*Día de la conciencia Ambiental: la fecha declarada en 1995 por Ley 24605, en memoria de las personas fallecidas como consecuencia del escape de gas cianhídrico ocurrido en la ciudad de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, el 27 de setiembre de 1993. Reflexiones de Daniel Tirso Fiorotto, en un Día tan significativo para seguir forjando Conciencia por cuidado del Ambiente.
*Día de la Conciencia Ambiental. Especies diversas y sus hábitat y relaciones que nos ayudan a entender la trama en la que convivimos pero miramos como de afuera.
*Parque. El Patito Sirirí ofrece un regalo de chañares y río.
Pérgolas. Bella conjunción de especies y diseño urbano alrededor de las glicinas, en Larroque.
*Sorpresa. Sin tocar el nido, disfrutar de la vida escondida.
*Apreciar la mariposa de la primavera que nuestros pueblos llaman flores aladas es un privilegio de la vida, como saber del paseo de las abejas para fraguar la miel desde la tan sencilla como amable visita a los estambres. Un privilegio, lo mismo que hallar al paso tres huevitos de tero bien camuflados en el pasto en estos días de setiembre. Ayer pasamos por Larroque, en el departamento Gualeguaychú y nos sorprendieron gratamente las pérgolas del acceso Urquiza, cargadas de glicinas, y las glicinas cargadas de mangangás. Impecable simbiosis de varias especies, incluida la nuestra, para darnos un paisaje único.
También nos impactó el hijo del Árbol de Schindler plantado en la Estación, como emblema verde del encuentro de los pueblos, de la valiente lucha contra la muerte. Las vidas manifestadas en pétalos, alas, escamas, plumas, hojas, saltos de agua, brisas, lluvias, frutos; esas vidas también se dicen en nuestros ojos, nuestra palabra, nuestra conciencia ambiental. ¿No es la palabra un fruto de la biodiversidad, como los trinos, como el zumbido? Sabernos integrados en esa biodiversidad es también parte de la naturaleza. La cultura está adentro, no está enfrente, y menos arriba.
Conversamos sobre esa trama el viernes en la escuela Horizontes, de la ciudad de María Esther de Miguel, con un grupo de chicas, chicos, docentes, que lograron ingresar al aula los aromas de la selva, el vuelo de las aves y las mariposas, las condiciones de nuestros animalitos del monte, del río, con un aprovechamiento espléndido del maratón de lectura, pleno en participación.
Aulas atravesadas por los sonidos de la naturaleza, el chistido de una lechuza; aulas abiertas a los animalitos de a la vuelta, esos bichitos tantas veces menospreciados; y un grupo de alumnos y alumnas con un entusiasmo a la vista, porque la naturaleza seduce, la naturaleza nos abona la imaginación y el amor.
Setiembre de chañares
Este lunes 27 de setiembre se conmemora en la Argentina el “Día Nacional de la Conciencia Ambiental”, una oportunidad para volver a la vida que nos rodea y nos constituye, y que se da de mil maneras, incluso en las vetas hermosas de las piedras chinas, una marca en el litoral. Y así en la arena, el trino de las aves, el cielo estrellado, el croar de las ranas en el charco de al lado; en los brillos de los killis nacidos del polvo, o en el amarillo pleno de los montes de espinillo que en setiembre pueblan y perfuman la región de orilla a orilla y más allá.
Las lomadas, las islas, la red de arroyos, van formando la trama que nos contiene, y también las montañas al oeste, y el mar que de una u otra manera nos baña a todos, a todas.
Conocemos varias teorías más o menos sostenidas sobre la vida. Unas dicen que el mundo se va desgastando lentamente y tiende al caos y la muerte a largo plazo, otras dicen que la vida ofrece resistencia al caos y renueva a cada instante la organización de las cosas.
Ninguna de esas hipótesis nos priva de maravillarnos ante un nido con tres huevitos que darán en pocos días tres bellísimas criaturas de patitas largas, siempre en alerta desde el primer minuto de sus vidas. Ninguna hipótesis nos puede opacar el embeleso en el Patito Sirirí, con el chañar en su esplendor y el río de arena de este 2021 en Paraná.
El Patito Sirirí ofrece un regalo de chañares y río.
*Casi 9 millones
Se presume que hay en el mundo casi 9 millones de especies animales, vegetales, hongos, de las que se han registrado menos de 2 millones, las demás son supuestas; y los entendidos estiman que en pocas décadas se extinguirán cientos de miles de especies que aún no conocemos. Contaminación, calentamiento, inundaciones, sequías: veremos quién resiste.
