*El cisma es un problema de la Argentina, no sólo Mapuche.
La hermandad de los Pueblos de la región, la unidad y la autonomía de las comunidades pueden fortalecernos, bajo una fórmula artiguista, para aventar la tentación separatista y dar respuestas a conflictos del siglo XXI. La experiencia panzaverde.
*Evaristo Jones
Según el relato de Evaristo Jones, un peón del terrateniente Benetton, los encapuchados que asaltaron y quemaron la estancia el 21 de julio pasado le dijeron: «no te preocupés que a tus cosas no las vamos a quemar… el problema no es con vos, sino con la estancia. No debes trabajar para los Benetton”.
El testimonio es coherente con la conducta de los asaltantes. Evaristo, se defendió con una puñalada que cortó a un agresor, pero no se la devolvieron aunque el peón estaba en inferioridad. Ese dato preocupa al sistema.
Retrocedamos dos siglos y comparemos: cuando el entrerriano Bartolomé Zapata y sus montoneros asaltaron la estancia Gualeguay Grande de Francisco García Petisco respetaron la vida y los bienes de la peonada y los capataces.
Bartolo Zapata (hoy sería un habitante de Larroque, Cuchilla o Gualeguay), tenía todo un sistema en contra. Su grupo enfrentó a los acomodaticios e inició los actos revolucionarios criollos, gauchos, hacia noviembre y diciembre de 1810, después de tres siglos de resistencia charrúa a la invasión.
Ya en la estancia de García Petisco, el mayordomo Bruno Soto cuenta que le habían robado unas prendas y cuando advirtieron que eran de él, se las devolvieron. Los sublevados aclararon entonces que venían en misión revolucionaria a tomar cosas de la estancia de los realistas y no de los trabajadores.
Se llevaron caballos de Petisco, alcalde de primer voto y comandante militar de Gualeguaychú.
Pata de Bola
Con Bartolomé Zapata actuaron Pedro Celis, Pedro Pablo Rojas, el Negro Juan (esclavo bozal, como recuerda el historiador Rubén Bourlot), Juan el Chileno, Pata de Bola y el cordobés Juan Pedro Gutiérrez.
Entonces, José Artigas estaba con los realistas opresores, y gauchadas como ésta le fueron alumbrando el otro camino de la sublevación. Por eso dice con razón Mauricio Castaldo que Artigas se hizo revolucionario cruzando el río.
Los supuestos mapuches que le quemaron los bienes a Benetton actuaron al estilo de Bartolo, Pata de Bola, Juan y los demás panzaverdes.
¿No reconocemos nosotros en los primeros zapatistas un hartazgo como motor de sus acciones? “Me acaloré en tanto extremo por vengar esta sangre, que me fue de sumo trabajo el moderar mis acciones”, confesaría luego Zapata.
Y bien, ¿cuál es hoy el motivo de hartazgo de vastas poblaciones argentinas, sea en el pueblo mapuche o en las villas?
Separatismo
Las causas son diversas y emparentadas por la exclusión, el destierro, el hacinamiento, y el abismo con los sectores poderosos. Hay bronca acumulada con las miserias que produce el capitalismo, por un lado, y hay también un adicional de bronca por las miserias de la prepotencia colonial porteña. Son cosas distintas, pero fuerzas en sinergia, es decir, se potencian.
En la Argentina van a surgir corrientes separatistas con el tiempo, tarde o temprano, como respuesta al despotismo de Buenos Aires sobre todo el territorio para obtener ventajas durante más de dos siglos, y sin solución de continuidad.
Algunas comunidades mapuches quisieran hacer un país mapuche con habitantes de diferentes etnias más o menos emparentadas en Chile y Argentina. No caben dudas. Y en la provincia de San Luis hasta el mismo gobernador ha insinuado propósitos separatistas. Por dar algunos ejemplos.
Es cierto que en varias provincias se toma nota del sistema de arbitrariedades, desde los tiempos de la colonia a la actualidad, con graves consecuencias sobre nuestras poblaciones y nuestra biodiversidad, y no todo el mundo se ha resignado a las intrigas rivadavia/mitre/roquistas que destruyeron al país para inventar una argentina eurocéntrica, para lavarnos el color y uniformarnos.
