Historia trágica – Barón Biza, el dandy maldito de las letras argentinas

Cultura – Una trágica historia
Barín Biza, el dandy maldito de la letras argentinas…
Escritor polémico, playboy millonario, empresario con simpatías revolucionarias, su obra suele quedar en un segundo plano frente a su sinuosa vida, plagada de episodios insólitos y oscuros. La reedición de su Biografía definitiva vuelve a echar luz sobre un personaje escandaloso.
Barón Biza publicó su más famosa obra, El derecha de matar, en 1933. Barón Biza publicó su más famosa obra, «El derecha de matar», en 1933.
Fue muchas cosas: escritor, playboy, millonario, izquierdista, pornógrafo, exiliado, empresario, financista de revoluciones, político, concesionario municipal, habitué de prisiones, editor de periódicos, huelguista de hambre, suicida, enamorado e infame. A pesar de tanto ajetreo, la suya parece haber sido una vida sin dirección.
Sobre su fortuna dirá: «Yo no soy culpable de mi riqueza, no hice más que heredarla». En sus novelas siempre hay un personaje asombrado de haberse vuelto instantáneamente adinerado por causa de un certifi cado de defunción del padre y de una partida de nacimiento suya. Quizás haya sido un rentista que creía saber una verdad fea sobre el mundo y no quiso callársela.
Toda su biografía está condensada en anécdotas tremebundas, y el acto final que terminó protagonizando, antes de su muerte por mano propia, lo transformó en un caso literario de «psicopatía criminal». Quedan de él el recuerdo de un acto imperdonable, páginas amarillentas de viejos diarios, y el olvido, cuando no el oprobio. Aun así, la infamia no deja de ser una variante de la fama y esta misma, una boa constrictora.
En vida Barón Biza estuvo eclipsado por el renombre mayor, aunque ocasional, de sus dos mujeres: la aviadora Myriam Stefford y la pedagoga y política radical Clotilde Sabattini.
Otra paradoja de esta historia reside en que este misógino y machista se unió en matrimonio primero con una mujer de mundo y valiente, y luego con una mujer profesional, moderna y feminista, moderada por cierto, pero feminista al fin y al cabo.
Sin embargo, nunca alcanzamos a comprender verdaderamente los movimientos de sístole y diástole de las historias de amor, porque cada corazón es relicario tanto como caja de Pandora y porque algunos hombres y mujeres que han unido sus almas y sus cuerpos parecen prendidos de un juego formidable cuyas reglas nadie más sabe descifrar.
¿Qué es lo que sabía de él cuando encontré sus libros?
Un retrato de pocas piezas sin encastrar y quizás inexactas. Raúl Barón Biza, (cordobés) llegado al mundo un 4 de noviembre de 1899, el mismo año en que nació Jorge Luis Borges. Había sido autor atípico y desafiante. Escribió novelas por las que fue procesado. Era anticlerical. También fue blasfemo, «sexópata» y pionero en el cultivo de oliváceas y en la explotación de minas de wolframio, scheelita y bismuto en las sierras cordobesas.
Había sido el típico argentino rico en París, a la vez dandy y hombre de temple. Estaba omitido. Alguna vez encuesté informalmente a literatos memoriosos y de cierta edad, y de sus testimonios pude tabular una unánime y desdeñosa convicción: que Barón Biza no había sido hombre de letras sino «pornógrafo».
Un sicalíptico.
Que su literatura era «para solteros» y que toda esa temática conmocionante carecía de valor literario. Pero el rubro de folletín de retrete es, en este caso, cómodo, consecuencia de un equívoco. Barón Biza tiene más de moralista bizarro que de pornógrafo y sus libros procesados, más que novelas «eróticas», eran libelos crudos.
Portada de «Barón Biza. El inmoralista», de Christian Ferrer.
Pero la mácula se le había adherido como una rémora. A partir de aquellos juicios por inmoralidad que le inició el Estado argentino en 1933 y luego en 1943, había pasado a ser «el degenerado», el que le restregó el sexo a la sociedad de su tiempo, y en la cara, con un discurso contrario a la hipocresía y a la vez alejado del naturalismo emocional de índole socialista y del llamado romántico a emancipar los sentimientos. En sus libros el sexo blandía espada y red, era gladiatorial, se abría paso con retórica misógina en la era de la liberación femenina.
¿Era para tanto? En cuestiones de erótica, sus novelas, leídas hoy, resultan ser si no pudibundas al menos un poco abstractas. Apenas si hay desnudos. Y sin embargo eran irritantes. Quizás no fuera el sexo, sino algo más, lo que arrastró su figura truculenta hacia los tribunales de justicia y la arropó de una costra de fama hasta su final.
