*Voces cultivadas por milenios en este continente que llamamos Abya yala, para nombrar a las niñas y los niños que nacen en el siglo XXI.
“Allí está Rosita esperándome embelesada con su nueva nietita Pilmayquén (golondrina)”, nos contaba nuestro amigo Juanjo. (por Daniel T. Fiorotto)
*Pilmayquén, bello nombre como tantos que muestran la confluencia de culturas y que ayudan a extirpar de una vez la discriminación negativa sobre los nombres del Abya yala (América).
El apellido puede ser Devetac, Heichorn, González, Peltzer, Segovia, en fin. Y los nombres, Moisés Guacurarí, Itatí María, Mimbí Malén, Tayna Celeste, voces que enlazan culturas milenarias.
Se trata de voces y combinaciones casi infinitas que bautizan o pueden denominar a nuestras niñas y nuestros niños del siglo XXI, habilitadas por un Código Civil con amplia libertad, y la sola condición que nos previene de la ofensa y el ridículo.
Dador de luz
Hace poco se conoció el revuelo que armaron los padres que nombraron Lucifer a su hijo recién nacido. Lucifer, dador de luz, pero las demás acepciones del nombre, más divulgadas, provocaron impacto en la sociedad.
Los nombres responden a razones y sentimientos de lo más variados. Recordamos por caso al del sindicalista Ángel Jordán, de Gualeguaychú, que llamó “Ateo” a su hijo porque sospechaba de la participación negativa de algún cura en la represión de una manifestación obrera.
No hay que darse por vencido, la elección del nombre puede ser un juego, un ejercicio apasionante y nos estimula para el acceso a culturas diversas del Abya yala, fuentes inagotables.
Podemos llamarnos con nombres griegos, árabes, italianos, españoles, bellos nombres sin dudas, que van y vienen con las modas.
Subidos al desván de los sueños, ¿por qué no Itatí Abilinday Duarte? ¿Por qué no Sayhueque Londero? ¿Por qué no el bello Aymi de los selk’nam para llamar a una bebita de los Hergenreder? Aymi Hergenreder, claro que sí, y no es una novedad. ¿Por qué no Pilmayquén, o Clarisa Quilintay Brau?
Latido de piedra
Quilintay es un antropónimo de los Quilmes. Quizá para no generar dudas sobre el sexo podría ser acompañado con otro, por eso decimos Clarisa, como podríamos llamarla Dana Quilintay, o tal vez Lautaro Quilintay (y es que Quilintay es un apellido también, como Limpay, y en ese caso podría ser resistido en el Registro Civil).
Para los amantes de nombres criollos antiguos, generalmente europeos, una combinación con mapuche: Lorenzo Pincén Ramírez; una combinación con aymara: Inti Cirilo Nader; algunos lazos con el charrúa: Justo Añahualpo Boschetti, Patricio Sepé Muzzachiodi, Itanú Zoilo Ríos.
“Nunca voy a olvidar el nombre del pequeño Itanú, ‘latido de piedra’ en lengua charrúa¬, y los hechos que trajeron a luz pública su existencia y denominación personal y tribal. Fue en abril, el mes que recuerda la matanza de Salsipuedes y el Día de la Nación Charrúa y de la Identidad Indígena”, dice Susana Andrade, y transcribe fragmentos de una carta de la mamá charrúa ante los obstáculos del Registro Civil: “Para los pueblos originarios, para nosotros como charrúas, la piedra tiene vida, la piedra guarda la memoria de los pueblos, guarda la memoria de la gente originaria, porque la piedra estuvo desde siempre, la piedra se acuerda que nació junto al universo, no es un cuerpo muerto, palpita por dentro. Así es la naturaleza de nuestro niño. Su espíritu está protegido por la piedra, es su espíritu hermano, su guardián. La memoria ancestral corre por sus pequeñas venas, revitalizando el legado de nuestros abuelos y abuelas. Pero a su vez es memoria de resistencia y de resistencias continuas de nuestros pueblos, tanto tiempo violentados por una lógica occidental que hoy en día continúa sin respetar culturas”.
Y concluye Andrade: “Como en nuestros ritos espirituales afroindígenas, hay muchas cosas que no me explico pero las entiendo cuando las siento. Eso es magia. Si diéramos más oportunidad al sentimiento sin censuras ni estereotipos, comprenderíamos mejor al otro y seríamos más nosotros mismos, como quiere ser Itanú”.
