*El federalismo de Artigas, la comunidad sobre el individuo y la mirada integral del Abya yala para buscar el equilibrio que aventa injusticias. (Por Daniel Tirso Fiorotto)
La gauchada puede parecer una actitud aislada dentro de un paradigma occidental hegemónico. Sin embargo, veamos dos antecedentes de esta forma de solidaridad (de dar sin esperar nada a cambio), que tomamos de Marcos Sastre en relación con la familia islera, y de Martiniano Leguizamón sobre la familia campo adentro.
Bartomeu Melià, que ha vivido años con distintos grupos de Guaraníes, explica que jopói (manos abiertas mutuamente) no es trueque, entre los Guaraníes. En esa cosmovisión no se actúa esperando un beneficio personal. Mucho antes, lo mismo decía de los Isleros del Delta el oriental Marcos Sastre, autor de El Tempe Argentino: “En los campos y en las islas del Paraná, del Uruguay y del Plata, como en los pueblos antiguos, el huésped es siempre acogido con respeto y alegría, servido y obsequiado con perfecto desinterés. Diréis que es de su propia conveniencia el ejercicio de la hospitalidad, para cuando llegue el caso de tener a su vez que reclamarla…
Mas no es esta la hospitalidad del isleño argentino; él os recibe con el cariño de un hermano, de un padre; os introduce al seno de su familia, sin preguntaros quién sois; os cede su propio lecho; os sienta a su mesa con regocijo; parte con vos, sin admitir recompensa, sus escasas provisiones; y todo esto lo hace él, lo hacen su esposa y sus hijos con tan buena voluntad y tanto gusto, que os encontraréis contento y feliz y no podréis dudar que aquellos corazones gozan, al serviros, de la más pura satisfacción. He ahí la verdadera hospitalidad, la virtud inspirada por el Cielo”. Eso se lee en El Tempe Argentino, escrito hace más de siglo y medio, y no es difícil encontrar rasgos de esos modos en isleros y orilleros actuales como Dominga Ayala de Almada, de muy conocidos rasgos hospitalarios aprendidos en su propia familia y su entorno.
Ya no hay mingas
Algunos años después que Marcos Sastre, Martiniano Leguizamón cuenta de la minga en nuestra región, y dice que reunía en estos pagos el trabajo más fatigoso con las más bellas expresiones de juego, comidas, humor, guitarras, pericones, amoríos, fiesta en suma.
“Tómese algo, amigo. Préndale un beso a la limeta que esto quita el calor! Sírvase un matecito. Pite un negro… Con confianza caballeros, que hay reserva… Eran las exclamaciones conque a cada instante el rumboso paisano obsequiaba a sus huéspedes; porque aquellos hombres no eran peones sino amigos, convidados que venían hasta de pagos lejanos para ayudarlo en la recolección de las sementeras sin interés alguno, por simple espíritu de aparcería, de recíproca ayuda, creyéndose largamente recompensados con la celebración de la alegre minga –la fiesta tradicional de las cosechas de antaño- con su inevitable carne con cuero, pasteles, beberaje en abundancia y un bailecito hasta la salida del sol”.
El trabajo, la música, la danza, el juego, la amistad, el amor, en una relación de interdependencia. Eso es la minga. ¿Es compatible eso con el mundo consumista y apurado del negocio que, en vez de revisar sus modos, acelera?
Con la llegada de las máquinas -apunta Leguizamón- “al renunciar a los procedimientos primitivos y rutinarios se han borrado casi totalmente esos rasgos de desinterés, ese desdén altanero y bizarro por las riquezas”, que caracterizaba al criollo. “Ya no hay mingas en mi tierra!”, se lamenta Leguizamón. “Ya no resuenan en las noches de verano bajo la trémula claridad de las estrellas, las músicas, las danzas y los cantos con que se festejaban las felices faenas de la tierra”.
Dice Melià, en textos más recientes redactados en Paraguay: “hay dos sistemas económicos fundamentales: la economía de intercambio, de la cual la economía de mercado es la expresión más significativa; y la economía de reciprocidad, que se rige por el don y está orientada a reproducirlo. En muchas lenguas indígenas donde no se encuentran originariamente palabras que signifiquen comprar y vender, o poner precio, suele aparecer con gran riqueza semántica la palabra que significa la reciprocidad. El jopói guaraní es etimológicamente ‘manos sueltas recíprocamente’, esto es, ‘abrir las manos dando unos a otros’. Estoy informado de que el ipaamu de los Aguaruna del Perú o el nguillatún de los Mapuche de Chile tendrían un sentido análogo”.