Son innumerables las anécdotas que se le atribuyen. Cuántas son ficticias o auténticas es imposible saberlo ya. Llega un momento en que los mitos se independizan de su fuente: que le envió una bandeja de plata al Papa porque sabía que a los pontífices les interesaba el dinero; que contrató la marquesina de varias librerías céntricas para promocionar sus obras; que se batió a duelo numerosas veces; que organizó una fiesta de disfraces en la que los hijos de la oligarquía se vistieron de inmigrantes pero él llegó de frac y galera y con una beldad del brazo;
Que se tiroteó con su cuñado; que es el protagonista de dos tangos; que estaba emparentado con el Che Guevara; que fue miembro del Jockey Club y que fue expulsado de esa institución; que le pagó una fortuna al maquinista de un tren tan sólo para que detuviera la locomotora y los vagones con el fin de poder contemplar el paisaje; que todos sus libros habrían sido incluidos en el Index Canonicum en tanto literatura vedada para los fieles de la Iglesia Católica Apostólica y Romana;
Que tenía un sirviente negro en su Estancia de Alta Gracia y que había contratado a un «negro», un escritor en las sombras, para que redactara los libros que luego firmaba; que vendió 25 un diamante en el Banco Municipal y que el comprador lo perdió en un taxi y que el taxista lo devolvió al banco; que contrató a dos hombres contrahechos, uno de huesos quebrados y el otro jorobado, para ser custodios del sepulcro faraónico de su esposa muerta; y así sucesivamente.
Tanta fábula extraordinaria eclipsó la obra literaria y resaltó la circunstancia: la vida del autor. Su fracaso es su triunfo, pues un misterio rodea su obra hasta el día de hoy.
(Este texto está incluido en «Barón Biza. El inmoralista», de Christian Ferrer (Sudamericana).
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Myriam Stefford. La historia de la aviadora que cayó en Caucete
                    Myriam Steford, en una fotografía tomada en su época de esplendor como actriz.
En Marayes, departamento Caucete, un monolito con forma piramidal pone a San Juan en los caminos de una historia de pasión y muerte. El monumento recuerda el lugar donde el 26 de agosto de 1931 se estrelló el avión que piloteaba Myriam Stefford, una actriz suiza casada con un millonario cordobés. En una época en la que casi no había aviadoras, intentó unir catorce provincias argentinas en un biplaza. Un desperfecto precipitó el avión en tierra sanjuanina.
La actriz y aviadora junto con su esposo argentino, Raúl Barón Biza.
Myriam Stefford fue una “starlet”, estrella de la pantalla y algunos escenarios europeos. Su verdadero nombre era Rosa Margarita Rossi Hoffman. Era hija de padres italianos y nació en Berna, Suiza, en el año 1905. Su padre trabajaba en unafábrica de chocolates y su madre era ama de casa.
Cuando tenía quince años Rosa Margarita escapó de la tranquilidad de su casa y comenzó a recorrer las calles de Viena y Budapest. Así, llegó al teatro y empezó a desenvolverse como actriz, “sin más talento que su belleza”. Desde entonces comenzó a usar el nombre artístico “Myriam Stefford”. Subió a los escenarios de Viena y actuó en las películas alemanas “Póquer de ases”, “Moulin Rouge” y “La duquesa de Chicago”.

En Viena conoció al millonario argentino Raúl Barón Biza. Según la mayoría de las fuentes, esto sucedió en el año 1928, cuando ella tenía 23 y él casi treinta años. El joven era un extranjero de posición acomodada que, en ese momento, se dedicaba a escribir, estudiar, viajar y conocer las regiones de la tradicional y antigua Europa.

Al toparse con Myriam, Barón quedó eclipsado. En uno de sus libros, “Derecho de matar”, describió a la joven: «boca pequeña de labios pintados, tibios, húmedos. Boca de carmín, tenía ese rictus embustero, delicioso y un poco canalla de todas las divinas bocas nacidas para mentir y besar».

Oriundos de mundos distantes y diferentes, Barón Biza y Myriam Stefford se casaron en la Catedral de San Marcos, en Venecia, en el año 1930. El casamiento fue uno de los acontecimientos sociales del año, seguido con atención y exageración por la prensa argentina. En Europa fue motivo de reunión para importantes figuras de la realeza: príncipes, baronesas, condes y condesas, que acompañaron la celebración de los jóvenes.
Myriam Steford, con su atuendo de piloto.
