
De cómo Larroque irá recuperando su yanantin
(por Daniel Tirso Fiorotto)
Mi pueblo muestra un condensado panzaverde en frasco chico. Viene
bien este aniversario 106 del 1ro. de diciembre, como excusa para volver al pago desde las culturas milenarias del suelo y recuperar el diálogo urbano campesino.
Si me preguntan por Larroque hablaré de esa bella loma donde el payador Néstor Fabián Suárez improvisa unas décimas con aires orientales; donde Luis Lonardi, el Gringo, le canta al mate amargo cimarrón, con un aplauso encendido. Larroque es un criollo y un gringo abrazados en la tradición milenaria.
Es el pago de los Menguecho, Lula, Lulita, Capincho y Ñandú. De los Chala y Chilolo. Aquí la Tunga, allá el Pilolo, por ahí Belica y los Palitos varios; Pancha, Catrila y Vaca Larga.
Gritamos “hiyacuero” y nos saludamos con una chanza a lo Patricio Maciel, que revoleaba el látigo para agarrarse del cielo, gaucho de una sola pieza.
Las mujeres
Si hay Sanduende y Olmedo, si hay Bustos, Sellanes, Videla, Otero, Toloza y Cazaux, fija que es Larroque. Con los Caram y los Chaia y una banda de obreros del Véneto que desembarcaron en la estancia La Palma de Morán y voltearon el cerco… No le busquemos padre a un pueblo que salta los tapiales.
500 años de bomberos no le apagaron el fuego: bellas por donde se las
mire, nuestras mujeres no piden permiso para el cuándo y el con quién, ni para parir un apellido materno. Eso tiene Larroque también de rebelión.
Habrá que ensillar el mate porque vamos a intentar un paseo por “las casas”, el hogar de uno con su familia, sus árboles, sus canciones, su corazón, sus juegos, sus luchas, y ojo: con su desnudez. Ahí los trinos, los sueños, los oficios, los amores.
Y las anécdotas, claro. Me acuerdo un cumpleaños, para la primavera, con la visita de los compañeros de la Escuela Grande. Campesino ya medio criado, los convidé a andar a caballo. Montamos en pelo nomás, y éramos tres o cuatro jinetes en ancas. La víctima rumbeó al tajamar,
bajó el pescuezo por unos tragos y nos lanzó al barro en tobogán. Así me curó de vanidad el Colorado, diría Atahualpa.
Historias bellas y de las otras fueron abortadas por el régimen en los distritos Talitas, Cuchilla, Pehuajó, donde bulle Larroque, porque el régimen (repito) condena a muchos al destierro.
Las mujeres y los hombres que vivieron aquí por miles de años y podían llamarse Guyunusa, Noilisie o Cloyán; tanto los que se alimentaban con carnes y frutos del monte como los que cultivaban el maíz, vivían libres
de propiedad y egoísmo, virus que desembarcaron aquí con otras lepras hace cinco siglos.
Solís y la resistencia
Los primeros sobrevivientes pegaron la vuelta porque acá los atacaron con saña y se comieron al jefe: Juan Díaz de Solís. María Esther de Miguel los recuerda en un título: Los que comimos a Solís.
Pudo tratarse de un cuento para justificar el rebote. Si ocurrió, fueron los guaraníes, dice el antropólogo santafesino Carlos Natalio Ceruti, y es que no hay indicios de canibalismo en los charrúas.
Como sea, los europeos se toparan con el horcón del medio y contamos, entonces, 500 años de resistencia de los pueblos que habitaron lo que ahora es Larroque, Gualeguay, Ibicuy, Paranacito, Gualeguaychú, Soriano, Colonia, Nueva Palmira, Fray Bentos, en fin: los pagos de uno.
No les falló el olfato: el territorio fue cruzado con cuatro líneas imaginarias y repartido entre invasores, amigos y parientes. (La política moderna no inventó nada). Y el indio quiso hacer nido y el cura le explicó que no había dónde, porque todo fue bien perfumado con inciensos.