Como en nuestra región quedan centenares de voces indígenas en los ríos, arroyos, parajes, aves, peces, árboles, insectos, hierbas, frutas, y muchas expresiones naturalizadas y no bien registradas, eso nos lleva a pensar que aquello que parece muerto y sepultado está en verdad latente en nuestras comunidades que llamamos panzaverdes. Leguizamón fue testigo de la agonía de un tipo de solidaridad pero se apuró en decretarle la muerte. Así como la gauchada, esa actitud servicial espontánea, vemos en nuestro suelo aún la vigencia del trabajo comunitario y festivo en las yerras, la chacra familiar, las cooperadoras, los barrios, y expresiones tradicionales en fogones, asambleas, rueda de mate.
Parcelar el aire
Es probable que las semillas estén, y sólo falten el barbecho y algún riego, o mejor: abandonar los herbicidas del sistema, que empujan y hostigan a los modos que resultan extraños al capitalismo como si fueran malezas, porque este sistema no les encuentra utilidad. El capitalismo, invasor reciente como la acacia negra, no comprende la vida milenaria de este suelo y, si la entiende, la ignora porque el capitalismo necesita hacernos creer que la propiedad, el egoísmo, el individualismo y el principio de ganancia como motor de la economía están en nuestra esencia: una mentira.
No está lejos, pues, la posibilidad de recuperar la alegría del trabajo comunitario en armonía con el entorno. Quizá ese mundo espere en silencio el día que logremos quitarle el velo de un sistema que pretende ser único porque hoy es dominante y soberbio.
De hecho, hubo épocas en que la tierra era considerada aquí como hoy consideramos el aire. A nadie se le ocurriría (aún no) parcelar y registrar el aire como propio. Si lo hicieran, responderíamos con perplejidad, la misma de nuestros pueblos cuando un puñado de conquistadores se apropió del suelo.
Extinción a escala
El jubileo del tekohá no vendría, entonces, forzado. Si conocemos cómo ha sido nuestra economía por milenios, cómo quedan fibras de la relación del ser humano con la Pachamama y el compartir el lugar, el trabajo, los alimentos; y si anotamos los vicios de un sistema que desmonta, reduce la biodiversidad y expulsa y amontona a las personas, entonces la necesidad del tekohá, el lugar donde ejercer un modo de vida comunitario, aparece con sencillez y naturalidad. El jubileo sería así una suerte de perdón recíproco, de borrón y cuenta nueva, de amnistía comunitaria para los que han sufrido la cárcel del desarraigo, el destierro y el amontonamiento y para sus hijos y nietos.
Pero también clemencia para el resto de la naturaleza, porque la recuperación de los espacios jamás debiera darse con criterios pasados de saqueo, tala rasa, erosión, monocultivo. Nuestras experiencias no pueden caer en saco roto. En estos días conocemos denuncias sobre una reducción drástica de la biodiversidad en el mundo, y en especial en el Abya yala (América) del sur. Saqueo, pérdida de hábitat, uso de sustancias químicas herbicidas e insecticidas, erosión, contaminación, residuos, represamientos; pero también distancia del ser humano y su entorno, apropiación inescrupulosa, inmobiliarismo… Estamos ante un proceso de extinción a escala producido por el ser humano, con efecto dominó, y donde una de las fichas es sin dudas la especie humana.
Volver debe interpretarse como un retorno físico, emocional, metafísico, y también un volver la mirada a lo integral, al conjunto, a la cosmovisión del buen vivir. El “vuelvismo” no es una reproducción de las condiciones, los modos, la historia; es un darse cuenta, un darnos cuenta, un frenarnos para enfrentar el apuro y recuperar la sencillez, la austeridad, la serenidad, el silencio; el vuelvismo es una sanación de la fragmentación moderna, un reencuentro. En estos tiempos, cuando arrecian los debates en torno de los transgénicos, las patentes sobre las semillas, las sustancias químicas usadas, la economía de alta escala, la presencia de factores distorsionantes de la economía, la política exportadora de materias primas, la presencia de máquinas que sustituyen el trabajo humano, etc.; en estos tiempos también recordamos que por décadas, antes del fenómeno sojero o de agronegocios, nuestra región ya desterraba a sus hijos, talaba los montes y erosionaba el suelo de un modo insostenible. Un diagnóstico sincero permitiría, sin dudas, aventar la repetición de errores.
Somos un alimento más
El jubileo, la vuelta al pago, incluirá en su momento un estudio sobre los alimentos, si consideramos al ser humano integral, como un miembro del paisaje y no su dueño; si vemos en la cultura la participación humana enriquecedora dentro de la biodiversidad y no enfrente y menos arriba. Y en eso intervendrá un diagnóstico sobre energías renovables, sostenibilidad en medios urbanos, servicios básicos, comunicaciones, y también sobre principios sostenidos por mucho tiempo en organizaciones un tanto marginadas, como la soberanía particular de los pueblos que enarboló hace 200 años la revolución federal artiguista, y que consiste en el respeto de las condiciones zonales por sobre el atropello de sectores políticos, económicos, mediáticos, estatales, corporativos, etc.