“Las cosas cantan”, se titula un breve capítulo de la obra Luz, de Fortunato Calderón Correa. “La técnica, el método, el sistema, la voluntad férrea, son medios de ejercer violencia sobre las cosas. Cuando se ejerce violencia sobre ellas las cosas enmudecen”, apunta el escritor, y acude a Rilke: “Permaneced distantes, me gusta escuchar cómo las cosas cantan. Vosotros me matáis todas las cosas”.
Es decir, en distintas culturas y por distintas vías se abre la misma verdad que resume Itanú, latido de piedra.
Lihuen Tabaleste
En algunos casos, los nombres antiguos de este suelo combinan perfectamente con nombre antiguos de otros continentes. Vamos a suponer: Juan Yaro, Eusebio Carimao, Itanú Aparicio.
Cuando el invasor europeo cruzó la cordillera y entró en Cuyo, dicen los historiadores que salieron a recibirlos en paz los caciques Oleiunta, Allalme, Guaymayen, Anato y Tabaleste.
Habituados al Juan, al Pedro, nos costaría un rato más acostumbrarnos al Tabaleste.
Por desconocimiento, las mamás y los papás solemos repetir nombres europeos que no son ni mejores ni peores, es decir, no hay razones para rechazarlos, como no las hay para restringirnos a una nómina acotada.
Conocer alternativas no significa que descartemos, para nada, lo más conocido, pero sí nos amplía el panorama y nos invita a probar, sea por el sonido, por el significado, por razones insondables.
Se ha extendido el uso de nombres de pueblos antiguos para los recién nacidos del siglo XX y principios del XXI. Nahuel, Catriel, son voces lejanas que suenan hoy en nuestras familias.
En otros, el nombre lleva todo un peso simbólico: Guacurarí Dutsch, Leftraru Benetti. (Guacurarí, Leftraru, dos líderes inigualables de las luchas por la emancipación).
Lo mismo Ñamandú Irigoyen, Yamandú Andrade, Caupolicán Borges, por dar ejemplos.
En Uruguay es muy común Tabaré como en México Cuauhtémoc y en la Argentina Itatí, Irupé.
Hay nombres que pueden volver con los tiempos porque poseen un sonido propio: Ñeenguirú (líder de la resistencia guaraní). A veces es cuestión de pronunciar el nombre para que se haga propio, para librarlo de ese sabor exótico que la invasión le encajó justo a los nombres nativos, qué paradoja.
Zumbí Abiarú
Hay nombres que adquieren personalidad luego de trabajar su sonido y conocer su historia: Zumbí, por ejemplo: Zumbí Abiarú Riquelme.
Zumbí, líder de la resistencia de los esclavos en Abya Yala, Abiarú, líder de la resistencia guaraní junto a Ñeenguirú.
Existen nombres de este suelo muy poco difundidos y muy bellos, como Oahari, Guahio, Ñezú, Quaraibí.
Las posibilidades se cuentan por cientos. Hay en internet muchos nombres mapuches, nombres aymaras, nombres del guaraní, y en verdad algunos pueden ser un tanto chocantes para el oído del siglo XXI, pero es cuestión de costumbres nomás. Naigualvé, por ejemplo. Naigualvé Schimp.
Oahari, Arasey, Naaré podrían ser nombres también de niñas. En algunos casos, para evitar confusiones, conviene juntar a otro nombre que distinga con más claridad el sexo, como Valeria Naaré González, Arasey Olivia Burgos. La ley exige que no haya confusión.
Hay centenares de nombres de escaso uso. Cabarí, por caso. Túpac, Venao, Túpac Amaru, Catari, Iramundí, Ypané, Tahiel, Sayri.
¿Cómo te llamás? Túpac Cabarí Ortiz. ¿Y vos? Sayri Mariana Palacios. Las composiciones son refrescantes.
Esa combinación de idiomas en nombres y apellidos suele dar hallazgos musicales. La poeta charrúa Rosa Albariño se recuerda con el nombre Guidaí, en homenaje a la luna, en nuestra antigua lengua.
Una niña de Paraná puede llamarse bellamente Guidaí Naaré Britos. Hay nombres así, pero estos ejemplos son a los fines de esta columna, para probar alternativas menos exploradas, inspirados en la nueva golondrinita Pilmayquén.