Una vez casados decidieron radicarse en Argentina. Vivían en Buenos Aires, en una casona frente a la plaza Francia. Además, con frecuencia, visitaban la estancia que Raúl Barón tenía en Alta Gracia, Córdoba. La propiedad se llamaba “Los cerrillos”, pero el hombre eclipsado la rebautizó con el nombre de su esposa: “Myriam Stefford”. Incluso, a la gran casa que tenía el terreno,le colocó pisos que tenían selladas las iniciales de la joven suiza.
Vivían despreocupados, disfrutando de las riquezas que la familia Barón Biza poseía. La muchacha europea lucía pieles, tapados, y extravagantes joyas, entre las que se destacaban un brazalete de oro y un anillo que alojaba un diamante de 45 kilates, que era conocido como la“Cruz del sur”.
Recorte de uno de los diarios que publicó información sobre el accidente de aviación ocurrido en San Juan.
Una aviadora ambiciosa
Barón entregaba todo cuanto podía a su esposa. Así también, laanimó a incursionar en la aviación, algo totalmente extravagante para las mujeres de esa época. Ella era “una mujer valiente, intrépida, capaz de todo”. El vuelo era solo un reto más para su joven espíritu. «Quiero iniciar un vuelo de largo aliento y llegar con mi avión donde nunca llegó otra mujer», decía Myriam. Su gran anhelo era convertirse en la primera aviadora que uniera Argentina con Estados Unidos.
En poco tiempo Myriam consiguió el permiso de piloto civil y eligió como su instructor de vuelo a Luis Fuchs, un alemán veterano de la Primera Guerra. Su esposo le regaló un pequeño monoplano biplaza de ala baja, un BFW con motor de 80 caballos construido en madera de pino. Stefford bautizó el regalo de su marido con el nombre “Chingolo I”.
El primer desafío que Myriam se propuso fue unir las capitales de catorce provincias argentinas. El 18 de agosto de 1931, junto a su instructor, comenzó el circuito partiendo del aeródromo de Morón. La primera etapa del recorrido terminó en Corrientes y, al día siguiente, volaron a Santiago del Estero. El tercer paso fue llegar a Jujuy, donde tuvieron los primeros inconvenientes. Al aterrizar chocaron contra un alambrado que destruyó el aeroplano casi por completo.
Vista del monolito que recuerda, en Marayes, San Juan, el lugar donde cayó el avión de Myriam Steford.
Myriam no se dio por vencida y aceptó un avión prestado por el piloto Mario Debussy. Entonces, acompañada siempre por Luis Fuchs, Stefford continuó su travesía y voló a Salta, luego a Tucumán y a La Rioja.
El 26 de agosto, cuando viajaban a San Juan, sobre la localidad de Marayes, el monoplano sufrió un desperfecto. La roturade la avioneta terminaría con la vida de Myriam Stefford y la de su instructor.
La historia del accidente de Myriam está teñida de mitos e hipótesis. Una sostiene que Barón Biza sospechaba que existiera un romance entre su mujer y Luis Fuch. Por eso, poseído por sus celos, habría limado la chaveta del motor del avión para provocar la caída. Sin embargo, las pericias policiales nunca pudieron comprobar esto.
El monumento de Alta Gracia, Córdoba, en los años 70 del siglo pasado.
Los monumentos
La verdad es que, ante la muerte de su esposa, la pena de Raúl Barón Biza fue tan grande que construyó para ella el mausoleo más imponente de todo el país. Además, la construcción ha sido considerada por algunos como el segundo monumento al amor más grande en todo el mundo, después del Taj Mahal.
En realidad Raúl construyó dos monumentos: un monolito en el lugar donde cayó el avión, en los campos de Marayes, y una gran tumba en la localidad de Alta Gracia, en Córdoba. Para la edificación de esta última Barón contrató más de 100 obreros, que trabajaron bajo la orden del ingeniero Fausto Newton. Durante un año, entre 1935 y 1936, levantaron un mausoleo de 82 metros de altura, más alto que el obelisco de Buenos Aires. La construcción tiene la forma de un ala de avión, está hecha de hormigón armado con hierro y simboliza la eternidad.
Los mitos también se erigen en torno a la tumba cordobesa. Algunos dicen que Barón Biza enterró a Myriam con sus joyas, valuadas en millones de dólares, varios metros por debajo del nivel del suelo. Otros agregan que el sepulcro tieneuna maldición y que esta caerá sobre cualquiera que intente profanar el lugar y las pertenencias que alberga.
