*Hugo Alconada Mon autor de la nota sobre el título conceguido por la Selección nacional de Fútbol en Qatar; sus impresiones sobre el grupo de futbolistas, lecciones y aprendizajes. Cabe destacar que la nota fue publicada en The Washington Post (Día 9/dic./ 2022)
*Por Hugo Alconada Mon (*)
No será la imagen que el mundo asociará por siempre al Mundial de Qatar, pero sí es la que acaso mejor retrate a la selección de Argentina, sin importar el resultado de hoy. Nos aporta un indicio sobre cuánto podemos aprender de ese equipo.
Se registró en el minuto 73 de la semifinal contra Croacia, cuando el suplente que se ganó la titularidad durante el torneo a fuerza de goles, Julián Álvarez, salió de la cancha y se abrazó con Lautaro Martínez, el goleador al que le quitó su lugar entre los 11.
Ese abrazo fue una señal elocuentísima sobre la consistencia del grupo. Y una lección muy fuerte para una sociedad que suele destacarse por sus individualidades —de Lionel Messi a Gabriela Sabatini, y del Papa Francisco a Jorge Luis Borges— pero arrastra dificultades notables para desarrollarse como comunidad. Ese abrazo nos recordó que un grupo puede llegar muy lejos cuando logra ser más que la suma de sus partes, incluso si una de esas partes es Lionel Messi.
El técnico de la selección, Lionel Scaloni, también nos deparó varias enseñanzas, aun sin buscarlo. Una de ellas ocurrió también durante la semifinal, cuando ordenó que ingresaran los únicos tres jugadores de campo que todavía no habían debutado en el Mundial —Paulo Dybala, Juan Foyth y Ángel Correa— para que tuvieran sus minutos en el césped. Y nos dio una lección, recordándonos que un buen líder debe velar por todos los miembros del grupo, en particular de los que vienen más atrás, integrándolos y potenciándolos.
Scaloni ya nos había regalado otra lección notable durante las horas que siguieron al debut aciago de su equipo, tras sufrir una derrota inesperadísima contra Arabia Saudita. Desdramatizó el traspié y el fútbol, a contracorriente de un país donde todo (y más aún el fútbol) es “a vida o muerte”. Tan contracultural resultó lo que dijo, que resultó más sobrio y sereno que muchísimos analistas deportivos, y ni hablar de tantos políticos y periodistas que exacerban los antagonismos a todo y nada. “Se puede perder, creo que es un mensaje para todos”, dijo Scaloni, cuando las pulsaciones todavía andaban por las nubes. “El tema es cómo te levantás, cómo lo afrontás”.
De hecho, perder en el debut quizá fue lo mejor que le pudo pasar a la selección. La obligó a mirarse al espejo, aprender de sus errores, sacudir la estantería y, en definitiva, mejorar. El sabor de lo que vino luego fue mucho más dulce para los argentinos, porque veníamos de sufrir ese trago tan amargo.
Quedarse en Scaloni y en sus palabras, sin embargo, también sería un error. Y allí hay tierra fértil para otra lección: la preparación casi siempre supera al voluntarismo. El técnico conformó un equipo al que consulta de manera permanente, que lo complementa y refuerza con funciones específicas y sin afán de figuración, pero deseosos de reducir al mínimo las debilidades y los imponderables, evaluar opciones y potenciar las fortalezas y oportunidades. Es decir, muy lejos de dos frases que tanto solemos repetir los argentinos: “Vamos viendo” y “lo atamos con alambre”.
¿Significa, pues, que todo es luminoso y perfecto dentro y alrededor de la selección argentina? Sin importar el resultado de la final de hoy, la respuesta es no. Siempre hay margen para corregir y mejorar. Pero también es cierto que el recorrido del equipo le aportó una bocanada de aire fresco a un país sumido y consumido en la polarización política y las dificultades económicas y sociales. No es poco. Al contrario.
Lo bueno es que este equipo nos recordó algo más a millones que gozamos viéndolos: a veces los resultados pueden no acompañarnos, pero lo importante pasa por el recorrido. Por supuesto que todos queremos ganar, pero también importa cómo. Vale el esfuerzo y la pasión con que encaramos el proceso, cuánto aprendemos en el camino y cómo aprovechamos la experiencia al afrontar el siguiente desafío.
Eso lo reconocieron los miles que salieron de manera espontánea a festejar en las calles en toda la Argentina, sin segundas intenciones, ni banderías, pero necesitados de un desahogo. Y esa podría ser la última lección que nos dejó este Mundial, mientras vemos a tantos políticos que intentan subirse a la ola. Pasa en otros países y pasa en la Argentina, donde perduran los recuerdos de cómo la dictadura usufructuó el Mundial 1978 para ocultar sus atrocidades y darse un baño de civilidad. Pero los dirigentes más sagaces comprenderán que una delgadísima línea los separa del reproche público o, peor, del ridículo.
Ahora, mientras técnico y jugadores enfilan a casa, nos llevamos una tarea para el hogar: ¿qué y cómo podemos aplicar de esta experiencia en nuestras vidas y en nuestra sociedad? Tenemos, al fin, un ejemplo virtuoso en el cual mirarnos.
(*) Hugo Alconada Mon es abogado, prosecretario de redacción del diario argentino ‘La Nación’ y miembro del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.