Algunos ámbitos intelectuales han pretendido encarar la complejidad de la vida humana desde perspectivas reduccionistas, mirando el suelo con un microscopio, como aislado, lo que no estaría errado si no fuera sólo con un microscopio. Ha habido un desprecio a la mirada holística, de cuenca. Incluso quienes aceptan ampliar esa mirada por ahí relegan aspectos de la cultura dentro de la biodiversidad, como la inclinación ante la Pachamama, las melodías, los ritmos, los saberes, la adaptación de las comunidades a los ciclos incluso en la alimentación. Desde esta perspectiva, el humano ni siquiera está enfrente de los alimentos sino que, en relación con la Pachamama (la madre tierra en equilibrio), el ser humano es un alimento más y como tal puede cultivar el sentido de la reciprocidad, de cuidarse y cuidar. Así es que corresponde escuchar con mayor atención las advertencias pacíficas, no invasivas, y el testimonio de vecinas y vecinos que no consumen sino frutas, semillas, hojas, raíces, tallos; a veces huevos, miel, leche pero no carnes o sangre. Es un debate complejo, de orden civilizatorio, y más que debate, un llamado a la meditación profunda. Porque quizá el mayor obstáculo para comprender estos testimonios y promover un cambio esté en el interés sectorial y la naturalización, la costumbre acrítica.
Vías complementarias
Al romperse las comunidades y la relación de pares complementarios se ha roto el ámbito geográfico y cultural de la reciprocidad, que ha dado vida y sentido a nuestras comunidades. Se ha roto un modo de conocer, una condición.
Las comunidades se sirven a sí mismas y guardan relaciones recíprocas. La alta presencia de las corporaciones y el Estado mismo no sólo han desnaturalizado estos vínculos sino que los debilitan a veces, porque los poderosos se sienten en la necesidad de sustituir las relaciones comunitarias para convertirse en mediadores, cuando no “salvadores”. Así es que prospera la relación vertical de todos con el poderoso, que diluye los vínculos horizontales, sin los cuales la comunidad no puede ejercer el jopói.
Ergo: no habrá comunidad sino siervos. En ese sentido hasta el semáforo distorsiona, porque impide que alguien ceda el paso y a la vez agradezca cuando le ceden el paso.
“La reciprocidad generalizada no se limita al sentido del intercambio sino a los vínculos sociales comunitarios que la constituyen. Es por esto que Melià explicita este término para referirse al modo de organización de los guaraní-chiriguanos mediante la asamblea comunal”, dice Castiñeira.
Las comunidades se desenvuelven en libertad, bajo el lema “nadie es más que nadie”. Pero eso no reditúa a los poderosos. Incluso algunas medidas del poder distorsionan las relaciones comunitarias, porque el poder da objetos a un punto que no permite (al que los recibe) la respuesta recíproca. Como los bancos, el poderoso nos endeuda.
Modos diversos
Cuando el sistema requiere el encumbramiento de unos pocos, la vida comunitaria que no está atenta a esos poderes no rinde. No rinde a los empresarios ni a los sindicalistas ni a los periodistas ni a los políticos. Por eso no tendrá buena prensa. El sistema aplaude el poder individual y grupal, y no se detiene en la comunidad, porque es el poder individual y sectorial el que paga la propaganda. “Gestión Fulano”, “Gestión Mengano”, se leerá en las obras, como un resumen de la verticalidad occidental que, ya sabemos, si no entra de un modo querrá entrar de otro, a troche y moche.
Segunda libertad de vientres, para alivianar a los niños de las mochilas cargadas por siglos de experimentos capitalistas. Jubileo del tekohá, para devolvernos las expectativas, recuperar la unidad extraviada, cultivar los lazos comunitarios y facilitar la cura de las enfermedades producidas por el desarraigo y el hacinamiento. Se trata de dos vías complementarias que podemos conversar y promover en cierta paz, o que serán impuestas quizá de modos impensados. Es difícil redimir la armonía, pero ya la búsqueda, la búsqueda del equilibrio, nos dará un alivio y nos cargará de energías. Desde los saberes primordiales con visión del territorio, los modos prácticos del jubileo del tekohá serán diversos como diversas sean las comunidades y naciones. Para recetas está occidente, y ya vemos cómo nos fue con sus recetas.
(Daniel T. Fiorotto)
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