El flagelo de los entrerrianos, con nombre y apellido…
La historia de Nildo, Elba y sus diez hijos, todos entrerrianos, todos trabajando hoy afuera de sus pagos, como ejemplo del destierro de familias que se contentaban con tierra y libertad. Nada más, nada menos.
*Paz a los que han muerto en el destierro. Paz a los entrerrianos que vieron ahogar sus sueños y tras décadas en añoranzas, dejan hoy sus huesos afuera.
Vuelven con sus sueños, claro. Regresan a su cuna, como el charrúa, por la vía del último suspiro.
¿Tienen los pooles, bancos y fideicomisos licencia social para apropiarse, practicar el extractivismo, expulsar a los trabajadores entrerrianos, y robarles, con sus esperanzas, los olores, los sabores, las amistades, el amor?
¿Quién otorgó al capital financiero y a los capitalistas licencia social para medrar con los sueños de los entrerrianos? ¿Quién, para consolidar un estado de cosas perverso que rompe la biodiversidad y expulsa a las personas, sea afuera del territorio o al hacinamiento en los barrios?
El desarraigo del panzaverde es proverbial. De entrada le borran su historia, su filosofía, su entorno, con una invasión cultural que le hace menospreciar la propia cosmovisión antigua, su modo bien del Abya Yala, y lo aleja del monte, del arroyo, el pastizal, el hermano.
Esa operación lo distancia del pájaro, el trino, el pez; de las fragancias de la naturaleza, del zumbido de un mangangá, como lo aleja de la serenidad que es el hogar del conocimiento y de la amistad. Y le extirpa las luchas que dieron sus ancestros, un Ángel Borda, un Ansina, un Yapicán, obreros, campesinos, montoneros, gente de la tierra; le extirpa las luchas por un mundo hoy ocultado, con valentía y convicciones también burladas.
De una u otra manera nos prepara para echarnos sin darnos espacio al reclamo. Para que parezca un accidente.
Palestina y Argentina
“A Palestina y Argentina/ iremos a sembrar,/ iremos, amigos y hermanos/ a ser libres y a vivir…”.
Esa era la proclama de los judíos venidos de Rusia al monte entrerriano hace siglo y pico.
Alberto Gerchunoff, ruso panzaverde, lo cuenta como nadie podría hacerlo en su obra Los gauchos judíos.
Lo dice en uno de los cuentos, “Llegada de inmigrantes”, y señala la actitud de los recién llegados, ansiosos de cultivar la tierra, de amasar el pan en libertad.
La confluencia de la libertad que es esencia en el charrúa, con las ansias de libertad del inmigrante, era magnífica, y acá encontró sus símbolos en la calandria y en la banda roja.
Dice Gerchunoff que un grupo numeroso esperaba al contingente en Domínguez, y comentaban que el rabino que venía en el tren había estado antes en Palestina, por tierras también.
Notable, la relación del suelo entrerriano con la actual región de los más furiosos enfrentamientos del ser humano. Aquí acertaron, aquí trabajaron, se enamoraron, estudiaron. Aquí el encuentro fue bello.
Todo eso es pasado. Qué lástima. Muchos de los judíos entrerrianos se debieron marchar. Del bullicio de sus colonias queda la mudez de las taperas que lo dice todo.
Se fueron los rusos y sus hijos, como se marcharon italianos, españoles, suizos y franceses, alemanes del Volga, y como antes debieron abandonar la tierra o morir en la resistencia los charrúas, los chanás, los guaraníes, los negros, los gauchos, los criollos. Y bien, el caso que hoy nos toca es el de descendientes de italianos que entraron en sintonía perfecta en el paisaje pero debieron marcharse.
La cosa tiene causas, no es fruto del azar. Unos pocos se quedan, por caso, con la tierra.
Protestantes, judíos, católicos, todos leían la misma Biblia que advierte: “¡Ay de los que juntan casa a casa y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitareis vosotros solos en medio de la tierra?”.