El Día de la Conciencia Ambiental tiene, pues, un lado alentador que consiste en detenernos un rato a mirar a nuestro alrededor, mirarnos a nosotros mismos, nosotras mismas, en el espejo de la naturaleza, en las piedras, los árboles, las aves, los peces, las mariposas. Y otro lado inquietante: constatar la altanería humana y sus efectos dañinos sobre la vida. No de todos los seres humanos, claro está, pero ocurre que en los últimos siglos las diversas corrientes políticas han pecado por igual de extractivismo y contaminación y antropocentrismo, de ahí que a todos nos cueste tirar la primera piedra, como se dice.
Residuos en los arroyos, quema de basurales, riego con sustancias químicas de peligrosos efectos acumulativos sobre los embriones, riego de los lugares de recarga del agua subterránea, erosión acelerada del suelo, tala rasa…
Esta jornada de homenaje al ambiente fue elegida en memoria de siete personas que fallecieron por inhalar un gas venenoso en una casa de Avellaneda, Buenos Aires, un día así de 1993. Es decir: tomamos conciencia en el momento explosivo, no con prevención sino obligados por la fatalidad.
Esa tragedia motorizó la ley 24605 que declara el Día de la Conciencia, para evitar las enfermedades y la muerte provocadas por la desidia humana, para conocer la naturaleza y los peligros de nuestras acciones o inacciones, para conversar sobre nuestra pertenencia a la biodiversidad. Conversar, que no es poco, escuchar, con actitud para el consenso.
¿Cuánto hemos logrado desde entonces? Vale en la fecha un examen de nuestras conductas con actitud crítica y autocrítica.
De ahí que recuperamos en este Día fragmentos del paseo que hemos realizado, en distintas oportunidades, por las plazas de nuestra biodiversidad, si el conocimiento nos permite la valoración, la defensa, la conciencia en suma, y el amor al pago que no tiene precio.
*Serpiente de agua
Cada especie es un mundo, un mundo integrado a los demás, y en verdad que conocemos poco y nada. Uno de los compañeros en que nos hemos detenido se llama salamandra, o lola, o Lepidosiren paradoxa, una suerte de serpiente de agua con aletas que podemos confundir con patitas; un pez que respira con pulmones, fósil viviente si los hay.
Nosotros conocemos a estas hermanas bajo el repetido título de los diarios: “Hallan monstruoso pez con dientes humanos”, y tonterías por el estilo. Las salamandras ya eran tales cuando nosotros como especie no estábamos aún en los planes, y con qué altanería las maltratamos hoy.
No muy distinto a lo que hacemos con los mamíferos que tienen origen en el tiempo de ñaupa, sin mayores cambios, a quienes conocemos aplastados en las banquinas, como ocurre con el mbicuré, también llamado zarigüeya, comadreja.
Su modo es tranquilo, su trote natural, ¿es natural un fierro lanzado a 120 kilómetros por hora, como una guillotina, en nuestras rutas?
Los comentarios sobre la comadreja pueden ser interminables. El marsupio, la crianza, los relatos de Marcos Sastre en El Tempe Argentino sobre el cuidado de la prole, los versos de Claudio Martínez Payva en “Guacho”…
*Dráculas autóctonos
Si los niños de la región están, como se dice, enfrascados en los movimientos, el color, la música, de los aportes del celular y la computadora, también es cierto que la naturaleza tiene sus encantos. No hablamos de competencia, claro, pero tampoco descartamos que un animal enorme como el carpincho llame la atención, y lo mismo el ñandú, o qué decir de los fósiles del lagarto de plata (argyrosaurus) o el mastodonte, en este mismo territorio.
Hay compañeros con carisma y otros víctimas de prejuicios. En los palmares, por caso, el Desmodus rotundus, murciélago vampiro. Tiene mala fama porque suele transmitir la rabia, y porque, como vampiro que es, fue familiarizado con Drácula. Sin embargo, he aquí un ejemplo de su práctica: llega la noche, tiene hambre, acude a un animal de gran tamaño, clava dos dientitos en la pata o en el lomo, y su saliva anticoagulante le asegura algunas gotitas que él lame con una pequeña lengüita de gato. Así de sencillo. Ya en su descanso, en algún hueco, su amiguito de al lado le avisa que no comió, y entonces el Desmodus acude a su estómago y devuelve un poquito: el chupasangre es el más generoso de los animales, no dejará a un compañero en la vía.
