*El homenaje que realizarán este viernes 26 a la revolución federal, a la vida comunitaria y a Francisco Ramírez en el arroyo Ceballos, Larroque. Por Daniel Tirso Fiorotto. (tirsofiorotto@gmail.com)
Juventud. Scout larroquenses en una de sus actividades, plantando un árbol.
A la inocencia niña, al desparpajo de la juventud, nuestra reverencia, cuando se aquieta el día y alguien dice “che y si nos vamos al arroyo, si ponemos los ojos en el horizonte y caminamos”, y el arroyito medio seco, de sequías varias, se relame por volver a esos ojos y mostrarles lo que atesora.
La gurisada se entiende sin esfuerzos por la vía de la música, el amor, el árbol, porque la estupidez de las fronteruchas no es congénita. No hace esfuerzos para reconocer en la palabra un compromiso. Y el compromiso de esta semana con el paisaje todo, incluida la milenaria historia nuestra en este paisaje, puede entenderse como un juramento.PUBLICIDAD
Por otra soberanía
Un grupo de chicas, chicos y jóvenes de la movida Scout de Larroque, en compañía del Grupo de Reflexión Ambiental Mingaché, decidió rendir homenaje a las fuentes, en la lucha autonomista que lleva quinientos años.
Punto de inflexión, una fecha no tan lejana: la Navidad de 1817, por la determinación de entrerrianos y orientales que en los combates de arroyo Ceballos y Santa Bárbara hicieron pata ancha ante una de las invasiones coloniales porteñas, y avivaron las llamas de la revolución federal.
La niñez y la juventud larroqueñas nos están dando un mensaje fuera de lo común, por eso prestamos oídos.
Cuando en la tardecita de este viernes 26 de noviembre descubran un monolito a pasos del arroyo Ceballos estarán asumiendo un compromiso por el objetivo central de aquella paisanada que supo trazarle una raya al atropello. ¿Cuál era esa prioridad casi excluyente? La soberanía particular de los pueblos.
No la soberanía de hoy que parece más un reclamo diplomático y un mapa y un grito para la tribuna, desde un omnipotente y uniformador Estado-nación que pecha por todas las vías a su alcance. La soberanía particular de los pueblos es lo opuesto: da lugar a las comunidades, a las singularidades regionales, a sus modos, sus lenguas, sus alimentos, sus artes, mientras que el Estado-nación hace tabla rasa e impone una identidad importada, extraña, única (lo que ha hecho el racismo argentino por mucho tiempo). Hoy celebramos esta vuelta a la comunidad, a la soberanía de los saberes, que está a nuestro alcance.
En la Pachamama
En la filosofía de nuestro territorio (estrangulada, no muerta), cualquiera fuera la cultura de cada zona debía gozar de autonomía para conocer, relacionarse; desplegar sus modos, aptitudes, voces, trabajos, vínculos con el resto del paisaje. Esa fue la razón de tantos ataques desde la metrópolis.
En este suelo, comunidad y arroyo y árbol caminan de la mano. El antropocentrismo desafina en esta sinfonía.
El arroyo Ceballos es símbolo de una convicción popular que no sabemos bien de dónde heredamos, mucho no importa, pero los 300 años de resistencia de nuestros pueblos a la invasión europea algo nos dicen.
La vecindad encuentra dos por tres algunos signos de vida antigua, como las puntas traslúcidas o las bolas de distintas piedras a metros de Larroque. Es lo que la humedad no pudo destruir, claro está, porque los canastos de fibras, las redes, los ranchos de paja, los utensilios en madera, las indumentarias de algodón y plumas y cueros, todo eso fue reabsorbido por la Pachamama, la madre tierra en armonía. Si hoy mismo nuestros muebles, vajillas y casas fueran biodegradables, y el portalápiz de piedra, dentro de mil años encontrarían sólo una piedra agujereada y pretenderían, desde allí, conocernos. Un absurdo. Algo así nos ocurre con nuestros pueblos ancestrales, aunque la ciencia sorprende con métodos que superan el alcance del ojo y sirven para comprendernos (si no nos enjaulamos en compartimentos estancos).
