Recuerdos – Heladas eran las de antes…

*La generación de Brammetal… 
Heladas? Heladas, eran las de antes dicen nuestros padres y abuelos.
Doy fe que cuando éramos niños, hace cuarenta y pico de años, íbamos a la escuela emponchadísimos! Las casas no tenían las comodidades de hoy en día. Quizá había más equidad en la calefacción porque la mayoría nos calentábamos con los «Bram metal» esos que la abuela se encargaba de mantenerlos brillantes ya que su tanque era de bronce. La mecha impecable, para que no hubiera olor a kerosene y a buscar el líquido rosado naranja con la damajuanita a lo del Tico Cabrera o a lo de Machin Taffarel.
Había pocas casas que tenían una estufa hogar, donde la leña hacía brasas rojizas y mantenían el calor inigualable. Entonces las tardecitas del pueblo tenían otro olor, olor a humo y a mala combustión de los calentadores. Muchos hogares más humildes usaban los braseros sobre todo en las zonas rurales y las salamandras y cocinas a leña que servían para hacer los alimentos y mantener el agua caliente.
Lo recuerdo a mi viejo cortando la leña chiquita para que entrara en el habitáculo de la cocina de hierro y muchas veces rezongando porque se volvía el humo y la chimenea no tiraba bien.
Y entonces juntábamos la ropa, tendales de ropa donde éramos tantos miembros en la familia, con ese olorcito a humo que no agradaba a nadie y que despectivamente definíamos como «olor a rancho».
En un rancho se crió mi madre, allá en Las Flores y seguramente esos aromas eran tan cotidianos que no hubiera imaginado calentarse con gas natural con sólo apretar un botoncito. Secar «tendales» de pañales lavados a mano con jabón blanco los días de lluvia, alrededor de la cocinita a leña, que era cocción del guiso, calor de hogar y «secarropa».
Mi niñéz es de bram metal y de lavarropas cilíndrico, de manos frías para enjuagar y tender. Mi niñéz es de sabañones en las orejas y en las manos…
Mi niñez es de bombachas tejidas por la abuela Laura, calentitas pero cómo hacían picar!. Mi niñez es de heladas enormes, el bebedero que estaba atrás de mi casa, era un espejo de hielo que duraba hasta el otro día y se juntaba con la otra helada. 

Mi niñez es de escuelas frías, donde jugábamos a hacer humito con la boca y en los recreos corríamos para jugar a la mancha o a las rondas, o al elástico para entrar en calor.
Los inviernos eran más fríos y largos y de a poco fuimos testigos del cambio climático. Somos protagonistas del desastre ambiental que hemos provocado y que nos contaron que iba a suceder. Lo veíamos lejano a ese pronóstico, por eso cuando vemos blanquear los patios y lugares abiertos éstos días nos retrotraemos a aquella época donde las mandarinas maduraban y se ponían dulces con las heladas.  (*Celia Taffarel)

*Portal Larroque*
Foto: Sergio «Teipon» Taffarel

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