*El marandová
Entre los animalitos que nacieron estrellados, por los mitos y las creencias del hombre, están los gusanos, y algunos se salvan si se los asocia a la siguiente fase de su metamorfosis: la mariposa.
La esfinge, mariposa nocturna, de bello traje aterciopelado, desova en las enredaderas. Allí nace el marandová y se pone pipón hasta convertirse en un hermoso gusano verde con decorados violáceos en diagonal, y enterrarse luego para volver en otra bella mariposa nocturna, cumpliendo el círculo que nos llena de asombro.
Conocer por conocer, es una expresión de soberanía, de resistencia al utilitarismo. En eso estamos aquí, con las mariposas.
Pero veamos: enterada del nacimiento del marandová, la avispita llamada Cotesia acude al encuentro y lo parasita con cuarenta puñaladas, cada cual con su respectivo huevito. El marandová intenta librarse del ataque, pero Cotesia pone los huevos con un virus que vive sentado en su ADN, cosa increíble. Se supone que esa asociación viene de los tiempos de los dinosaurios. Ese Bracovirus sólo expresa su individualidad en la puesta, y anestesia al hospedante. Cuando el gusano recobra fuerzas, los huevos de Cotesia ya están fijos. La larva de la mariposa caerá desahuciada, y en sus restos explotarán los hijos de la avispita. No todo es un camino de rosas entre nuestros semejantes, claro está, como no lo es en nosotros.
*Arriando banderas
Murciélagos y mariposas nocturnas, dijimos, y ya asomado el sol nos asombra en los palmares una colonia de banderas argentinas en un vuelo azaroso de alas plateadas con rumbo cierto. Fueron larvas rojinegras en el coronillo y otras pocas especies, hoy son pañuelos al aire. Qué regalo.
¿Cuántos coronillos caen en la tala rasa, que practicamos a razón de 10.000 hectáreas y más por año en nuestro territorio entrerriano? ¿Cuántas banderas argentinas arriamos con la tala rasa? La soberanía territorial exige a veces, para su protección, esfuerzos y determinaciones que pueden no estar a nuestro alcance inmediato, pero ¿qué hay de la soberanía en el conocimiento? ¿No podemos cultivar nuestra conciencia en relación con la biodiversidad, visitando a nuestros pares para entablar un diálogo, prestándoles atención? ¿Qué estructura colonial del saber deberemos vencer para abrirnos al entorno, para inclinarnos?
*Símbolos naturales
Cuando las mujeres y los hombres de la Argentina elegimos al hornero como ave nacional, tal vez por su arquitectura impresionante, su afán de trabajo, su cercanía, también pusimos unos votos al tero, que es el ave nacional de Uruguay, y al cóndor, el ave nacional de varios países de la cordillera. Unos por atentos, otros como emblemas de la vida comunitaria, el caso es que en el Día de la Conciencia Ambiental podemos reconocer que en nuestros símbolos prevalece la naturaleza, la misma que nos recibió como especie hace sólo 12 mil años acá.
El ceibo, la flor nacional, la misma que en Uruguay; y el sol como expresión de vida, luz, calor, tradición, en el centro del cielo de nuestra Bandera. Por donde miremos aflora el jardín.
No alcanza, entonces, con cuestionar la contaminación, el saqueo de los bienes comunes, el transporte invasivo que cambia el concepto de río por el de hidrovía, la manipulación genética, la vida dispendiosa y el consumismo, donde predominan la competencia y el individualismo sobre la convivencia y la comunidad. El Día Nacional de la Conciencia Ambiental nos llama a revisar los riesgos de nuestros hábitos, como nos llama a entendernos mejor en el monte, en los humedales, en la cuenca. Conocemos un porcentaje menor de las especies, y las conocemos poco. En la medida en que hagamos un cachito de silencio para que se manifiesten nuestros compañeros, la conciencia, el cuidado, el amor, la preservación, vendrán por añadidura. Conciencia ambiental pude ser, entonces, más una actitud de escucha y reflexión que una bajada de línea.
Esto nos ha inspirado nuestro encuentro con estudiantes y docentes de la Escuela Horizontes Con ese nombre, con ese acierto, no esperamos menos.
Por Daniel Tirso Fiorotto
tirsofiorotto@gmail.com.