Rueda de mate
Un combate es central para interpretar nuestro devenir histórico. Toda una energía se concentra allí, y queda registrado. Pero el combate es como la boleadora o el portalápiz porque días antes y después y en esa misma jornada navideña hubo en la región mujeres y hombres cultivando la amistad y el amor; tejiendo la vida para alimentarse, vestirse, guardarse de fríos y calores extremos y tempestades, transmitir los conocimientos, curarse de enfermedades, conversar con otras personas, otros grupos, cuidarse mutuamente, formar familias, ponerle atención a la gurisada, manifestar sus oraciones, en fin.
Plantar un monolito, entonces, equivale a recordar esos minutos de batalla y todo lo que hay alrededor en tiempo y espacio, o sin tiempo. ¿Qué había entonces en nuestra zona? Un tejido comunitario vigoroso y elástico, corazón tierno y fibra fuerte de caranday, como dice el chamamé, con grupos migrantes adaptados a los ciclos de la naturaleza, con una actitud de mínima invasión.
Ahí “las casas”, o mejor “lah casah”, que es decir el hogar ampliado, el pago de uno, con sus modos, amistades, oficios, recuerdos, árboles, pájaros. Y en “lah casah”, el fogón familiar, el fogón asambleario, la rueda de mate que aquí es una tradición milenaria. El mate nos incorpora al paisaje, tiende puentes entre las personas y con el resto de la biodiversidad; el mate rompe fronteras e invita a la ronda a los antepasados y por eso se torna un momento venerable donde manda la palabra, donde no se macanea. Verdad, amistad, tradición viva, pleno siglo XXI.
Un siglo atrás
En números redondos: un siglo y pico atrás del presente fue fundada Larroque (1909) en las márgenes del ferrocarril. Un siglo antes del tren allí, en inmediaciones del arroyo Ceballos, apareció el genio de Francisco Ramírez y su gente (1817) en defensa de las autonomías (luego de la irrupción del criollaje encabezado por Bartolomé Zapata en 1811 en el vuelco independentista). Unas décadas antes de eso, Tomás de Rocamora “fundó” Gualeguay (1783), Gualeguaychú, Concepción del Uruguay. Un siglo antes de eso, allí cerca nomás, se organizaron las reducciones de chanás, charrúas, guaraníes, pampas (Soriano 1664, al sur de lo que sería Gualeguaychú), donde estallaron rebeliones sangrientas por la emancipación y también hubo diálogo a veces y comprensión, aunque todo derivó en violencia contra etnias nativas y exterminio (La Matanza, 1750). Un siglo antes de esas reducciones se unieron cuatro etnias (querandíes, charrúas, guaraníes, chaná timbúes) para hostigar a la primera Buenos Aires hasta su destrucción (1541). Y apenas unas décadas antes arribaron unos barcos a esta tierra (1516) y experimentaron una recepción que, como se ha dicho, no fue un camino de rosas sino una parrilla para Juan Díaz de Solís (más un homenaje que un simple almuerzo).
Las costas de nuestro arroyo Ceballos y sus aledaños escucharon la vida de los criollos y gauchos; de los pueblos charrúa, chaná, guaraní, chaná timbú, yaro, mohán, machado, minuán, que vieron desembarcar al europeo, y de otras culturas conocidas luego por sus cerámicas, huesos tallados, nácar, piedras esféricas, mazas líticas estrelladas; vestigios de miles de años, y el 0,001% de lo que usaban en vida, claro está. Corrió mucha agua, antes que arribaran españoles, portugueses, italianos, alemanes, rusos, árabes a dar nuevos aires a la cultura. La avidez colonial por próceres propios y por desnaturalizar o vaciar la rica historia regional dejó en el olvido a los Mañuá, Caytuá, Abuyabá, Tabobá, Yapicán, Añahualpo, Yandianoca, Yamandú, Campusano, Yasú, Carabí, Naigualvé, Gelubilbé y Doimalnaejé, por nombrar algunos. Del mismo modo quisieron sepultar el combate de arroyo Ceballos, como el del Espinillo que años antes había dado origen a la provincia.
