René Favaloro en la intimidad – Charlas, humoradas y otras anécdotas en el quirófano.

«Era un tren de alta velocidad», recuerda el cirujano Fernando Boullon, que trabajó con Favaloro por 16 años; acaba de publicar un libro sobre la intimidad del hombre detrás del aclamado médico.

René Favaloro, el hombre que revolucionó la cirugía cardíaca. Foto: Miguel Ángel Generoso
René Favaloro, el hombre que revolucionó la cirugía cardíaca. Foto: Miguel Ángel Generoso

Como si se dispusiera a una cirugía a corazón abierto, quizá la más difícil de todas, el médico cirujano Fernando Boullon, discípulo de Favaloro, escribe sobre ese hombre. «Uno tiene que recordar a sus maestros, a la gente que nos ha marcado en el camino», dice el autor del libro Favaloro, el corazón en las manos (Sudamericana). Y afina su pulso para aplicar el bisturí en el punto exacto que quiere tocar antes de llegar a las anécdotas de quirófano. «Se habla mucho del Favaloro suicida. Creo que este libro es todo lo contrario: mostrar la persona que fue. Todo lo que intentó, sus esfuerzos gigantes. Fue una época tan feliz de mi vida la que pasé con él».

Favaloro se suicidó el 29 de julio de 2000 disparándose un tiro en el pecho. Dejó una carta al entonces presidente Fernando De la Rúa, donde reconocía que estaba cansado de luchar. También pedía un salvataje económico para su fundación, en medio de críticas al sistema de salud público y denuncias por la corrupción social.

– ¿Cómo era ese hombre?

-Era un tren de alta velocidad. El tren no pensaba detenerse. Jamás tuvo dedicación para enseñar, la teníamos que poner nosotros. El era un torbellino en el quirófano. Había residentes que escuchaban música clásica para soportar, otros se iban a los tres meses. Había que aguantar ese tren. Y si algo lo detenía se enojaba muchísimo. Porque lo grande de René es el cerebro. Las manos, sí; pero el cerebro más.

Por momentos Boullon describe a su maestro en presente, como si esa rapidez que ya no volvió a reconocer en nadie aún persistiera.

Cuenta una anécdota que revela la magnitud de esa mente veloz. Operaban a un famoso jugador de fútbol y su yerno, que era cirujano, había pedido estar. Boullon lo autorizó, aunque no se lo comunicó a Favaloro que, cuando llegó a suturar al paciente, comentó: «Este era un choborra total. Si no tenía medio troli encima, no la veía ni cuadrada». Boullon le hacía muecas detrás de las lupas y el barbijo, pero sin suerte. En un momento se acercó y le dijo despacio: «El yerno está arriba». En el acto cambió el discurso. «Qué cosa el alcoholismo. Si habré sacado a mi padre de los bares». Don José Favaloro pasó a ser borracho y el futbolista, Jesús. Empezó relatar los goles de cuarenta metros y las proezas más monumentales que recordaba. Todo terminó de maravilla.

«He visto pocas veces una rapidez tan grande como la de él. Lo mismo en una cirugía: cuando todos hacíamos agua, él tenía una solución, una alternativa. Esa creación es lo más grande», dice.

– ¿Puteaba mucho cuando algo no le salía?

– [Se ríe] En EE.UU, cuando algún ayudante se incorporaba a la sala de operaciones preguntaba: How many puta madre did he say? Así se hacían una idea como para saber cómo entrar al quirófano. Acá lo mismo. Pero no había ningún resentimiento porque eso era una olla a presión y así descomprimía, largaba presión. Después seguía funcionando. René tenía esa explosión y después pedía disculpas a todo el mundo.

Favaloro con Boullon, en un encuentro para concientizar sobre donación de órganos. Foto: Gentileza Fernando Boullon
Favaloro con Boullon, en un encuentro para concientizar sobre donación de órganos. Foto: Gentileza Fernando Boullon

– Por lo que cuenta en el libro eran como una gran familia: ¿Por qué cree que se involucraba tanto desde lo personal?

– ¿Sabe cómo le decíamos nosotros? Don Corleone,el capo de mafia, pero no con el concepto malo, sino el capo bueno. El intervenía en todas nuestras cosas. Eramos una especie de parte suya. Era su personalidad. Hubo parejas que trató de arreglar. Estaba en todo, en cada detalle. Y nosotros éramos un peón, un alfil, un caballo, distintas piezas de más o menos valor, pero piezas de un enorme juego de ajedrez. En algún momento éramos 200 en el servicio y él veía todo.

Boullon recuerda que cuando Favaloro lo veía con mala cara le preguntaba qué pasaba. Una vez él le mencionó que estaba preocupado por la evolución de un paciente, porque algo no había salido bien entonces su maestro le decía: ‘Pensá en el que sigue’. No porque no le importara ese paciente, sino porque entendía que lo sucedido no tenía arreglo. «Con el próximo vas a cometer menos errores. Deprimido no me servís», remataba el hombre que realizó la primera operación de bypass del mundo.

¿Sabés cuánto pesan las crucecitas que vas dejando por tu camino?

