustancia producto de la transformación que sufre el fármaco en el hígado) que es un importante tóxico para el propio organo.
El consumo de este analgésico debe realizarse de forma cuidadosa en todas las ocasiones, se recomienda no superar la ingesta de 4g de paracetamol al día. Sin embargo, la combinación con bebidas alcohólicas puede provocar que la cantidad diaria de paracetamol necesaria para producir un problema de toxicidad hepática, resulte menor.
Tanto los antiinflamatorios no esteroideos, como el ácido acetilsalicílico o el ibuprofeno, como los antiinflamatorios esteroideos como la prednisona, sumados al alcohol son gastrolesivos, es decir, producen pequeñas lesiones en la mucosa gástrica. Estas hieras pueden provocar epigastralgia (dolor de estómago), sensación de quemazón causada por el reflujo del contenido gástrico hacia el esófago (pirosis) e incluso, en casos de ingestión crónica de los antiinflamatorios, la aparición de úlceras y hemorragias digestivas, que son la principal complicación de la úlcera gástrica o duodenal.
El alcohol y los medicamentos pueden interactuar de manera dañina, aun si no se toman al mismo tiempo. Es importante la consulta con el médico de cabecera para conocer con cuáles de ellos pueden manifestar estas interacciones. Hasta entonces, se debe tener presente que si se está bajo tratamiento con alguna de las drogas antes mencionadas, es mejor no tomar alcohol. No obstante, no hay que olvidar que, por sí mismo, el etilismo agudo puede precipitar una crisis convulsiva en cualquier persona.
(P0rtal Larroque) =