A los 98 años murió el «atleta del siglo», que soñaba con consagrarse a los 100
18/3/2016 – El atleta Efraín Wachs falleció en la madrugada de este viernes; nació en Rosario, vivió en Tucumán y corrió en todos lados; «No existen los viejos, existe la edad interior, la que sentimos», decía, y también quería alcanzar un título mundial a una edad centenaria
A continuación se reproduce una nota publicada en La Nación el 6 de febrero de 2015, en donde el deportista todavía asombraba por su vitalidad y sus sueños:
El cuerpo suele ser una máquina perfecta, si se lo protege, si se lo cobija. Si todos los días se lo riega con afecto. Los ojos claros de Efraín Wachs se abren a las 7, ni un minuto antes, ni un minutodespués, de modo natural. Se despereza, se baña, se afeita, se viste con una chomba, un short y las zapatillas y se prepara el desayuno. Con una buena dosis de calcio. «A mi edad y como corro, tomo mucha leche descremada. La acompaño con cuatro galletitas Quaker, con queso descremado y miel», detalla. A las 9, su sabiduría recorre la plaza San Martín, de Tucumán, donde le enseña a un grupo de ancianos el arte del atletismo. Los contiene, les aconseja.
Susurros en los oídos y palmadas en la espalda. «A los 50, el cerebro empieza a perder volumen; entonces, la mejor forma de evitarlo es la actividad física», sugiere. Se trata de seguir disfrutando de las últimas páginas del almanaque de la vida. Al mediodía, los almuerzos se nutren de ensaladas y de frutas, con otra taza de leche. A lo sumo, una hora de siesta. «No tengo tiempo que perder», suscribe.
Suele leer La Gaceta de Tucumán y hojear Ámbito Financiero. «Necesito mantenerme informado, porque además de ser atleta soy contador. Trabajo con asociaciones, mutuales, centros de jubilados y cooperativas. Sigo trabajando con la computadora. El celular mucho no me gusta», dice. Y completa la escena de un día cualquiera: a las 21, disfruta de un sándwich con queso descremado. Suele caer rendido en el sillón para ver televisión hasta medianoche. Noticieros, deportes, películas.
Se desploma en su cama durante ocho horas. No se levanta ni una vez para ir al baño, como cualquier hombre en el ocaso de la vida.
-¿Alguna medicación para dormir?
-No tengo tiempo. Bueno, cuando me acuerdo, tomo tres pastillitas: una roja, una verde y una blanca. La roja es ginseng, la verde es para evitar la anemia y la blanca es por la próstata, porque me operaron a los 75 años. Ese día les dije a los médicos: «Voy a volver dentro de 75 años».
-¿Qué piensa de los médicos?
-Que de algo tienen que vivir. Y los farmacéuticos, lo mismo. Yo no les doy importancia, porque también quiero vivir.
Efraín suma 96 vueltas de la vida, el 12 de marzo va a cantar el 97° cumpleaños feliz. Nacido en Rosario en 1918, se recibió de contador en la Universidad Nacional del Litoral en 1945. Durante 40 años trabajó en el Banco Nación de Casilda, a 50 kilómetros de Rosario. «No falté ni un día, si nunca me enfermé. Me tomaba el ómnibus El Rosarino, ida y vuelta.» Un suspiro como inspector en Salta y a partir de 1960, descubre Tucumán, su lugar en el mundo.
A los 20 años, se paran las rotativas: lo atropella un ómnibus. Los especialistas lo martirizan: puede perder la pierna izquierda, por unas múltiples fracturas. Salva el pellejo y, tal vez, transforma el destino. Mueve, ahora mismo, casi 80 años más tarde, esa misma pierna en pausa. Suavemente, una rítmica postal.
«Correr es vivir», asegura, con voz amable, con el acento de la ternura. De paso por Buenos Aires, aprovecha para darse el gusto de unas vueltas por el parque Centenario. No corre: levita. Va y viene, en puntas de pie. El cielo queda lejos: sigue respirando el aroma de las mariposas, como el primer día, casi un siglo atrás. Efraín es un atleta de la tercera edad, parte del exclusivo círculo de los deportistas masters. Tiene 25 medallas en campeonatos del mundo; de ellas, seis son doradas; nueve, de plata y diez, de bronce. Según las últimas clasificaciones, está dentro de los diez mejores atletas del mundo mayores de 95 años. Desde los 80, es un profesional en el deporte más completo de la Tierra.
