Los suicidas de este fin del mundo.

La historia de Carolina…

“El 13 de mayo de 1998, a la mañana, bañó a su hijo, lo dispuso hermoso. Le dijo –o le pensó—hijo te quiero. Lo vistió, como todos los días lo vestía. Lo llevó al jardín, como todos los días lo llevaba. Lo dejó en la puerta.
“Nadie vio en eso nada raro pero ella ya sabía: había acariciado por última vez esas mejillas, sus ojos habían visto por última vez aquellos ojos. La muerte le goteaba de las manos. Sus dedos eran ya los de una muerta”. Ese día Carolina se suicidó.

suicidio

Esa historia, recorte pequeño y antojadizo, forma parte de una historia monumental, el libro “Los suicidas del fin del mundo”, un acercamiento a un complejo tejido social de un pueblo de la Patagonia, escrito por Leila Guerriero.

Lejos de la Patagonia, en el patio de atrás de una ciudad con ínfulas, suceden muertes así, vidas sofocadas por las tragedias cotidianas, vidas que se estragan en días de sol, en días de primavera, una nena de Bajada Grande, un chico del Volcadero, otro de San Agustín, de Humito, de Mosconi.


Vidas leves que se van de un soplo

La muerte de Andrés, de 16 años, un chico que asistía al quinto año de la Escuela Bazán y Bustos, del barrio El Sol, parece ser sólo la punta del iceberg de un dolor más profundo: chicos que mueren envueltos en el olvido, que se suicidan sin ser noticia, vidas que se apagan antes de tiempo sin que nadie se alarme.

“Nos desbordan los casos, y no sabemos qué hacer”, reconoce la médica Romina Spoturno, responsable del Programa Provincial de Salud Integral de los Adolescentes del Ministerio de Salud. “Las estadísticas de suicidios en nuestros adolescentes no son nada alentadoras y se ubican entre la tercera o cuarta causa de muerte”, agrega.

jovenes-suicidas1Dice que hay condicionantes que empujan a los jóvenes al suicidio, y nombra las drogas, la violencia, las necesidades básicas insatisfechas (NBI), y reclama un trabajo articulado entre todas las áreas del Estado que se involucran con ese problema.

Un asunto burocrático en el exacto límite entre la vida y la muerte, eso, nada más.

Por alguna razón, en el área de Salud Mental de Entre Ríos quedó desestructurado el programa de suicidios, que estaba a cargo de la psicóloga Irene Fucks.

Desde que Alicia Alzugaray, exdirigente de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE), llegó a Salud Mental, quedó desarticulado el programa de abordaje de suicidios.

Pero los suicidios se sostienen

La vida y la muerte es una espiral que se desenvuelve muy a pesar del humor de los funcionarios.
Las estadísticas oficiales lo muestran así. En 2015, hubo 157 suicidios en Entre Ríos, el 87,9% de los casos se trató de hombres. Esos datos indican otro hecho: el 14% de los suicidas tiene menos de 22 años.
Mientras, el Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia (Copnaf), tampoco hace mucho, si es que tiene algo que hacer en este tema.

El Copnaf se ha transformado en una unidad básica y dedica la mayor parte de su tiempo a repartir colchones, resolver rencillas internas, jugar a las escondidas con la Justicia, suplantar funcionarios, promover a otros a cargos en Tribunales.

Un funcionario que se fue, Daniel Cottonaro, ex titular de la Dirección de Rehabilitación y Reparación de Derechos del Copnaf, abandonó el cargo disconforme, dijo, “con el rumbo” de la política del organismo, que encabeza Mercedes Solanas.

jovenesMientras todo eso sucede en oficinas con aire acondicionado, en la periferia ocurren otras cosas.
“En dos meses se han registrado cinco suicidios de alumnos que concurren a las escuelas Esparza y Baxada”, dice la rectora de la Escuela Bazán y Bustos, de barrio El Sol. Lo dice después de enterarse que un alumno de quinto año de su escuela también se ha suicidado.

Una docente que enseña en escuelas de los bordes dice esto: “Los jóvenes no están perdidos, como gustan afirmar con soberbia indignación muchos adultos. Los jóvenes están abandonados”.
Eso: están abandonados. Abandonados a su mala suerte.  (Ricardo Leguizamón / Entre Ríos Ahora)