Otros, en cambio, dejan mucho que desear, como esa cervecería con cacofonía llamada Cuauhtémoc Moctezuma-Heineken, ¿por qué juntar moc con moc? Claro que Juan Moctezuma Fernández, o Cuauhtémoc Pradelli, cuadran a la perfección.
Hay libros y páginas en internet que ofrecen un vasto panorama a la hora de elegir nombres asiáticos, europeos o del Abya yala, y también africanos (Makena, mujer feliz en Kenia), o maoríes (Aroha, Ari).
Por ejemplo, Ari Makena Sayri Almeida reúne cuatro continentes.
¿Y los nombres de nuestros hermanos kuna de Panamá? Varones Uago, Aiban, Wagua, Dad Neba, Guani; mujeres Gabaryai, Igua, Nadili…
Nelson de León Kantule es un colega periodista y compañero panameño de la cultura Kuna. En su lengua le llaman Dad Neba, abuelo de la llanura. Y es la misma lengua que nos legó el “Abya yala”, el nombre de nuestro continente, tierra en plena madurez, tierra de sangre.
Nombres nativos
Algunas opciones interesantes para descubrir fueron compiladas en la obra “Nombres nativos para nuestros hijos”, de Juan José Rossi.
Va por abecedario de Abailakín (héroe mitológico yámana), a Yuyuta, vocablo selk’nam, con cientos de voces, a sabiendas de que los nombres posibles son miles y miles.
Veamos otros: Abancuy, antropónimo femenino de los Quilmes. Abati, masculino diaguita calchaquí. ¿Tu nombre? Abancuy Garay.
Abilinday es un nombre masculino de los tinogasta, registrado en Catamarca, dice Rossi. Entre los mapuches: Ailén, Aimé, Ailín, Cunepen, Tetruel, Huayquemil, Epehuén, Antúa.
“Las palabras o vocablos seleccionados en Nombres nativos para nuestros hijos son en sí mismos significantes de realidades, sentimientos, hechos y símbolos utilizados en la actualidad con el peso de una larga tradición cultural, a veces con el valor testimonial de un significado histórico por haber sido el nombre de alguna mujer o algún varón destacado en el seno de alguno de los pueblos nativos de nuestra tierra o pertenecer a individuos sobresalientes en la resistencia a la invasión occidental, como fueron, por ejemplo, Tupac Amaru (José Gabriel Condorcanqui), líder del levantamiento de 1780 en el Perú; Sayhueque, gran cacique tehuelche del país de las Manzanas en Argentina derrotado y humillado por el ejército republicano por el solo delito de defender a su tierra y su gente; Foyel, famoso cacique tehuelche que integró el Consejo de Sayhueque, o Maguarí, nombre de cacique chaná que, hacia los 1580, fue de los primeros nativos que vilmente repartió Juan de Garay (considerado todavía por el sistema como un prócer, conquistador y civilizador) en exclusivo beneficio de los invasores”, comenta Juanjo Rossi, como prólogo a su largo listado de nombres para nuestros niños que incluye, claro, la voz mapuche Pillmayquén, golondrina.
Y a cada nombre, una referencia. Yasú, cacique charrúa del siglo XVIII. Súmaj, agraciado, bello, lindo, delicia. Tabaré, cacique guaraní del siglo XVII. Itatí, piedra blanca. Ivotí, flor, capullo. Guaymallén, nombre de cacique mapuche.
Cayuqueo, seis pedernales. Nombre de cacique de origen mapuche que vivió en el sudeste de Córdoba por los años 1820-1850. Caupolicán, nombre mapuche perteneciente a un cacique principal que actuó por los años 1550-60. Encabezó una fuerte resistencia a los españoles…
Tayna Celeste
Calquín, águila, voz mapuche. Catari, serpiente, nombre de uno de los líderes más destacados de la rebelión nativa de 1780. Catriel, nombre de cacique tehuelche. Ananay, qué bonito, voz aymara. Anahí, ceibo, voz guaraní.
Kemal, jefe, voz yámana. Kuriñanku, antropónimo masculino utilizado por los mapuches. Kanindejú, cacique guaraní. Arasé, aurora, alba, voz guaraní. Tayna, primogénito/a, voz aymara. Inacayal, nombre de cacique tehuelche. Inti, sol, voz aymara. Eirú, abeja, guaraní.
Un nombre de fuerte presencia patagónica: Inacayal Cayuqueo Destri (para ponerle un apellido de Paraná).