Aburrido de ganar en los torneos provinciales, argentinos y sudamericanos, se convirtió en leyenda en los mundiales de atletismo para veteranos. Suele participar en las pruebas de 100, 200, 400, 800, 1500, 5000 y 10.000 metros. «Ahora, mis hijos no quieren que haga estas dos últimas competencias. Tienen miedo por mi salud», se divierte don Efraín. La vedette, para este pequeño gran hombre, es el cross country. Su recuerdo más sensible -y dorado- vuela hacia Finlandia, a los 90, rodeado de ocho kilómetros de montañas, heladas, altura y desertores. «Salí en la tapa de un diario de Dinamarca. No sé qué decía, debe haber sido «El héroe del atletismo»», recuerda. Siempre recuerda. O no olvida, que es un paso más intenso, más profundo.
Empezó dando vueltas por su casa. Anduvo por Buenos Aires, Uruguay, Bolivia y Perú. Cuatro mundiales.
«En Puerto Rico fui campeón en los 10.000 metros, llovía mucho y los médicos querían que frenara. Yo les decía: «No vine desde la Argentina para abandonar?» Tenía 80. También corrí en el País Vasco, en el estadio de la Real Sociedad; es imponente».
En Finlandia, a los 90, fue el único que corrió todas las distancias entre 5250 atletas: «¡Ahí gané seis medallas!». Y el último, en Porto Alegre, al cumplir… 95 años.
«Mi sueño es disputar tres mundiales más. El próximo es en Francia, este año. Necesito algún sponsor, por favor, que colabore. Sólo me ayuda mi primo Mauricio, por ahora. Pero hay que ir paso a paso: primero, el Torneo Argentino, en Resistencia; luego, el Campeonato Sudamericano, en Montevideo. Cuando cumpla 99, voy a disputar el Mundial de Perth, en Australia. Quiero ser campeón mundial a los 100 años. Ése es mi objetivo», confiesa, como si tomara alguna mágica poción. Como si este personaje hubiera sido parte de una película de Disney. Ni hadas, ni duendes. Ni besos, ni ranas, ni encantamientos. Un loco por la vida. Un libro abierto de sabiduría. «Y después le voy a pedir a Dios llegar a los 110. Posiblemente, a los 120 voy a descansar», se divierte con la ocurrencia.
Para celebrar sus cumpleaños, cuando otros, en el ocaso de sus historias, soplan imaginarias velitas en geriátricos desvencijados, Efraín sale a la calle y se disfraza de maratonista. Corre 100 metros por cada año cumplido. La idea es alcanzar, en marzo, 9,7 kilómetros en la plaza Independencia. Rodeado de cientos de vecinos, con la música del ejército doméstico de fondo. La ciudad frena su marcha convencional. Cada 20 metros, una ambulancia lo recorre, lo asiste. «Los médicos me preguntan: «¿Estás bien, podés seguir?». Me fastidian un poco.»
De pequeño, metía goles y triples. Sin embargo, el sabor de los días era un tablero de ajedrez y una pista de atletismo. Tiene otras pasiones: no se puede llegar a los 100 años con una sola debilidad. Baila tango, milonga, paso doble. También el rikudim, la clásica danza israelí. «Son siete mujeres y yo. La paso muy bien», asegura, con un guiño de ojo izquierdo, como si tuviese la mejor carta del mazo entre sus manos.
Miriam, el amor de siempre, a la que llamaba «novia», así, a secas, falleció el 10 de octubre de 2011. «Estuvimos juntos 170 años, 85 y 85», bromea, sin nostalgia. «Tuve muchas novias antes que ella, muchas mujeres. Pero cuando la conocí, en el viaje a Salta, fue única. Dejé a todas. Tenía un vestidito blanco y me enamoré en ese momento. Fue en el 46. Lástima que no quería correr. Ella caminaba y yo trotaba», precisa. Sabe «un poquito» de inglés, francés, italiano, hebreo y, también, idish, la antigua lengua judía. Simpatizante moderado de Rosario Central, lector empedernido de Harry Potter, suma tres hijos que viven en Buenos Aires, en Tucumán y en Barcelona. Ocho nietos y un bisnieto de dos años.