Bartolomé Zapata
Ya en el siglo 18, Tomás de Rocamora le anticipó al virrey que la
concentración de la propiedad de la tierra era el principal escollo para que Entre Ríos fuera “la mejor provincia de Abya yala” (él le decía América, claro). Y acertó: los hacendados le hicieron la vida imposible hasta que se marchó, y la propiedad y el uso de la tierra siguen siendo (pooles incluidos) una rémora.
Por allá, la revolución y el suplicio de Tupac Amaru y Micaela; por acá, Rocamora lidiando con los ricos. Treinta años después, entre Larroque y Gualeguay se alzó el primer caudillo entrerriano, Bartolomé Zapata, con varios jinetes. Del otro lado del río Uruguay gritaron los orientales en el Asencio. La conciencia anticolonial seguía en 1811 a dos bandas.
Veníamos mal, y acentuamos la escalada de odio el día que los porteños
(cuándo no) nos entregaron al virrey Elío con asiento en Montevideo. De ahí el éxodo oriental y tantas prevenciones que aún hoy mostramos con la metrópolis.
¿Trescientos años no es nada? Que lo digan Yapicán, Añahualpo, Abayubá, Yandianoca, Tabobá, Yamandú, Mañuá, Carabí, por nombrar algunos de nuestros próceres extirpados del altar de la patria. Si fue erigido por la metrópolis, no calzan allí indios, negros ni mujeres.
De Artigas a
López Jordán
Los centenarios engañan si menospreciamos los 12 mil años anteriores. Son aniversarios de la juntada de casas, en este caso al borde de las vías.
La resistencia revolucionaria encabezada por Bartolo Zapata recuperó a medias una antigua unidad (ya milenaria) de nuestros pueblos, en la comunidad, la complementariedad, la vida en-la-naturaleza y no frente-a…
Ya en 1815 se consumaría la Liga de los Pueblos Libres bajo la protección del caraí guazú José Artigas y la banda roja. Con alta inversión en sangre guaraní, charrúa, africana, gaucha.
Flor de chasco se llevó el invasor en la Navidad de 1817, cuando irrumpió al galope Francisco Ramírez bien cerquita de Larroque, en la juntura de orientales y panzaverdes contra los porteños.
Nuestro pueblo luce en su trama una fibra canaria. Bentancourt, Núñez, Silveyra, Ferreri, Parrilla, Cabrera, Pradal, Silva, Álvarez, García, Montelongo; decenas de apellidos canarios, o maragatos como los Dearma, y otros orientales entrerrianos. “Nos conocían por canarios, de mote. Pero es por envidia, vido”, decía Ramona Garay mientras tejía carpetitas a los 102 (y vivió 106 años), tocada por el uso peyorativo del “canario”, como inmigrante pobre, y su derivación en las “canariadas”.
Los apellidos criollos de hoy (algunos de ellos tapando un prohibido nombre indio o africano que se rebela en la piel), se repiten por ejemplo en las luchas jordanistas (la llamada “barbarie”). Bastiones federales contra la “civilización” que llegaba en el caño de los Remington.
Aquí pusieron el cuero los Martínez, Correa, Benítez, Castromán, Ramírez, González, Olivera, Leiva, Nievas, Machado, Gómez, Romero, en fin. Dice Mirandolina Ramírez Maciel, esa alegre enfermera talitera que ayudó a nacer a cuántos (cuando se podía nacer en Larroque): “Mi abuelo Quiterio nos contaba del tiempo en que llegaban los malos, que vendrían a ser no sé quiénes… Tenía una foto de López Jordán, pero no sé qué fin llevó”.

Mucho después vendría el “Larroque” de los franceses de Bayona, adjudicado al gran maestro y periodista Alberto Larroque que detestaba el despotismo y por eso fue principal entre los intelectuales jordanistas (aunque el homenaje primigenio apuntó a su hijo que era juez, y también maestro y periodista).
Los criollos cimbraban en las luchas por altos ideales, durante el aluvión europeo de fines del siglo XIX y mucho antes.