Con tremenda desazón, y a veces con indiferencia, los judíos, católicos y protestantes entrerrianos ven que algunos añaden estancia a estancia hasta ocuparlo todo, pero ni siquiera para habitar solos en medio. Acumulan acá, y viven en Madrid, en Ámsterdam, en Berlín, en Miami, en Buenos Aires. Se nos hace que Dios supo advertir plagas terribles, pero acaparar tierra y no vivir allí es una novedad que supera su imaginación.
Hoy ha muerto Nildo Boari, un entrerriano en el destierro. Y no es noticia porque eso se ha naturalizado. Nadie informará que ha nacido una planta de soja en Diamante, como nadie informará que un obrero entrerriano ha muerto en la provincia de Buenos Aires.
La línea de Almeida
Son miles los que se marchan por falta de oportunidades de trabajo, y un puñado acumula la tierra, en connivencia con banqueros, pooles, políticos, y ante el grito sin eco de uno de cada mil profesionales, uno de cada mil catedráticos, uno de cada mil sindicalistas.
Del asunto no se habla, y es el problema más grave de los entrerrianos: destierro y hacinamiento y destrucción de la naturaleza y destrucción de la armonía y la cosmovisión propia.
Canallada a la luz del día. Los que tienen algún poder ven que el Titanic se hunde con mujeres y niños, y suben al salvavidas subrepticiamente, con cara de yo no fui.
No olvidamos al profesor Manuel Almeida, de Gualeguaychú, que repetía, con un amargo en las manos y amargura, que hay “una línea” en nuestra tierra, que enhebra a los indios, los negros, los gauchos, los gringos. Esa línea se llama desarraigo, destierro. Sino muerte.
Por eso nos conmueve que un sacerdote, de cada mil, aproveche un retiro espiritual para pedir perdón porque las jerarquías colaboraron por siglos con la expulsión de nuestros hermanos. Nos conmueve que un sacerdote, de cada mil, se niegue a pintar un muro con la cara de un Bosco, que acompañaba las incursiones de Roca contra los indios para “civilizar” a los niños mientras masacraban a sus padres.
Siempre hay un cura, un rabino, un pastor de cada mil, que abre los ojos y escapa a la regla.
Nildo ha muerto en el destierro y no es noticia.
No hemos sabido revertir esto. Si empezamos por pedir perdón a los desterrados, a los que se marcharon y a las familias del barrio que no saben qué caracho hacer en medio metro cuadrado, con cinco durmiendo en una habitación, sin trabajo decente a la vista, y con los narcos y los punteros y los punteros narcos rondando como buitres; si empezamos reconociendo nuestro fracaso estruendoso y pidiendo perdón…
Ya lo denunciaron
Antes lo dijeron Luis R. Mac’Kay, Juan Laurentino Ortiz, Marcelino Román, Tomás de Rocamora, José Artigas, Alejo Peyret; lo dijeron Gastón Gori, Arturo Capdevila, Atahualpa Yupanqui, ¿acaso no dan ellos con el nivel “académico” exigido por el cientificismo que domina en las universidades?
Sacarle a los obreros el pan de la mesa para pagar estructuras que fructificarán en sirvientes de Monsanto, ¿qué tiene que pasar para que nos de vergüenza?
Nildo Boari, desde su silencio, su humor siempre en alto, su trabajo esforzado sin horarios, sus conocimientos diversos en diversos oficios, sin decir una palabra, sin quejas, nos cachetea la conciencia. Ha muerto en el destierro. Y hay un millón de Nildos, mismo destino.
Ahora, si el hijo de estos pagos y el inmigrante deben irse, ¿hay aquí tierra? ¿Hay libertad?
El gualeyo Luis R. Mac’Kay, tan recordado en algunas ciudades como ignorada es su prédica, tituló “Tierra y libertad” un libro que publicó hace seis décadas. Pedía una revolución agraria. Y la revolución no cuajó, y los entrerrianos lo pagan con el éxodo.