Minga y hospitalidad
Tiempo después del combate de arroyo Ceballos contaban los viajeros y vecinos (como Marcos Sastre, Martiniano Leguizamón, Fray Mocho) que en la zona podían observarse condiciones propias, una idiosincrasia tallada con los siglos, con dos huellas imborrables: por un lado la hospitalidad, por otro lado el trabajo colectivo y festivo llamado minga.
La hospitalidad de nuestra gente ha sido descripta como un gesto extraordinario en el que la persona no piensa en sí misma sino en la otra, y es feliz dando lo que la otra persona necesita, y más. Tiene la particularidad de ser explicada aquí, en las islas, mucho antes de que conociéramos por libros y conferencias el sistema económico guaraní del don, en que los pueblos ancestrales basan la producción y los alimentos. Esta tradición es potenciada con la vida colectiva, que desconoce el individualismo y tantas famitas y egolatrías y narcisismos de la sociedad moderna occidental.
Cuántas respuestas antiguas a problemas de hoy ¿no? Memorias del futuro, les llama Bartomeu Meliá. Y cuántos principios compartidos por distintas civilizaciones del mundo, que en la vorágine actual de competencias y apuros solemos menospreciar.
Rueda de mate, fogón, tejido comunitario, tareas grupales, actitud para la resistencia, tradiciones milenarias, cosmovisiones integradoras de la humanidad en el cosmos, todas expresiones que pueden encontrar un punto de intersección llamado luego, en tiempos de revolución federal artiguista, soberanía particular de los pueblos.
Zapatistas de la primera hora
María Esther de Miguel, larroqueña de fama bien ganada, interpretó eso de la historia larga de su patria desde el título de uno de sus libros, Los que comimos a Solís. ¿Cómo se va almorzar a Solís si su ciudad nació cuatro siglos después? Es una pregunta retórica.
Estamos en un punto neurálgico, si el invasor fue recibido aquí con desconfianza (vaya intuición), y en los aledaños explotó la revolución independentista con Bartolo Zapata a la cabeza (y Pata de Bola, y el Negro Juan, y Juan el Chileno, y tantos, tantas del pago); y luego estalló, en la misma zona, entre Larroque y Gualeguay, el rayo fulminante de Ramírez para sostener la revolución artiguista federal, republicana, comunal, abierta a las etnias diversas; aquel despertar del “tajo auroral” en la bandera. Nosotros (nosotres como dice con creatividad y acierto la juventud), zapatistas del caudillo del sur, Bartolomé Zapata (y de Emiliano); nosotres, artiguistas, ramiristas, y también herederos y herederas de Ramona Garay que cultivó la vida sin escuelas y sabía tejer, ella sí que sabía; pues bien, volvemos hoy la mirada a mujeres y hombres de ayer en el arroyo de siempre, para orientarnos. Y qué podríamos hacer los padres, las abuelas de esta gurisada, sino agradecer que nos ayuden a abrir los ojos.
La movida es alentadora además porque ocurre en este pueblo constituido por panzaverdes de distintas latitudes, familias con origen remoto en este suelo, familias criollas, esclavizadas de etnias africanas, inmigrantes europeas, orientales, uruguayas, de los llamados “canarios” por su cuna en las islas africanas. Si el Abya yala (América) está reunido aquí, sobre un retacito de arcillas.
Más fibra que pólvora
Todo ello reverdece en la decisión de larroquenses que no ven el futuro como algo separado sino como el fruto de una raíz, de una savia.
Claro que en los combates se destaca un jefe, y la verdad que en la mayoría de los casos se trata de un varón. Así las cosas, el combate nos confunde si en vez de reconocer en eso un punto de inflexión lo tomamos como la norma. Hay historiadores que cayeron en ese error y lo difundieron, dentro de un patriarcado que tiñe a nuestra sociedad y en gran medida a la interpretación de nuestra sociedad.
