POR: EDUARDO AULICINO – 24 de marzo de 2014.
*Para el Ejército y también y sobre todo para la sociedad, hoy será el primer 24 de marzo con César Milani consagrado como jefe militar. No es el único dato que podría generar polémica sobre la política del Gobierno en materia de derechos humanos, con sus avances, retrocesos y silencios frente a algunas realidades. Pero el impulso y el sostenimiento de Milani seguramente supera todo, al menos por dos razones: agota las referencias éticas del discurso oficialista –lo cual, en todo caso, sería un problema básicamente del oficialismo– y reabre una puerta sobre el papel político de los militares, algo que parecía clausurado por la democracia.
Milani fue designado jefe del Ejército en julio del año pasado. Y debió esperar cinco meses hasta que el oficialismo impuso en el Senado su ascenso como teniente general. Integrantes del kirchnerismo parlamentario dejaron trascender su malestar, pero finalmente la orden presidencial fue aceptada. No importaron los cuestionamientos de destacados dirigentes y algunas organizaciones de derechos humanos, entre ellas el CELS. La decisión política ya había sido tomada en Olivos.
Se especuló entonces sobre las razones de Cristina Fernández de Kirchner para mantener su decisión. En medios oficialistas, el argumento menos oscuro habló de una obstinación atada al reflejo kirchnerista de no aparecer cediendo. Otras hipótesis apuntaron al papel jugado por el militar en el área de Inteligencia. Ninguna hipótesis tranquilizadora frente a la trascendencia y efectos del paso dado.
El jefe del Ejército supo siempre a qué jugaba: si el lazo político era determinante, el paso siguiente era reafirmarlo. Milani avanzó entonces en sus declaraciones de apoyo y alineamiento con el “modelo”. No fue un cambio de matiz, sino un elemento de peso el que se agregaba a una decisión cuestionable. Por primera vez en esta etapa democrática, el jefe en actividad de una fuerza militar actuaba abiertamente en política. Y el oficialismo lo avalaba.
A partir de entonces, Milani avanzó por el camino abierto, político y alineado, para rechazar cualquier crítica, cualquier testimonio judicial, cualquier prueba.
Lo hizo sin vueltas cuando se reactivó parcialmente, y a paso lento, la causa por su supuesto papel en la represión durante la dictadura en Tucumán. Allí es acusado por la desaparición de un soldado conscripto, al que además, y en otra muestra de perversión, se lo pretendió hacer pasar por desertor. Aquella acta fue firmada por el entonces subteniente.
La reacción del militar fue la de un integrante del Gobierno, no la del jefe de una fuerza. Formalmente, visitó el juzgado para ponerse a disposición del juez, mientras, en paralelo, trascendía de fuentes judiciales que existirían presiones sobre el fiscal para frenar la investigación. Por esos días, además, buscó asociar su defensa pública con el mecanismo repetido por el Gobierno ante cualquier contrariedad: dijo que en realidad, no buscaban cuestionarlo a él sino a la Presidenta.
En la misma línea abundó cuando en otra causa, en La Rioja, aparecieron nuevos testimonios que lo señalan por su presunta participación en la represión durante la dictadura. Milani decidió enviar un radiograma a todas las unidades del Ejército sosteniendo que se trataba de una campaña en su contra y, más aún, dirigida a dañar esa fuerza. En un mismo acto, buscó instalar la idea de una operación concertada y descalificar a los testigos, víctimas de la represión. Grave, en medio del silencio del oficialismo.
Para cerrar todavía más el círculo, Milani ha puesto al Ejército a colaborar con tareas sociales o planes de infraestructura, más allá de situaciones de emergencia que podrían demandar tal asistencia. Y lo hace con un color más político que solidario: casi siempre, acompañado por organizaciones cristinistas. Las alusiones a los 70, en algunos circuitos kirchneristas, le suma una pincelada patética.
Es cerrada casi siempre la reacción en ciertos ámbitos ligados al Gobierno. Se pretende una suerte de supremacía ética para justificar de algún modo la decisión presidencial de promover e imponer a Milani. Es un mecanismo repetido, en este caso a partir de su política sobre derechos humanos. Cualquiera puede valorar algunas decisiones, como el renovado impulso a causas sobre la represión en la dictadura, y también cuestionar miradas y usos políticos mezquinos, historias personales reescritas y banalidades en el recuerdo histórico. Eso da para el debate, pero nada, ningún acierto, beatifica a Milani o explica el silencio frente a tragedias recientes, como si la ética se ajustara a límites temporales y partidarios. (EDUARDO AULICINO)