Más allá de las discrepancias que suscita su visión, estamos ante un intelectual que toma diez asuntos principales de la vida y el arraigo y el trabajo, y los analiza. Ahí está su aporte excepcional. El vio que en Entre Ríos, a la par que “engordan las vacas enflaquecen los hombres”, y dijo: “mucha tierra y pocos hombres es rémora”.
Premonición de Ma’Kay…
Mac’Kay explica (a su modo) la necesidad de una revolución agraria.
Seis décadas bastan para demostrar que tenía razón. También podemos señalar que hoy se impone con mayor fuerza la necesidad de una revolución agraria sustentable. No alcanza con la subdivisión de la tierra y el plan integral, debe considerarse el trabajo comunitario, en armonía con la naturaleza, y algo más como condición sine qua non: que el espacio, la superficie, el suelo mismo, y las semillas, no deben ser mercancías para la propiedad privada y la acumulación y la usura. Vicio occidental que repugna al Abya Yala y a la humanidad toda, vicio en los cimientos del régimen expulsor dominante.
Dice Alejo Peyret, impulsor del asociativismo: “Prefiero el arte de alimentar a los hombres, al arte de matarlos; y coloco mucho más alto el mérito del agricultor al del guerrero”.
Dice Arturo Capdevila de los entrerrianos: “Malo, malísimo que las naturales nupcias entre el hombre y la tierra se anulen y se rompan. La tierra en que se nace no es una madre, es una novia, y está pidiendo desposorio. ¡Lo que sería Entre Ríos con los hombres que perdió! Más en donde la tierra yace en la esclavitud estas nupcias con el trabajo son imposibles; la tierra espléndida se queda triste y el novio magnífico se va”.
Y bien: Nildo Boari murió hace pocos días. Un obrero más. Un obrero menos. La tierra espléndida se queda triste…
Se calló una voz llena de anécdotas, de gracia, se calló un acordeón. ¿Quién se enteró en su cuna, Las Mercedes? ¿Pero es que alguien vive aún en el distrito Dos Hermanas, de Gualeguaychú?
¿Quién se enteró en las orillas del Sagastume, donde armó su rancho alguna vez como Atahualpa lo hizo junto al Gualeguay?
¿Quién en Paranacito, de donde Nildo Boari y Elba Chesini, su compañera de Pehuajó Sud (Gualeguaychu), fueron empujados por las inundaciones y la desidia de los de arriba?
¿Pero quién en verdad lamenta en Entre Ríos la muerte de los desterrados? La muerte es natural, no es natural el destierro. Nildo, y antes su esposa Elba, murieron en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Importa cómo les fue, pero lo que subrayamos aquí es que no los dejaron desplegar sus alas en este territorio.
De sus diez hijos entrerrianos, todos vivos, todos obreros entrerrianos, no hay uno solo que viva en Entre Ríos. De sus treinta y cinco nietos, ninguno vive en Entre Ríos. De sus veinte bisnietos, ninguno.
Si sumamos al matrimonio con hijos, yernos y nueras, nietos, bisnietos, rondamos las cien personas. ¿Se comprende la expulsión?
Golpearse el pecho
Hace muchas décadas que el territorio entrerriano expulsa a razón de 40 personas por día hábil. Podríamos decir que los Boari Chesini, en conjunto, son la expresión del sistema expulsor entrerriano en dos jornadas. Y ninguno de ellos ha vuelto, porque las denuncias sobre la perversidad de este sistema no bastan para que los poderosos intenten, siquiera, revertir el flagelo. Flagelo para los que se van y los que están en lista de espera, no para los poderosos claro está.
Los que se han marchado no saben, casi nadie sabe, que su destierro no obedece a un mal negocio, una mala suerte, una mala jugada del clima, no. El sistema capitalista tiene en su centro aquí un plan sistemático de expulsión. El régimen abre espacios a los negocios, y los cierra a la vida. Son zonas de sacrificio, aquí los poderosos sacian sus apetitos de dinero, poder, ventaja, usura.