Los orientales bandeaban a cuidar el ganado, esquilar, deschalar el maíz. Gauchos y gaúchos, porque no faltaban riograndenses. Mi compañero de banco en el Colegio es (con su familia medio brasilera de antiguos esclavizados) un ejemplo del sacrificio de los más castigados del planeta,
saliendo adelante y, como tantos, también expulsados de este suelo en pleno siglo XX… El destierro aquí, producto de largas arbitrariedades del gran capital, se parece mucho a una fatalidad. Por esa confusión algunos se resignan.
Zona de sacrificio
Primero los indios, luego los gauchos y criollos, más tarde los paisanos obreros de distintas procedencias, y así los también esforzados gringos con abuelos en Italia, Francia, España, Rusia, países árabes. ¿Qué fue de los gauchos judíos? El destierro es la condición permanente.
Hace poco comprobamos el talento del payador Suárez, larroqueño y con abuelos orientales, claro. Pero viviendo en Gualeguaychú, con suerte, porque los entrerrianos juegan de locales en el conurbano bonaerense como víctimas de la macrocefalia argentina.
Uno de los racismos poco estudiados (como racismo) implica la desertización impuesta por la metrópolis que necesita zonas de saqueo, de sacrificio.
En Entre Ríos, un fresco abrazo de agua nombra para siempre la gran estancia de taperas y pueblos-fantasmas, bella y dolorosa a la vez.
Aprovechamos, pues, este aniversario de Larroque para para subrayar esta condición expulsora del pago nuestro, como botón de muestra; porque eso abarca al departamento y a todo el territorio provincial, con matices. Hay zonas (Tala, Nogoyá) que no logran recuperar en cantidad su población de hace 70 años, y que han destruido la red de vida y conocimientos campesinos.
La renguera
En el altiplano llaman yanantin a la paridad complementaria, al par inseparable. Buen ejemplo es la pareja en el humano, como la amistad. Desde esta perspectiva comprendemos la armonía del mundo, y vemos
en el otro el complemento, antes que una competencia. No es difícil entonces entrar en la cosmovisión del sumak kawsay, el vivir bien, en equilibrio, donde los elementos dialogan y nadie sobra.
Desde allí es más fácil pensar en sociedad, en colectivo, y curarnos de individualismos, personalismos, partidismos, chovinismos y racismos varios.
Sin caminos (literal), Larroque fue perdiendo su yanantin. Perdió su equilibrio urbano-rural.
El corazón criollo late en modos, dichos, sobrenombres, oficio, así nos llamemos Taffarel, Cardinaux, Ramírez o Couchot. Pero décadas de expulsión minan la relación urbano-campesina y la integración.
El destierro es un flagelo. Muchos de los que jugaban a la bolilla en el patio de la escuela y cazaban arañas con jabón en la cancha tienen sus hijos y nietos a mil kilómetros de allí. Todo un tejido cultural de siglos se hace hilachas con el éxodo. Empezamos a renguear aquí y nos tropezamos en las grandes urbes, a veces, con hacinamientos, miserias, desocupación, droga, sino desahucio y muerte.
El remedio
El humano y la naturaleza se complementan. El ayer y el hoy, la noche y
el día, el criollo y el gringo. El mundo urbano y el campesino son compañeros. Recuperar el diálogo en la naturaleza, volver a “las casas”, romper fronteras, descreer del fanatismo capitalista que acobarda, son abonos para que el yanantin eche hojitas nuevas y nos sane.
Hace unos años, los vecinos advirtieron que un arroyito nuestro guardaba el nombre Mingaché. Ignoramos el origen, pero la voz llama a la minga, la comunidad, la reciprocidad, la gauchada en suma, donde vuelve por sus fueros la Pachamama.
Esa armonía que no resignamos, ese yanantin busca un poco una milonga candombe que hace algunos años titulamos “Dar en milonga”, inspirada en nuestro pueblito de casas chatas con el que estamos endeudados de por vida.
«DAR EN MILONGA»