Fue la primera mujer en el mundo en cruzar el Nahuel Huapí y la primera latinoamericana en atravesar el canal de la Mancha; aún recuerda el apoyo de Eva Perón para su proeza; publicará un libro autobiográfico
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*Todos los sábados, Enriqueta Corina Duarte, una mujer de 86 años, se levanta y comienza su ritual; desayuna, prepara su bolso con todo lo necesario para entrenar y emprende su viaje hacia el lugar que la vio crecer: la piscina. Nadar, a ella, le llena el alma. Con la energía que la caracteriza, brazadas y patadas van y vienen hasta finalizar la rutina.
Recuerda los días del pasado con nostalgia… El lago Nahuel Huapí es su casa. Con sus temperaturas heladas y los vientos en contra, fue la primera persona en cruzarlo. Sus ojos celestes se llenan de lágrimas de emoción con cada uno de sus relatos. «El canal de la Mancha es una prueba internacional importantísima, que me enorgullece haber logrado, pero el lago Nahuel Huapí es Argentina y como me recibieron y agasajaron, fue todavía más cariñoso», cuenta.
Números, nombres, fechas, no hay nada que a ella se le escape. Si uno no tuvo la oportunidad de presenciar alguna de sus hazañas, Enriqueta se las arregla para hacerte parte. Se sumerge en el pasado y te introduce en su mar de aventuras sin dejar un detalle librado al azar.
Las fotos del General Perón y su segunda esposa, Eva Duarte, abundan en las paredes de su modesto departamento, ubicado en el barrio porteño de San Telmo. Y este no es un dato menor. Fue Evita quien le brindó la posibilidad de lograr una de sus mayores proezas a nivel deportivo: el cruce del canal de la Mancha, que une Francia con el Reino Unido, en agosto de 1951. Pasaron más de 60 años y lo recuerda como si fuera ayer. Entre encuentros, almuerzos y audiencias de por medio, su relación con la Primera Dama se fue afianzando. «Yo soy la peronista número dos. Le tengo que dejar el primer lugar a ella», dice entre risas.
LOS INICIOS…
Nació en el hospital Rivadavia un 26 de febrero de 1929. Creció y se crió en el barrio de Palermo con su madre, Enriqueta Ibarra García; su padre, Roque Duarte y su hermano Jorge. «Mi mamá era Ibarra García. Mi papá Duarte, toda la familia correntina. A Eva el ‘Duarte’ la conmovía y nunca jamás me preguntó nada y eso que estuvimos muchas veces juntas», recuerda.
Su romance con la natación no comenzó desde pequeña. Por el contrario, Enriqueta fue obligada a practicar el deporte por una cuestión de salud: «Yo no comí hasta los 16 años, me tenían que obligar. Mi mamá era empleada administrativa de un instituto antituberculoso y como a mí me dolieron siempre la espalda y las rodillas, a mis padres les daba miedo que hubiese contraído la enfermedad. Entonces, nos llevaron a un médico junto con mi hermano, que le dijo a nuestros padres: «Son los dos chicos más raquíticos que he visto en mi vida». Fue ahí que les recomendó que comencemos a hacer deporte», dice.
Su padre era empleado del Club Obras Sanitarias. Fue allí que a los 9 años, en clases colectivas, aprendió a nadar sus estilos predilectos: pecho y crawl. Su primera competencia, a los 12 años, fue un éxito rotundo. Luego de finalizada, el entrenador les comentó a los padres que tenía condiciones para ser nadadora.
Sin embargo, el entusiasmo de sus padres no coincidía con el de ella. «A mis padres les gustó la idea. Todo lo resolvían ellos. Yo tenía que hacer lo que ellos decían y nada más. Pensá de qué año estamos hablando. No me consultaron y yo era muy dócil», dice.