Algunos ejemplos
Inundar miles de hectáreas en Entre Ríos para una empresa hidroeléctrica, y luego cobrar el servicio varias veces más caro a los entrerrianos que a los porteños, durante años, es un ejemplo de la impunidad colonial.
Cuando la crisis de 2001, el poder porteño se desobligó del territorio nacional, y empujó a las provincias a emitir bonos, es decir, moneda de segunda como cabe a ciudadanos de segunda, pero le garantizó a la provincia de Buenos Aires el valor de sus bonos. Otra hideputez unitaria.
Por supuesto que muchos desterrados de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, el Chaco, viven pobres en Buenos Aires. Aquí fueron desarraigados y expulsados, aquí no pudieron vivir. Ellos son sobrevivientes en un sistema concentrado que ha tomado a todo el territorio por patio trasero, monopolizando las ventajas el poder y “democratizando” sus problemas. Ese sistema necesita vastos territorios despoblados, sin presencia humana, para el saqueo. Entre Ríos fue elegida como zona de sacrificio hace décadas, y sus pobladores fueron arreados a engrosar las villas con un sinnúmero de enfermedades en sinergia, adonde medran los punteros políticos. Unitarismo, explotación y racismo por hacinamiento van de la mano.
Hasta las obras, los servicios, los trenes, fueron planificados en abanico para depender de Buenos Aires y abonar su economía. Hoy nos vemos compelidos a prestarle atención a un semáforo de Buenos Aires. Y para enterarnos de lo que ocurre en un barrio de Resistencia tenemos que esperar que el tema pase el tamiz de selección de noticias en Buenos Aires.
La uniformidad, el atropello metropolitano, enferma a los poderes del estado, los sindicatos, las corporaciones, los medios masivos, las editoriales, las universidades. El poder establecido ha logrado que la historia menosprecie uno de los problemas centrales de la Argentina, y ningunee a los sectores que revelan este disparate. En el periodismo, el Estado nacional ha concentrado por años sus fondos en medios masivos de Buenos Aires, y algunos se han dado el lujo de no contar con corresponsales en las provincias por décadas. Ni siquiera corresponsales. Todo el dinero queda en Buenos Aires, ni sueldos mandan. Luego, algunos periodistas escriben libros desde Buenos Aires, donde hay recursos, y recorren el país… Es decir, el sistema invade incluso los oficios y no discrimina entre izquierdas y derechas. Eso es una expresión de la colonialidad, no se explica sólo con la relación de clases sociales, aunque son problemas familiares.
En gobiernos de distinto signo es muy común (como ocurre con la electricidad) constatar que a un porteño le cobran diez pesos el litro de nafta y a un entrerriano 12 pesos, mientras que a un porteño le pagan 10.000 pesos el sueldo y a un entrerriano 7 mil. Los sueldos son más bajos en el interior y los servicios más costosos.
Los privilegios de Buenos Aires hicieron que allí se instalaran industrias, comercios, cabeceras de corporaciones. Unos pocos la juntan con pala, como diría un presidente, y luego compran las tierras de las zonas de sacrificio donde los campesinos están impedidos de hacerse de media hectárea.
Artigas lo había advertido, y en las Instrucciones del año 13 estableció que cualquier ciudad podía ser capital, con excepción de Buenos Aires. Con cuánta razón.
Remington
No es mentira que Buenos Aires continuó y perfeccionó el sistema colonial. El resultado es una superpoblación de Buenos Aires (macrocefalia) y una desertización del litoral, por ejemplo. Es decir, la misma ciudad se ha vista perjudicada y superada.
Luego, los gobernantes quieren hacer valer el número de la población para discutir la coparticipación o para pedir fondos de “reparación histórica”.