«No existen los viejos, existe la edad interior. La que sentimos. Tengo una poesía que termina diciendo: porque actividad es vida y vida es actividad. No tengo tiempo para el pesimismo», cuenta, pies en la tierra, ojos vivaces. Sonrisa de niño recién nacido.
-¿Nunca se enfermó?
-No tengo tiempo.
-Nunca estuvo delicado. Nunca perdió el optimismo.
-Nunca. Te dije: no tengo tiempo.
-¿Y para qué sirve el tiempo?
-Para mí, para correr.
-¿Siente que es un elegido, un privilegiado? O, por el contrario, ¿en cuánto ayudó a la suerte?
-Yo soy optimista. Para mí hay que correr y ser optimista. Hasta los 100 años no pienso enfermarme. Después, veremos.
-¿Qué le genera que haya gente mucho más joven que usted derrumbada, deprimida? ¿Qué le podría decir?
-Los hago caminar. Por ejemplo, a un señor que tenía 95 años y que estaba encerrado en la casa, porque había perdido a la hija en un accidente. Le dije que tenía que hacerlo por los hijos y por los nietos. Corrió, ganó medallas, le cambió la vida. Fue campeón mundial a los 99 años. Mi lema es «vivamos 100 años». Y murió? a los 100 años.
-Imagino que se le fueron varios amigos. ¿Cómo hace para no caerse, para que no lo atrape la soledad?
-Sigo corriendo, sigo haciendo actividad. Y mucho optimismo. No jubilarme jamás.
-Pasan cosas delicadas, graves en la sociedad. Según su teoría, haciendo deporte el mundo estaría mucho mejor.
-Vivió revoluciones, dictaduras, guerras, la vuelta a la democracia. De todo.
-Hay que recordar con cariño los buenos momentos y olvidar o superar los malos. Supe superar siempre todo lo malo.
-¿Alguna vez le dijeron «basta de correr, hablemos de otra cosa»?
-Moderadamente…
Se ríe con ganas. Don Efraín es la enciclopedia de las pequeñas cosas de la vida. Cuando todo parece pedido, sólo hay que escucharlo. Descubrir qué hay detrás de sus ojos claros.
Otro hito: el día que le ganó a Alekhine
Si Wachs no corre, vuela con el pensamiento. De pequeño, se enamoró del universo de los trebejos. A los tres años aprendió a leer y escribir. Le enseñaron dos tías, de 15 y 16 años: Sarita y Dorita, que eran maestras. A los cuatro, aprendió a sumar, restar y multiplicar. A los cinco, cayó en sus manos un libro. Era rojo, con letras doradas. Escrito por el campeón mundial de ajedrez, Emmanuel Lasker, filósofo y matemático alemán. Lo devoró. Aprendió todas las piezas y las estrategias. Fue campeón en todas las categorías juveniles. También de grande. Y hasta le ganó una partida a Alexander Alekhine, un mítico campeón mundial.
Su memoria es una bofetada al asombro. Recuerda la partida, paso a paso: «Jugó contra los diez mejores de Rosario. Yo tenía 20 años, era el mejor de Casilda. Me dio changüí: me regaló un peón, a cambio del ataque? Con mi rey conseguí frenarle su ataque? Le entregué el alfil con jaque, estaba obligado a comer. Era el mejor del mundo, pero un mal perdedor. Cuando vio que ya no tenía defensa, se enojó, volteó las piezas y no quiso firmarme la planilla. Le dije: «Maestro, pienso que mi firma vale tanto como la suya». Y se fue…»
La guía de los 10 consejos para guardar
En el Mundial de Puerto Rico, dormía todas las noches en una escuela, en una suerte de campamento de atletas ancianos. Uno al lado del otro. La directora les pidió a los deportistas que compartieran un pensamiento para los jóvenes en la despedida. Efraín se paró en la mitad de la sala y dividió el escenario en dos mitades. El «sí» a la derecha y el «no», a la izquierda. Y les recitó los diez mandamientos de un deportista. No: al alcohol, a la droga, al tabaco, a la violencia, a la guerra. Sí: al trabajo, al deporte, a la actividad, al compañerismo, al amor.
(ar/gs.)
(Canchallena/La Nación)