Todo tiene una explicación y nuestra sexóloga nos la da. ¡Tomá nota!
Por Marta Rajtman
A pesar de que cada uno de nosotros es completamente distinto y utiliza distintas técnicas de seducción, su coreografía esencial se inscribe en nuestra psiquis, como consecuencia de la selección, la evolución y el tiempo. Por eso, personas de todas las culturas personifican en sus reuniones sociales, trabajos y diversos puntos de reunión juegos de atracción que muestran inquietantes semejanzas.
CORTEJO
Esta es la secuencia universal del flirteo, el comienzo de una fugaz sincronía amorosa.
– La mirada: no supera los dos o tres segundos, durante los cuales las pupilas se dilatan, para luego apartar la mirada, que, aunque breve, activa nuestra parte cerebral más antigua, lo que provoca interés o rechazo. Entonces, como ya se dijo, tal vez sean los ojos, y no el corazón, donde se inicie el romance, ya que es una mirada penetrante la que provoca la sonrisa en los humanos.
– La conversación: no es tanto lo que se diga sino cómo se diga. La voz pone en superficie las intenciones, el entorno cultural, el nivel de educación y otros detalles que determinarán la continuidad o el fin del flirteo.
– El contacto: por leve que sea, es un claro mensaje que a veces nos detiene y otras nos habilita a cruzar una enorme barrera.
Si ambos siguen charlando, mirando con fijeza y coqueteando, se alcanzará la última etapa del ritual de la conquista: la sincronía física total.
ENAMORAMIENTO
Hasta hace poco, el análisis del amor era territorio de escritores y poetas. Hoy, luego de haber escaneado grandes cantidades de cerebros, sabemos que en este mecanismo de enamoramiento intervienen una gran cantidad de hormonas, descargas neuronales sustancias químicas y múltiples factores biológicos.
Por ejemplo, cuando dos personas se sienten muy atraídas, se segrega en ambas a gran escala una molécula llamada feniletilamina, que agiliza la transmisión de información entre las células y causa esa sensación de euforia, optimismo y energía en la que nos sumergimos cuando nos enamoramos. Así es como perdemos la cabeza, vemos el mundo color de rosa y nos sentimos flotando. Es como si se disparara una señal de alarma, frente a la cual el organismo entra en una especie de ebullición con tal pasión amorosa que muchas veces descontrola la vida. El corazón late más rápido, la presión arterial aumenta, se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular. En fin, lo que Ortega y Gasset describió como «imbecilidad transitoria». Es un estado maravilloso pero no eterno, no es posible mantener bioquímicamente por mucho tiempo. Es el reino del siento-luego-existo, de la carne, las atracciones y repulsiones primarias; territorio donde la razón es una intrusa. Todo es impulso y oleaje químico, donde se asientan el miedo, el orgullo, los celos y el ardor.
AMOR
Luego de un tiempo, la glándula hipófisis segrega dos hormonas: oxitocina y vasopresina, que favorecen la formación de parejas estables. Se las llama «las hormonas del amor y la monogamia» y producen esa sensación de plenitud, que sigue a los encuentros sexuales, para prepararse a manifestaciones más tibias de amor. Aparecen entonces las endorfinas que dan la sensación de seguridad y se abre la etapa del apego, que permite la duración de los vínculos a lo largo del tiempo.