La metrópolis y sus aledaños expolian al país, las familias de las provincias emigran porque no tienen trabajo, luego Buenos Aires pone cara de víctima, aduce que debió hacerse cargo de esa población y reclama mayor presupuesto… No le saca a sus ricos, le saca a sus hermanos de más allá. El círculo vicioso es tan evidente que no da para el debate. La misma coparticipación es contraria al federalismo, instalada en un gobierno de facto y aceptada luego por las provincias debilitadas y vaciadas de liderazgos. Como el atropello colonial porteño es moneda corriente, es el sistema instalado, los separatistas encontrarán el campo orégano en vastos sectores hartos de la discriminación negativa por regiones en la Argentina.
En Entre Ríos ni hablar, porque la resistencia entrerriana cuenta 300 años de luchas de los pueblos charrúas y muchos años de organización desde la concepción artiguista federal, hasta la hecatombe con las derrotas sucesivas de la resistencia jordanista.
Eso fue anteayer nomás, es tan reciente como la derrota de Sayhueque en el País de las Manzanas. Por eso la cosa está candente. Los pueblos del Litoral y de la Patagonia huelen todavía la pólvora del Remington que los disciplinó.
Colocar un traje
El separatismo puede ser para mejor o para peor. Pero hoy no debemos desconocer estos antecedentes: la fragmentación es un arma usada por el imperio para someternos. Desde este ángulo, el separatismo sería un mal moderno que convendría aventar.
No debe ser mirado con candidez. Hay reclamos auténticos, pero hay también entusiasmos infundados, y lo peor: hay intereses espurios jugando al desmembramiento.
Sin embargo, vale aclarar que el federalismo, y en especial la soberanía particular de los pueblos (que está en el centro de la doctrina federal artiguista), no equivalen a fragmentación sino a unidad. Unidad respetuosa y feliz de los modos regionales. Ahí está la llave.
Si estos siglos de eurocentrismo generaron, entre otros males, un epistemicidio, es decir, una destrucción de diversos modos de conocer, un menosprecio de las regiones para uniformarnos con los modos del imperio, la soberanía particular de los pueblos está en las antípodas. La receta artiguista da respuesta a los problemas de hoy, sea de los mapuches, los puntanos o los panzaverdes, que son los problemas de la argentina sometida a un régimen de colonialidad.
Un camino a explorar, por conocido que sea, es la unidad de los pueblos del Abya yala. La unidad es nuestro estado natural y nos fortalece, y también nos facilitará el camino de emancipación del poder uniformador de las metrópolis. Unidad de los pueblos y autonomía: esa es la receta que permite preservar las relaciones y a la vez nos asegura contra las imposiciones del poder concentrado sobre el resto.
Por supuesto que en el plano práctico eso traerá modificaciones revolucionarias.
Buenos Aires intentó uniformar al país. Lo hace a diario incluso a través de los medios masivos que controla, y del sistema impuesto a través del Estado. La uniformidad es contraria a la unidad. Uniformar significa colocar un traje parecido, maquillar. O mejor: encorsetar, oprimir. La uniformidad es propia de un sistema despótico que arrasa con lo distinto. La unidad, en cambio, es un principio natural de nuestros pueblos, habla del corazón, la esencia, de esa amistad profunda que no se vuela al primer vientito, y que debe ser cultivada con el oído, con la paciencia, con la apertura mutua a las distintas influencias que nos fertilizan.
El imperialismo
El tema es complejo, sensible. Si el separatismo puede hallar adeptos en la juventud que busca un sentido a su vida, también puede ser usado por el sistema para crear un enemigo de paja, es decir, acelerar un proceso y abortarlo con más facilidad. Cada vez que el Estado argentino se encontró con un problema serio, optó por la violencia destructiva. Se edificó sobre cimientos de sangre y allí acude cada tanto.
Ahora, veamos: si el separatismo procura desligar algo, desunir, hay que preguntarse ¿qué unidad desunirá? ¿Unidad o uniformidad?
El ninguneo del poder financiero y político porteño o aporteñado es la fuente principal de resentimientos en las regiones, de Mitre y Roca a esta parte. Eso no es unidad. Juntar cabezas para vendernos a las multinacionales o a la alta burguesía local se llama hegemonía, opresión.
El capitalismo está en la base pero se le añade en la Argentina la colonialidad, la supremacía metropolitana.