Cualquiera de estos nombres puede combinarse, claro, con voces de otro idioma. María Arasé López, por caso. Delfina Eirú Morelli, Ananay Ivotí Escobar, y en los varones Leandro Kanindejú Arnau, Súmaj Kuriñanku Maradey, Arandú Herlein, Ñancucheo Krevisky, por intentar algunas fórmulas bellísimas que nos sacan de cierta costumbre de colocar nombres italianos a los apellidos italianos, árabes a los árabes, lo cual ha excluido muchas veces la infinita gama de voces del continente Abya yala y del África, considerando que la invasión atacó los nombres de los continentes invadidos y saqueados.
Esos nombres están en el aire, por ahí afloran en las obras de Rossi, de Carlos Natalio Ceruti, de Pérez Colman, de Ibarra Grasso, de Gusinde…
Sayen Cilaia
Hemos brindado así un pantallazo periodístico de las potencia de los nombres de este suelo. Con ellos podemos avanzar en un aspecto de la emancipación, la resistencia a la colonialidad que también ha dejado rastros en nuestros nombres naturalizados como únicos posibles, y así multiplicados por siglos. Nombres hay miles, los mencionados aquí sólo abren otra ventana a ese paisaje semiocultado, pleno de luz.
Si nos queda un parrafito, agreguemos opciones. Américo Yasú, Sayen Cilaia (wichí y yámana), Guani Quimey (guna y mapuche), Paykin Sal (mocoví y comechingón), Kenai (inuit), Camanha Arandú (kakán-diaguita y guaraní), Huazihul Yandianoca (huarpe y charrúa, dos caciques de primera línea), Killari (luz de luna, quechua), Yana Jailly (extranjera-canción, aymara), Micaela Guyunusa (europeo y charrúa)… Si el nombre gusta, hay modos de buscar el género o interesarse en significados.
Seguirán sin dudas los Daniel, Hugo, Miguel, Antonio, Carlos; las Elena, Cecilia, Jéssica, Silvia, Mónica. Bueno sería volver oídos también a voces expresivas y melodiosas de este suelo que se complementan.
Nada de extravagancias
Las normas permiten hasta tres nombres. Si alguien quiere preservar los nombres de los abuelos Laureano y Víctor, por caso, podrá usar Itanú Víctor Laureano Jacob.
Veamos lo que dice el capítulo 4 del Código Civil sobre los nombres: “Artículo 63.- Reglas concernientes al prenombre. La elección del prenombre está sujeta a las reglas siguientes: a) corresponde a los padres o a las personas a quienes ellos den su autorización para tal fin; a falta o impedimento de uno de los padres, corresponde la elección o dar la autorización al otro; en defecto de todos, debe hacerse por los guardadores, el Ministerio Público o el funcionario del Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas; b) no pueden inscribirse más de tres prenombres, apellidos como prenombres, primeros prenombres idénticos a primeros prenombres de hermanos vivos; tampoco pueden inscribirse prenombres extravagantes; c) pueden inscribirse nombres aborígenes o derivados de voces aborígenes autóctonas y latinoamericanas”.
Ese inciso c del artículo 63 deja abierta la puerta para convertir en nombre propio de una persona una voz nativa. Los padres podrán preguntar, entonces, si un topónimo por ejemplo, puede ser el nombre de su hija o su hijo. Por caso Guayquiraró Erbetta, Ñancay María Schoenfeld. O si una voz muy usual como gurí puede ser el nombre de su hijo: Gurí Martínez, por caso.
“Artículo 64.- Apellido de los hijos. El hijo matrimonial lleva el primer apellido de alguno de los cónyuges; en caso de no haber acuerdo, se determina por sorteo realizado en el Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas. A pedido de los padres, o del interesado con edad y madurez suficiente, se puede agregar el apellido del otro. Todos los hijos de un mismo matrimonio deben llevar el apellido y la integración compuesta que se haya decidido para el primero de los hijos. El hijo extramatrimonial con un solo vínculo filial lleva el apellido de ese progenitor. Si la filiación de ambos padres se determina simultáneamente, se aplica el primer párrafo de este artículo. Si la segunda filiación se determina después, los padres acuerdan el orden; a falta de acuerdo, el juez dispone el orden de los apellidos, según el interés superior del niño”.(*Daniel Tirso Fiorotto)