Lo cierto es que Barón Biza dejó algunas placas que rezan las siguientes frases: «Maldito sea el que profane esta tumba» y «Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que en su audacia quiso llegar hasta las águilas».
Después de su construcción la tumba fue profanada varias veces. Se robaron algunas pertenencias como el reloj de vuelo de Stefford y el timón del avión estrellado, que estaban guardados en vitrinas. Junto a esas piezas Barón había dejado un mensaje “Había llegado a estas tierras de la milenaria y montañosa Suiza; era esencialmente femenina y presentaba la dualidad nerviosa de su época. Sus veintidós años le hicieron prometer que cumpliría un largo raid y lo cumplió hasta donde pudo, es decir, hasta la muerte”.
Durante varios años el mausoleo quedó abandonado y librado a la suerte de los que pasaban por el lugar. Sin embargo, en el siglo XXI, la municipalidad de Alta Gracia trabaja por recuperar el monumento y convertirlo en una atracción turística.
El monumento de Córdoba, en una foto tomada en 2008.
Durante décadas se vendieron postales con la imagen del imponente monumento.
Durante décadas se vendieron postales con la imagen del imponente monumento.

Raúl Barón Biza y una historia de terror
Raúl era hijo de los millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza, poseedores de grandes latifundios en la provincia de Córdoba. Nació en 1899, en Buenos Aires y fue el menor de cinco hermanos.
Siendo joven militó en el partido radical y apoyó a Hipólito Yrigoyen, algo fuera de lo común entre las personas de su estrato social. Formó parte del mundo de las letras y cuando tenía 19 años publicó su primer libro “De ensueño”. En la década infame, en Argentina, Raúl Barón publicó un diario opositor y fue obligado a exiliarse en Uruguay.
Luego de la muerte de su primera esposa, comenzó una relación romántica clandestina con Rosa Clotilde Sabattini, veinte años menor que él e hija de un íntimo amigo, el líder radical Amadeo Sabattini. En 1935, en secreto, contrajo matrimonio con la joven y los primeros años que estuvieron juntos vivieron en Europa, donde Clotilde había ganado una beca. En 1940 regresaron al país, pero la persecución del gobierno peronista los obligó a exiliarse en Montevideo. En Uruguay nacieron los tres hijos de la pareja: Carlos, Jorge y María Cristina. Recién en octubre de 1950, la familia pudo regresar Argentina.
                                                                               Raúl Barón Biza y Jorge Barón Sabattini.
El final de Barón Biza
Al momento de volver del exilio en Montevideo, las diferencias en el matrimonio de Raúl y Clotilde eran extremas. Barón Biza llegó a batirse a duelo con el hermano de su mujer, Alberto Sabattini. Producto de ese enfrentamiento ambos resultaron heridos de bala.
En 1953 Barón y Sabattini se separaron definitivamente. Una década después, en el 16 de agosto de 1964 la ex pareja volvería a encontrarse por última vez. En esa fecha Clotilde, junto a sus abogados, visitaron el departamento de Barón Biza para terminar los trámites del divorcio. En la reunión, Raúl ofreció a los invitados a beber un vaso de whisky. Mientras conversaban, repentinamente, lanzó el contenido de uno de los vasos sobre el rostro de su esposa. El recipiente contenía ácido clorhídrico. El líquido quemó el rostro, el pecho y las manos de la mujer.
Inmediatamente después del agravio Raúl Barón escapó de su departamento, mientras los letrados socorrían a Clotilde Sabattini y la trasladaban al Hospital del Quemado. Además, los profesionales se encargaron de hacer la respectiva denuncia contra Barón.
Al día siguiente del escandaloso episodio, la policía allanó la casa de Raúl. Allí, en su dormitorio, encontraron el cuerpo del hombre, que se había disparado en la sien. Desde entonces, el que supo ser un excéntrico millonario de los latifundios cordobeses, descansa bajo uno de los olivos la estancia “Myriam Stefford”, en Alta Gracia, cerca del mausoleo de su primera mujer.
En 1978, Clotilde –cuyas heridas por el ataque con ácido derivaron en cicatrices permanentes- se arrojó desde la ventana del departamento donde, varios años antes, había sufrido el ataque de ex esposo.
Jorge Barón Sabattini, uno de los tres hijos de Clotilde y Raúl, fue periodista, escritor y docente. Escribió “El desierto y su semilla”, una novela que repasa la historia de amor y odio de su familia. Jorge se arrojó de un 12 piso, de un edificio de Córdoba.
(Cultura Infobae)

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(Cultura Infobae y fotos de internet)