Por eso nuestros próceres son mayoría varones. La mujer ha tenido y tiene roles centrales en la vida comunitaria, donde hay tejido horizontal, no mandato vertical. La interpretación clásica menosprecia esa trama y, si la aprecia, no encuentra allí tantos jefes (para próceres) sino más bien un intercambio natural, generoso, como el sistema que imperó por siglos aquí llamado jopói: manos abiertas mutuamente.
Las mismas personas que de tanto en tanto entraban en combate, en su vida diaria eran o habían sido cazadores, recolectores de frutos, pescadores, horticultores, ceramistas, mujeres y hombres a la par con sus lenguas, artes, gustos.
Para aplaudir de pie, la decisión del grupo Scout San Isidro Labrador, nombre que recuerda a una humildísima familia de trabajadores de la tierra como aquellas y aquellos que en esta zona elaboraban cerámicas con reminiscencias de aves, peces, mamíferos, y en cuyos cuencos la ciencia halló vestigios de calabaza, poroto, maíz. Pero, además, hay en esta juventud una “rama caminantes” que tomó el nombre Arroyo Ceballos, y conocen el compromiso que asumen.
Caminar aquí siempre trae a la memoria el anhelo de la tierra sin mal de nuestros ancestros. Ivy mara ey, o Yvy marane’y, viajes a puro sudor o viajes espirituales a un mundo en el que se puede practicar el ñanderekó, nuestro modo de vida al natural y alegre, en ayuda mutua y gratuita (potiro), como hoy pasa cuando las familias echan la losa de hormigón para la casa nueva, o cuando la paisanada se reúne en la yerra o elabora empanadas al por mayor con vistas al viaje de estudios o a la nueva sala del hospital.
El monolito de dos metros de altura con un mapa del territorio entrerriano y una emblemática pluma de ñandú grabada artesanalmente, reza: “En estas lomadas sobre el arroyo Ceballos, el 25 de diciembre de 1817, los entrerrianos, al mando de Francisco Ramírez y otros comandantes lugareños, derrotaron a las tropas del Directorio sosteniendo el ideario federalista de José G. Artigas y la Liga de los Pueblos Libres”
Uruguayenses
Esa obra será descubierta este viernes que viene junto a un arroyito a veces marcado allí como pidiendo lluvias; un arroyito que dice agua y dice talar y espinillar y tarariras y saberes, artes, luchas; que enlaza nuestras lomadas con el océano. Por allí nomás jugaban al fútbol nuestros jóvenes ancestros, bajo el nombre manga ñembosarái, mucho antes de ver blancos enchapados. Las vueltas de la vida reviven esa tradición en el club.
Larroque no nació en Larroque, tiene cunas diversas, pero se reunió junto a las vías, sobre lomadas altas divisorias de aguas. Allí dos gotas que caen juntitas pueden desencontrarse hasta el recreo del mar. Desde los cuatro puntos cardinales, para ver a Larroque hay que mirar para arriba (si se nos permite la inmodestia).
Así es como la juventud nos enseña a dejarnos fluir en el avenamiento, a inclinarnos ante el arroyo y sus sentidos, para sabernos atravesados por el río, como un Juan Ortiz que vivió allí cerca en una Casa de los Pájaros donde supo ver mucho, desde el cielo “de un azul de pastel”, hasta las caravanas de hombres rotosos con la bolsa al hombro hacia los trenes de carga.
A las 18 habrá un encuentro a campo para descubrir el monolito en el Arroyo Ceballos. A las 20, la comunidad se reunirá en la Biblioteca Popular «J. B. Alberdi» para la presentación de la obra «Francisco Ramírez, el Supremo. ¿Héroe o traidor?» Estarán presentes Américo Schvartzman y Jorge Villanova, autores del libro (con otros quince estudiosos), que viajarán desde Concepción del Uruguay, cuna de Ramírez, donde descolló el genio del francés entrerriano Alberto Larroque, que entre tantos legados dejó una manifestación célebre: “La seule noblesse que j ‘accepte et que j ‘envie c’est la noblesse du coeur”. “La única nobleza que acepto y que envidio es la nobleza del corazón”.
Cuántos motivos, entonces, para saludar la iniciativa de esta gurisada.