Favaloro era implacable. Boullon, formado por él en el quirófano, su primer hogar, recuerda que cuando una operación a corazón abierto, de las difíciles, salía bien no les decía nada. Pero si algo iba mal, repetía su frase: ‘¿Sabés cuánto pesan las crucecitas que vas dejando por tu camino?’. Ahora Boullon, en diálogo con LA NACION replica: «¿Se imagina lo que dolía eso? El era duro». El maestro les llevaba 20 años a los demás médicos del staff, tenía 5000 cirugías a corazón abierto; sus aprendices pocas o ninguna.

Hoy Boullon cuenta en su haber con 14.000 cirugías de corazón, más de 260 trasplantes renales, 140 cardíacos y uno cardiopulmonar. Con más de 70 años, continúa operando.

– Cuenta en el libro que no tenían navidades…

– Nada. Operábamos Navidades, Año Nuevo, todas las fiestas. No me acuerdo de haber pasado ninguna fiesta importante sin operar. Se operaba sin límite, no paraba nunca el servicio. Era la personalidad de él dejar todo ahí, tenía esa manera de ver la vida: vivió para la medicina y murió con esa idea.

LA CERCANÍA DE LA MUERTE

Cuenta Boullon que el día que le pidieron la renuncia a Favaloro él ya no estaba en su staff. Trabajaron juntos entre 1972 y 1988. «Me imagino que fue la muerte para él», dice. «Había llamado a varios exdirigentes, directores del PAMI, gente del gobierno de [Fernando] De la Rúa y grandes industriales. El tenía que echar a 700 personas y como le dijo al juez en la carta, no iba a poder mirar a la cara a esa gente. Estoy seguro, después de haber estado tantos años con él, que no iba a poder hacerlo. Ese día tomó la frase que nos había dicho en el quirófano».

– ¿Qué frase?

– Estábamos operando y hablábamos de cualquier cosa. El tema fundamental es que no perdíamos el tiempo, seguíamos para adelante, pero charlábamos de distintas cosas. Alguna vez me preguntó: ¿vos cómo te suicidarías? Doctor, le dije, no me pienso suicidar. Bueno, pero si tuvieras que suicidarte, me dijo. Bueno, una bala de alta potencia y por la boca. ¡No, no, no, no! Se puso loco y me dijo: hay que dispararse en el corazón, nosotros sabemos de anatomía. Ahí no te equivocás. Porque en la cabeza por ahí te quedás ciego o medio boludo y vivo.

Un hombre decidido a cumplir su camino. Y alguien que convivía a diario con la muerte, incluso conversaba con ella. «Recuerdo que hasta la veíamos nosotros en el quirófano, porque es una imagen muy fuerte. Decía: ‘A éste no te lo vas a llevar, a este no te lo llevás’. Muchas veces la muerte se quedaba con las ganas porque andaba todo bien pese a las dificultades», recuerda Boullon. Estaba cerca de la muerte, el riesgo de la cirugía cardíaca nunca es cero.

Favaloro vivió y murió por la medicina, cuenta Boullon. Foto: Archivo
Favaloro vivió y murió por la medicina, cuenta Boullon. Foto: Archivo

El cirujano relata una historia vivida en el quirófano que se presenta con el subtítulo «creer o reventar». Cuenta Boullon que una vez operaron a una monja por una «insuficiencia mitral para recambio valvular». Pusieron a la paciente «en bomba», para que el corazón latiera con ayuda de una máquina. Luego Favaloro cambió la válvula sin problemas. Cuando quisieron «salir de bomba» el corazón hacía dos latidos normales y luego se fibrilaba (no latía armónicamente). Se la chocó eléctricamente en forma repetida y no cambiaba. Después de media hora de intentos inútiles Favaloro tomó el corazón en la mano y lo apretó; lo dejó de nuevo en el tórax abierto. Pensaron que había que hablar con la familia, informarle que la paciente había fallecido, pero el corazón empezó a latir normalmente.

El libro, de casi 300 páginas, se trama entre anécdotas que van dando cuenta de la personalidad de ese hombre. De una familia de clase media, Favaloro nunca tuvo grandes pretensiones materiales. Relata Boullon que el maestro conducía un Renault 12 break (un auto medio pelo para la época) y siempre decía que soñaba con un auto de techo corredizo. Una mañana Juan Manuel Fangio, alguien a quien Favaloro había operado con éxito, le estacionó en la puerta de la fundación un Mercedes 300 color gris con techo corredizo. «Decile que se lo lleven. El doctor Favaloro no va a andar en un Mercedes mientras no haya una mamadera para cada chico en la Argentina», le respondió a su colega. «Que se lo lleven».

Decile que se lo lleven. El doctor Favaloro no va a andar en un Mercedes

– ¿Cree que cambió algo con la muerte de Favaloro?

– Su muerte desgraciadamente no sirvió para mejorar nada. Está peor. Hay tantos intereses creados. El tenía la idea de que había que tener un sistema general de salud como tiene Europa. Todas esas historias se quedaron en su esfuerzo. La Argentina tiene una gran chance y le tiene que dar salud a 40 millones, por constitución nacional. Esas son palabras que repetía Favaloro.

Fuente: La nación