El periodismo entrerriano tiene marcas registradas en su identidad. Hubo episodios de gravedad sensacional. Aquí se mató para destruir una imprenta. Aquí se intervino un diario con propósito de expropiación y se lo clausuró por un lapso que pretendió ser indeterminado. Reconstruir esos hechos, sirve para ampliar la divulgación, reponer el nombre de una víctima casi ignorada, dar cuenta de gestos de resistencia al autoritarismo y valorizar la libertad de expresión. La información está basada en un libro de historia de Aníbal Simeón Vásquez y a la académica tesis de grado de Fernando Segovia.
Guillermo Alfieri
Al carretero Julio Modesto Gallard, le encomendaron trasladar un equipo de imprenta, desde Colón a Villaguay, donde Antonio R. Ciaspucio proyectaba editar un medio gráfico, opositor al gobernante régimen conservador. El 11 de enero de 1907, efectivos policiales detuvieron el viaje, en el lugar denominado La Capilla.
Le indicaron a Gallard, que la maquinaria que llevaba tenía un embargo. La orden fue que regresara al punto de partida. Así lo hizo el carretero, escoltado por los uniformados. La locura asesina se desató a orillas del arroyo Santa Rosa, en la cañada Las Achiras, límite de los departamentos Colón y Villaguay. Los policías desbarrancaron el carro, los caballos y la imprenta, para que se perdieran en el agua. A Gallard lo degollaron con su propia cuchilla, en la noche desolada.
Ciaspucio exigió la investigación del escandaloso crimen. El comisario y los agentes de La Capilla fueron condenados, al igual que un recaudador de impuestos de Colón. Los autores intelectuales, reaccionarios lomos negros, se escondieron en la sombra de la impunidad. Lo que no pudieron evitar es que en septiembre de 1908, comenzara a circular en Villaguay el trisemanario El Pueblo, fundado por Ciaspucio, con simbólico homenaje al carretero Julio Modesto Gallard.
Asalto en Paraná
El recuerdo enfoca ahora al golpe de estado del 4 de junio de 1943. En el reparto de comisionados federales, a Entre Ríos le tocó el teniente coronel retirado Carlos Zaballa, que pronto mostró las uñas de represor. Para su tarea recurrió al espionaje, la delación, las cesantías, las detenciones, los allanamientos nocturnos y el rapado de cabezas.
La intervención anuló el resultado electoral que había consagrado al radical Eduardo Laurencena como futuro gobernador de la provincia. En el plano internacional, el mundo se sacudía con la segunda gran guerra, sin que el poder militar en la Argentina, rompiera relaciones con el eje nazi-fascista.
El Diario cuestionó el autoritarismo, reafirmando su consigna de institucionalizar el país. Aníbal S. Vásquez dirigía el matutino, que contaba con redactores de fuste: Raúl Uranga, Amaro Villanueva, Marcelino Román y Arturo J. Etchevehere, por ejemplo. El 24 de mayo de 1944, la patota de Zaballa asaltó las instalaciones ubicadas, por entonces, frente a la plaza principal de Paraná, por calle Urquiza.
La decisión incluyó: expropiación del medio de comunicación, valuado en 10 mil pesos, depósito de esa suma e “importación” de periodistas afines para afincar la brusca modificación de la línea editorial. Zaballa justificó el atraco con el siguiente tono declamatorio: Que en las vísperas del 25 de Mayo “no resuene ninguna voz que enturbie el día limpio y sereno de la Patria”.
Nadie pasó a cobrar el dinero de la prepotencia. A Zaballa no lo aguantaron ni sus jefes, que lo reemplazaron con el moderado general Humberto Sosa Molina. La expropiación fue derogada. El 27 de setiembre reapareció el recuperado El Diario, con un breve y sustancioso recuadro: Todo lo publicado por la intervención, corre por cuenta ajena.
Estado de sitio
Las dictaduras son prisioneras de su índole. En febrero de 1945, al poder central se le ocurrió que El Diario violó el cepo del Estado de Sitio, en una nota referida a la seguridad del Estado, que “alteró la tranquilidad pública y sembró el confusionismo entre los habitantes del país”. Nada más, ni nada menos. El presidente de facto, general Edelmiro J. Farrell, firmó el decreto de clausura, el 20 de febrero de 1945, por tiempo indeterminado. Con el cuero curtido por las sanciones, la gente de El Diario armó la estrategia de resistencia.
*Con bombas de estruendo llamó la atención de la población ciudadana. En la clásica pizarra de noticias se denunció la persecución oficial, mientras las líneas telefónicas se abarrotaban de inquietudes.
*De la creatividad nació la idea. Clausurado El Diario, la imprenta podía ocuparse para hacer El Diario de Paraná. Ante el Juzgado de Paz, a cargo de Juan M. Baglietto, se registró el nuevo nombre, con aviso a las autoridades. Sosa Molina recibió a Raúl Uranga y a Arturo J. Etchevehere, director y presidente de la junta de administración de El Diario, respectivamente.
El comisionado señaló que El Diario de Paraná podía publicarse, aunque sin la conducción de Uranga. Los interlocutores dejaron constancia de la disconformidad por la condición que impedía un trabajo lícito y se retiraron. En consulta hacia el interior del periódico y a personalidades de la ciudad, se priorizó continuar la controversia con un medio de comunicación en circulación.
*Así fue que El Diario de Paraná apareció el 28 de febrero de 1945, con las irónicas referencias de Año 1 – Número 1 y la dirección de Etchevehere. Un recuadro en primera página, reafirmó la línea editorial del periódico clausurado y requirió que los gobernantes y militares “dicen lo suyo, nosotros pedimos que nos dejen decir lo nuestro”.
Reincidencia
Dos meses después se corrió la mordaza, aunque por corto lapso. El 19 de mayo de 1945 la censura volvió a caer sobre El Diario, con el agravante de que Raúl Uranga, repuesto director, fue detenido y trasladado a la cárcel de Villa Devoto, sin justificación oficial de ambas medidas.
La movilización popular canalizó las protestas y el facto uniformado dio marcha atrás. El 15 de junio de 1945, Uranga recibió la adhesión de miles de personas, desde el puerto local del bienvenido regreso hasta la sede de El Diario. Hubo discursos y consignas: “El ejército a los cuarteles” y “Libertad de prensa”. Entre otros, hablaron Uranga y Etchevehere.
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Alemania e Italia ya se habían rendido. La dictadura vernácula preparaba una salida institucional. Amaro Villanueva escribió una nota en la que comparó el autoritarismo con la manga de langosta que devastó la producción de quintas de Paraná y citó al Martín Fierro para advertir que, en el país, estaba por comenzar otra función. (Análisis Digital)