Por otra parte, hay que estar alerta porque el imperialismo celebrará el secesionismo argentino. Enfermar a la Argentina para promover rencores y desmembrarla sería un triunfo de los que saben que la Argentina, por distintas causas contribuyentes, emerge cada tanto con expresiones anticoloniales, aunque todavía el capitalismo no sea visto en su real dimensión como fuente de tantos males (como sí lo ven algunos grupos mapuches, como puede deducirse de las recientes declaraciones de Huala).
Gracias a nuestra debilidad ya se rapiñaron millones de kilómetros cuadrados en el Atlántico Sur.
Si el imperialismo no logra someter del todo a la Argentina mediante la uniformidad promoverá el separatismo. Pero nada de eso concilia con la patria grande. La balcanización del cono sur del Abya yala y en especial de la Argentina es un bocado exquisito para la diplomacia del imperio. Por eso no conviene jugar con fuego. Si vamos a lavar a la Argentina de unitarismo parasitario colonialista no tenemos que tirar, con el agua, a la propia Argentina, que es mucho más que el sistema imperante.
Si el atropello uniformador fomenta el separatismo, no debiéramos ceder a la tentación. Mejor buscar caminos propios, creativos y a la vez en fuentes tradicionales. La conciencia de nuestra identidad regional, abierta al Abya yala, es esencial para conocernos y al mismo tiempo nos fortalece. En esa identidad está la concepción de la autonomía en sintonía con la unidad. No será el poder porteño, claro, el que ceda una pizca de su pretendida supremacía. Por eso, sin despertar monstruos diremos que la rebeldía contra el sistema concentrado impuesto es necesaria para la emancipación, y se expresa bien en la soberanía particular de los pueblos. En un régimen de autonomías adecuado a cada región, a las historias distintas. “Y entonces puede/ que los porteños sepan/ lo que sucede”, dice el poeta.
No sabemos desde cuándo se habla en Bolivia de estado plurinacional, pero sí sabemos que en la Argentina en 1984 los pueblos originarios ya reclamaban en sus convenciones un estado plurinacional. En las conclusiones sobre derechos cultuales de las Jornadas de indianidad en Buenos Aires se lee: “Es preciso reconocer que este país es un estado multiétnico y pluricultural”. Artigas no lo hubiera dicho mejor.
Obras son engaños
Los modos prácticos del sometimiento que nos impone el colonialismo porteño son variados y actúan en sinergia. Hasta en lo electoral, el sistema de los Estados Unidos es más respetuoso que el argentino.
El Banco Central manejado con criterio porteño, más los bancos de la Nación, de la Provincia de Buenos Aires y de la Ciudad de Buenos Aires, son los principales bancos del estado argentino. Pero ¿argentino?
La privatización del Banco de Entre Ríos y otros provinciales y municipales exigida por Buenos Aires es un ejemplo. No hubo la misma exigencia para con el banco Provincia. ¿Está claro el juego perverso?
Aún dentro de este sistema uniformador algunos gobernadores han intentado una suerte de resistencia voluntarista mientras que otros se allanaron.
La uniformidad es tan poderosa que engaña. La autopista costera del río Uruguay fue construida para facilitar los viajes entre Buenos Aires y Brasil, principalmente, y registrada como una obra para los entrerrianos.
Es obvio que los entrerrianos necesitamos antes el afirmado de 25.000 kilómetros de caminos naturales que se tornan intransitables con la primera lluvia e impiden el arraigo de las familias y las comunidades.
Lo mismo ocurre con otras megaobras previstas. Cero participación de las comunidades, cero licencia social. El plan está trazado, el financiamiento se orienta a lo que dice el gran capital. El pueblo no es consultado para el endeudamiento y tampoco a la hora de pagar.
Extraer gas shale, extraer granos, extraer minerales, extraer energías, transportar grandes volúmenes, todo orientado a la política de supremacía porteña que es un clásico, y que está naturalizada. Capitalismo extractivista depredador colonial en estado de pureza, diría Luis Lafferriere. (*Daniel Tirso Fiorotto* publ. en Uno E.R.)
*Portal Larroque*
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