Hay lugar y riquezas aquí para dos millones, cinco millones, diez millones de personas, sin hacinamiento, pero aquí el capitalismo no es sinónimo de arraigo, ganancia no es compatible con persona. Una de dos, y aquí sobran las personas. Ganancia no es compatible tampoco con biodiversidad, y aquí sobran las personas y la biodiversidad. Ese es el modelo entrerriano.
Luego les hacen sentir culpa por el resto de la vida. Entonces viven en el destierro, y golpeándose el pecho.
No estamos ante un intercambio natural, con migrantes aquí y allá. Para quienes habitamos este bello lugar, el éxodo es destierro, y en el destierro se vive de añoranzas. El paisaje entrerriano es bello, lugar privilegiado para la vida, pero descuajeringado porque le faltan fibras: las mujeres y los hombres echados.
El islero es con el paisaje, está metido en el paisaje, no mira la naturaleza desde arriba, él mismo es la naturaleza, con el pájaro, el pez, el río, el carpincho, la canoa, las sudestadas. ¿A quién le importa que un matrimonio de entrerrianos se muera sin cumplir sus deseos (y sus derechos) de volver, cuando son miles en la misma situación?
La hermana de Elba, Fe Lilí, se murió unos años antes en otra zona de la provincia de Buenos Aires. Su esposo, Rodolfo Romani, volvió y se murió poco después. Entrerrianos en el destierro. Como tantos hacinados en el conurbano. Sabían hacer de todo, y debieron marcharse. La mayoría de sus hijos y nietos viven también afuera.
La otra hermana de Elba y Fe, Quela, vive en Zárate, su esposo Juan Meggiolaro murió también en el destierro. Su vida debió desarrollarse en sus pagos, en Gualeguaychú, pero las fábricas estaban en Zárate, en Campana, de modo que sus hijos y sus nietos despliegan sus vidas por allí.
De tanto en tanto se dan una vuelta, con los bellos recuerdos del pago, y retornan al suelo que les da de comer.
Elba, Nildo, Rodolfo, Fe, Quela, Juan, todos obreros, todos conocedores de las faenas del campo y de la industria, sabedores de las tareas del hogar, la mecánica, la siembra, los canales de riego, lo que sea, el tambo. Laburantes.
Los hemos nombrado porque, si bien el poder político y económico hace lo imposible por ocultarlo, el destierro es noticia, tanto como el confinamiento en los barrios marginales.
Hasta hace pocos años, las estadísticas, los censos, podían constatarse en esa suma de taperas que es el panorama entrerriano. La soja va tapando, la soja arrasa con los últimos árboles, los brocales, los cimientos, los relictos del jardín. Tapa la vida, oculta el destierro.
Para nosotros el destierro sí es noticia. Por cada desterrado muerto afuera debemos informar que ha muerto un desterrado. Cada sueño trunco debe reunirnos para respondernos el por qué.
Dicha para nadie…
¿Quién ha robado los sueños de un millón de entrerrianos? ¿Quién se quedó con sus posibilidades de trabajo, de educación, de vida en este bello suelo? ¿Quién se robó la tierra? ¿Quién arrasó con el jardín?
“Pero allí cerca estaba el desamparo. / Allí cerca había niños rotosos, había madres pálidas… / Hombres, oscuros hombres, con los brazos caídos… / Cuánta dicha que se da para nadie, ay, para nadie. / La madreselva ha florecido y cubre casi el rancho abandonado”, dice Juan L. Ortiz.
Desterrados, o envenenados, hacinados, precarizados, los panzaverdes empezaremos a revertir el flagelo el mismo día que logremos comprender este régimen, cuando veamos que la muerte de los Nildos y Elbas en el destierro sí es noticia. (*Colaboración p/ Portallarroque: Daniel Tirso Fiorotto)