Foto: Diego Spivacow / AFV
OLIMPÍADAS DE PERÓN…
A los 19, Enriqueta fue seleccionada para participar de las competencias celebradas en Londres, a las que ella llama «Olimpíadas de Perón». A bordo de un barco italiano emprendieron el viaje hacia Europa sin conocer el destino que les esperaba del otro lado del atlántico. La odisea duró 17 días, en los que no había suficiente lugar para que todos los deportistas entrenaran y al no atenerse a alguna dieta en particular, incrementaron su peso.
En resumidas cuentas, dice que el viaje fue un desastre. «Yo cuento todas las cosas como fueron. A nosotros se nos murió un compañero. Se refiere a Manuel Torrente, esgrimista, que ella cuenta que falleció en el viaje de vuelta por una afección en el apéndice no controlada a tiempo. «Yo no me morí de casualidad, porque Dios no lo permitió», dice. Enriqueta sufría de hipertensión y al ser revisada por el grupo de médicos, no le prescribieron ningún medicamento, a pesar de ser advertidos por sus compañeros.
UN SUEÑO HECHO REALIDAD…
En 1950, la ya profesora de natación, se entera de la prueba internacional que se disputaba en aguas abiertas: el Cruce a Nado del Canal de la Mancha.
Inmediatamente, les comunica a sus padres su interés por participar el año siguiente y movieron cielo y tierra para conseguirle un lugar. Se inscribieron 1551 personas y sólo quedaban seleccionados 20 nadadores de todo el mundo. «Fue un orgullo enorme haber quedado entre tantas personas», dice.
Este suceso marcó un antes y un después en la vida de Enriqueta. Fue la Primera Mujer Latinoamericana en cruzarlo y con sus 13 horas y 26 minutos, ocupó el octavo lugar, superando con holgura al argentino Antonio Albertondo y al peruano Daniel Carpio, que ya habían realizado la prueba antes.
Evita, la apoyó en todo el proceso y es hasta hoy que la Nadadora lamenta no haber podido compartir el triunfo con ella, ya con una avanzada enfermedad cuando Enriqueta retornó a la Argentina.
Fue en esta hazaña que conoció a quien fue su marido: Domingo Ediberto Sanz, médico de deportistas. Dos años después se casaron y tuvieron tres hijos, quienes hoy se encuentran repartidos entre Venezuela y Alemania. Si bien el matrimonio no duró para siempre, como ella hubiera querido, Enriqueta muestra orgullosa una carta que recibió del General Perón en la que el entonces presidente les auguró «felicidad infinita» por la boda consumada.
ORGULLO NACIONAL…
Superación es una palabra recurrente en el diccionario de esta mujer que puso su vida a disposición del deporte. Luchó hasta conseguir todo lo que se propuso. Su gran orgullo es el cruce a nado del lago Nahuel Huapí en marzo de 1963.
Pese a las temperaturas heladas y las difíciles condiciones en las que se encontraba el lago, logró su cometido y se convirtió en la primera persona del mundo en cruzarlo. «Toda la población de Bariloche estaba ahí. Vinieron 6500 personas. La gente se metía vestida en el agua, fue increíble», cuenta emocionada. Desde 2005, Enriqueta organiza año tras año el cruce de este lago que fue testigo de uno de los momentos más maravillosos de su vida.
Después de cuatro horas de intenso diálogo, continúa con el mismo entusiasmo y el asombro sobrevuela en las cuatro paredes del living de su casa. Recortes periodísticos, reconocimientos, medallas y diplomas por donde se mire vislumbran la magnitud de su carrera, que hoy, a sus 86 años, parece no tener techo. Dueña de una vitalidad impactante, Enriqueta va por más: a punto de publicar un libro con sus memorias, sueña con participar del Campeonato Mundial de Natación de 2015, que se celebrará en julio en Kazán, una ciudad al oeste de Rusia.
La conversación concluye ese día, pero hubo un nuevo encuentro. Fue el placer de verla nadar en su religiosa media hora de cada sábado por la mañana. Sube al vestuario y se cambia. Tarda en bajar. Se queda con sus compañeras inmersa en sus relatos, que escuchan absortas y parecen querer más. «Vamos a comer algo así me seguís contando, Enriqueta», le dice una de ellas.